Vivimos en complejas sociedades, saturados de información que apenas podernos asimilar. Cada vez que abrimos un periódico, leemos una revista, miramos la televisión o navegamos por Internet, cantidades ingentes de cifras, noticias y punto de vista llegan a nosotros. Caminamos sobre una realidad formada (o deformada) de imágenes y palabras que somos incapaces de procesar. Esa multiplicidad, esa atosigante y desbordada riada de objetos visuales, sonidos y letras nos acompaña casi cada segundo, en nuestro andar por las ciudades que habitamos, al conducir, al trabajar...nuestros días consisten en exponernos a sofisticadas proyecciones vertidas a raudales sobre oídos y retinas.
El silencio, en nuestras vidas cotidianas, es un lugar inalcanzable, una meta utópica lejana e inasible. La posibilidad de enfocar la atención de manera limpia a un solo objeto ha desaparecido de nuestro horizonte. No sabemos mirar a través de esta desordenada cortina. Confusos ante el raudal de datos, nuestros ojos han perdido la cualidad de apaciguarse y sumirse en la contemplación de algo en concreto.
Observadores del caos, oidores del ruido. Eso somos, en eso nos hemos convertido.
El silencio, en nuestras vidas cotidianas, es un lugar inalcanzable, una meta utópica lejana e inasible. La posibilidad de enfocar la atención de manera limpia a un solo objeto ha desaparecido de nuestro horizonte. No sabemos mirar a través de esta desordenada cortina. Confusos ante el raudal de datos, nuestros ojos han perdido la cualidad de apaciguarse y sumirse en la contemplación de algo en concreto.
Observadores del caos, oidores del ruido. Eso somos, en eso nos hemos convertido.
(Foto: Luis Echánove)
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