viernes, 2 de septiembre de 2011

Nuestra casa

La casa es más que todo blanca. Ningún cuadro cuelga en nuestro dormitorio; dormimos rodeados de albos muros, armarios y cajoneras. Ese blanco tórrido protege bien nuestro sueño estival. A veces, si no están los niños, nos levantamos tarde y gastamos el resto de la mañana en ese universo pequeño que es nuestra casa. Desayunamos despacio, ojeamos libros, hablamos tranquilos y, así, la primera parte del día discurre sola, sin altibajos, deslizándose como un barco entrando despacio en su puerto. El mundo lo vemos desde el gran ventanal del salón. Es agradable saber que, entre tanto, el resto de la vida continua allí fuera, a un ritmo diferente al nuestro.

Cuando el calor se relaja y el inquieto mediodía llama a nuestra puerta, entonces despertamos de nuestro letargo plácido y, nos lanzamos a la calle, a vivir todas esas vidas que no son la nuestra pero podrían serlo.

Escribo ahora lejos de ese hogar temporal donde nos escondemos de las inquietudes y nos dejamos llevar por lo que realmente somos (un hombre y una mujer a solas, en una casa tranquila, sin más obligaciones que vivir). Echo de menos en este instante y más que nunca, esa sensación de gozar los momentos sin sobresaltos, acurrucado entre los blancos muros de nuestro escondite. Nuestra morada, ahora vacía, nos espera allí, un verano más, o un verano menos.

(Foto: Ildefonso Bellón)

1 comentario:

carmela dijo...

Bonito y romantico