sábado, 16 de noviembre de 2013

Tradicionalista de izquierdas

Me ha tomado unos cuantos años reconocerme a mí mismo que soy un tradicionalista de izquierdas.

Soy radicalmente de izquierdas porque sueño y lucho por un mundo donde el lugar donde nazcas  no determine las oportunidades que la vida te ofrezca. Creo que la abolición de las clases sociales es una tarea pendiente en la lucha por un mundo realmente justo, y creo también  en el derecho fundamental al acceso a la educación, a la salud, al trabajo, a la cultura y al ocio para todos sin distinciones de ningún tipo, en la expropiación forzosa (mientras haya hambre en el mundo) de las fortunas multimillonarias, en el derecho legitimo a rebelarse contra la miseria y en el deber moral de combatir la pobreza.

Y soy tradicionalista porque me atrae más lo agrario que lo industrial, lo ácrata que los partidos, lo atávico que lo rabiosamente actual, las cooperativas que las sociedades anónimas… Me mueve la espiritualidad y no el agnosticismo, la ecología y no la posmodernidad urbanita. Me gusta más la serenidad profunda del arte románico o el gótico (en sus acepciones medieval, decimonónica o contra-cultural) que las expresiones artísticas provocativas e histéricas que tanto venden. Me gusta la antropología, el queso muy curado, el gregoriano, los países de otoño y la música de los ochenta…soy un caso perdido, ya lo sé.

Me aterra la memoria negra del comunismo, con sus millones de muertos y su dogmatismo, tanto o más que la sombra del dolor del capitalismo. Me da pereza la socialdemocracia, a la que reconozco, no obstante, un papel fundamental en la humanización de las sociedades occidentales. Detesto a las multinacionales, a los grandes bancos y a los oligarcas de todos los pelajes. Las estructuras de los grandes partidos me dan alergia (aunque estoy afiliado a uno de ellos…pero es que sobre todo, creo que soy un poco contradictorio).

Me cuesta mucho encontrar una opción política que en verdad refleje esas intuiciones, manías, condicionamientos y esperanzas que forman mi personal forma de entender la sociedad deseada, seguramente porque mi visión es tan estrafalaria que difícilmente pueda encontrar un hueco en forma de partido político o grupo organizado de cualquier clase.

Hay algunas corrientes estrambóticas, como el Partido Carlista, un ultra minoritario grupo de izquierdas y raíces cristianas de base, cuyas diatribas (‘trabajamos  por el nacimiento y la promoción  de estructuras y prácticas sociales que abran paso a unos contrapoderes comunitarios auto-organizados que gestionen de forma realmente democrática y participativa los recursos materiales y humanos de los pueblos) se acomodan bien a estas delirantes ideas mías, pero que me producen cierta alergia porque, por mucho que se hayan reconvertido, atufan un poco al clericalismo ultramontano del que proceden.  El anarquismo me resulta fascinante, pero su versión más tangible, el anarcosindicalismo (de la CNT o de la CGT) parece también atrapado en las largas sombras de su pasado. Además, con lo mandón que soy, considerarme un  ácrata es poco creíble. Por último, no le puedo perdonar al anarquismo histórico su coqueteo con la violencia indiscriminada. Antes que tradicionalista de izquierdas soy pacifista.  

Si os enteráis de algún grupo político para colgados como yo, avisadme, por favor.

1 comentario:

CGD dijo...

Pues en America latina ya somos millones gracias a todo lo que ha pasado en Venezuela esta ultima década. Otro mundo es posible y mientras tu lo piensas, se esta construyendo. Sin importar los ataques y la desinformación, el mundo no lo va a parar nadie.