viernes, 12 de marzo de 2010

Contra los nacionalismos

La visión popular de la historia de España que casi todos aprendimos en la escuela (y también, por supuesto, la que aprenden hoy los niños en Cataluña o el País Vasco), es fundamentalmente una construcción ideológica y sesgada de los hechos del pasado que responde poco a la realidad histórica. Es por ejemplo un hecho irrefutable que Vizcaya, Guipuzcoa y Álava han formado parte de la corona de Castilla durante mas tiempo que Toledo, Albacete o Ciudad Real, pongamos por caso (mal que les pese a los nacionalistas vascos). También lo es, no obstante, que las provincias vascas se rigieron con autonomía casi absoluta hasta el siglo XIX (mal que les pese a los nacionalistas españoles). Y es que, en verdad, la monarquía española, desde Isabel y Fernando y hasta los Borbones, no gobernó nunca sobre un reino unificado, si no sobre una colección de territorios autónomos, cada uno con plena identidad política propia. Los Señoríos Vascos o Cataluña no eran sino piezas en ese puzzle de reinos y dominios en gran medida autogobernados. Como también lo era, pongamos por caso, el reino de Jaén…sin que ello haya dado pie, en la época moderna, a ningún nacionalismo jienense del que yo tenga noticia.

Si alguna región de España puede en verdad hacer valer una larga tradición de identidad política históricamente diferenciada y permanente a lo largo del curso de la historia española, es sin duda Navarra. Fue la ultima zona del país en integrase políticamente con el resto de España (y no el reino de Granada, como casi todo el mundo piensa) y la ultima y perder su autogobierno. Sorprendentemente, el nacionalismo navarro nunca ha sido fuerte. Y es que, al fin de cuentas, el nacionalismo no es hijo de una identidad histórica propia, sino más bien, de los tejemanejes de las clases políticas y económicas.

Claro está que la supuesta identidad diferenciada de los actuales nacionalismos periféricos también se argumenta sobre la base de la lengua propia. La realidad es que en España se hablan siete lenguas vernáculas, aunque solo cinco de ellas son idiomas cooficiales (vasco, gallego, catalán/valenciano y aranes). El asturleonés y el aragonés, ambos en peligro de extinción, son, para los filólogos, lenguas romances por derecho propio, pero no gozan de ninguna oficialidad en sus respectivos territorios. No obstante, el nacionalismo nunca ha sido fuerte en Aragón, Asturias o León…contar con idioma propio no es pues condición necesaria ni suficiente para enarbolar las banderas del nacionalismo.

Pero volviendo al nacionalismo españolista, y a esa leyenda de la continuidad histórica de una España unificada, vale la pena recordad que la noción de que entre el fin de la Hispania romana y las invasiones árabes, España quedó atada y bien atada bajo los visigodos, es también falaz. Durante la mayor parte de su historia, el reino Visigodo de Toledo solo logró controlar a mitad de la Península Ibérica. Andalucía formo parte del Imperio Bizantino durante doscientos años y todo el noroeste peninsular conformo el reino Suevo, también durante dos siglos.

La invasión árabe, vista siempre como una penetración alienígena en el suelo patrio, comenzó como una simple intromisión norteafricana en medio de una guerra civil entre pretendientes visigodos al trono. Al fin y al cabo, la Península llevaba siglos recibiendo ocupantes procedentes del otro lado del Estrecho: Comenzando por los propios íberos, de origen norteafricano, y continuando por los cartagineses, más las subsiguientes y poco conocidas razias bereberes durante la Hispania Romana (y las fuentes hablan de al menos cinco campañas de este tipo), lo cierto es que una constante en la historia de la Piel de Toro es la emigración de pueblos desde el territorio del actual Marruecos hacia el sur peninsular. Pero claro, resulta políticamente poco correcto reconocer que, desde un punto de vista histórico, estamos tan o más unidos a Marruecos que a allende los Pirineos. Somos europeos sí… pero históricamente, también somos norteafricanos.

La identidad de España es fruto de un cruce entre determinismo geográfico (al fin y al cabo vivimos en una península bastante compacta) y avatares de la historia. Portugal no es parte de España por la simple razón de que a mediados del siglo XVII su revuelta independentista logró triunfar. Si, pongamos por caso, las rebeliones separatistas de Cataluña y Andalucía, ocurridas en los mismos años, hubieran resultado exitosas, y la portuguesa, en cambio, fallida, los niños de hoy, al trazar el mapa de España, dibujarían algo parecido a la ilustración de la izquierda. Somos hijos del pasado, un pasado muchas veces casual.

La historia oficial de España, y ahora también las historias oficiales de muchas comunidades autónomas , se construyen a base de mitos tendenciosos. Si queremos aprender a convivir, mejor será mirar al pasado sin los prejuicios del presente.
(Foto: Luis Echanove, mapa: Juan Echanove)

No hay comentarios: