Hubo un tiempo de mi vida en el que viajaba a Venecia regularmente. Durante cinco años consecutivos me dejé embargar por su belleza imposible. Acudía a mi cita con la ciudad archipiélago de todas las formas posibles…en avión, en coche, en autobús, en tren…nunca en barco, eso es cierto.
Pocas veces me alojaba en hoteles. Me instalaba como okupa provisional en algún vaporetto amarrado en un canal secundario (por alguna razón, nunca echaban la llave) y sesteaba las primeras horas de la noche. Luego, en plena madrugada, me despertaba cuando esa gran tramoya de una opera imposible que conforman la plaza de San Marcos, la Piazzetta, el Molo y la Riva Schiavoni quedaba al fin liberada de los turistas. A esa hora oscura, la catedral, el Campanille y el Palacio Ducal parecen dibujar el perfil de una urbe lunar, evanescente. La Venecia señorial, de noche, no es una ciudad real, sino un escenario espectral donde el tiempo no se corresponde con ninguna era humana. La belleza equilibrada de cada edificio, el juego de simetrías, los tonos azulados de la piedra blanca bañada por la luna…todo ayuda a recrear esa atmósfera, intemporal, efímera y eterna a la vez. Uno se olvida de que está vivo, de que es persona, sujeto andante sobre baldosas centenarias. La irrealidad mórfica lo envuelve todo. Es, en verdad, lo mas parecido a caminar fuera del universo real.
Las horas del día las gastaba siempre deambulando por los sestiere mas periféricos: El Cannaregio, el Castello…o me retiraba a la isla de la Giudecca para contemplar las vistas de la boca del Gran Canal y la iglesia de la Salute. A veces tomaba un barco a Murano y Burano, con parada en la isla cementerio de San Michelle. Eran las horas de la luz, de los juegos de tonalidades y la ropa tendida en las plazuelas.
Me marchaba después de tres o cuatro días, para después regresar siempre, al año siguiente, tal vez queriendo confirmar que aquella ciudad de veras existía.
Traicioné una vez mi cita, y desde entonces, hace ya quince años, no he vuelto a poner el pie en Venecia. Amigos y familiares la han visitado desde entonces, y a veces en televisión hablan de la ciudad de los canales. Pero yo dudo de todos ellos. Venecia no es real. Es solo un sueño.
Pocas veces me alojaba en hoteles. Me instalaba como okupa provisional en algún vaporetto amarrado en un canal secundario (por alguna razón, nunca echaban la llave) y sesteaba las primeras horas de la noche. Luego, en plena madrugada, me despertaba cuando esa gran tramoya de una opera imposible que conforman la plaza de San Marcos, la Piazzetta, el Molo y la Riva Schiavoni quedaba al fin liberada de los turistas. A esa hora oscura, la catedral, el Campanille y el Palacio Ducal parecen dibujar el perfil de una urbe lunar, evanescente. La Venecia señorial, de noche, no es una ciudad real, sino un escenario espectral donde el tiempo no se corresponde con ninguna era humana. La belleza equilibrada de cada edificio, el juego de simetrías, los tonos azulados de la piedra blanca bañada por la luna…todo ayuda a recrear esa atmósfera, intemporal, efímera y eterna a la vez. Uno se olvida de que está vivo, de que es persona, sujeto andante sobre baldosas centenarias. La irrealidad mórfica lo envuelve todo. Es, en verdad, lo mas parecido a caminar fuera del universo real.
Las horas del día las gastaba siempre deambulando por los sestiere mas periféricos: El Cannaregio, el Castello…o me retiraba a la isla de la Giudecca para contemplar las vistas de la boca del Gran Canal y la iglesia de la Salute. A veces tomaba un barco a Murano y Burano, con parada en la isla cementerio de San Michelle. Eran las horas de la luz, de los juegos de tonalidades y la ropa tendida en las plazuelas.
Me marchaba después de tres o cuatro días, para después regresar siempre, al año siguiente, tal vez queriendo confirmar que aquella ciudad de veras existía.
Traicioné una vez mi cita, y desde entonces, hace ya quince años, no he vuelto a poner el pie en Venecia. Amigos y familiares la han visitado desde entonces, y a veces en televisión hablan de la ciudad de los canales. Pero yo dudo de todos ellos. Venecia no es real. Es solo un sueño.
(Acuarela de Ignacio Huerga)
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