lunes, 10 de agosto de 2009

Sueño caucásico

Llevo un mes soñando con cumbres nevadas, pueblos de piedra encajonados en valles verdes, monasterios colgados de oteros imposibles y colinas salpicadas de vides. No es mi sueño el fruto de un desorden mental transitorio ni una forma bucólica de escapismo… es que en otoño marcharemos a vivir al Caucaso, allí donde según las leyendas griegas, Prometeo arrebató el fuego a los dioses y Jasón buscó el vellocino de oro. Georgia, cuna de Stalin, del vino, de los faisanes y de los primeros homínidos europeos, será nuestro hogar durante los próximos tres años. Conozco el lugar. Hace años ascendí a los pies del mítico Kasbegi en una vieja moto soviética con sidecar, recorrí los jardines de Borjoni, visité las iglesias medievales de Mesjeta y tomé parte en esas inacabables borracheras rituales a las que tan aficionados son los georgianos. Mi recuerdo de ese agreste país se nubla con los vahos de aquellas excesivas ingestas de aguardiente, pero aun así, conservo la imagen de esas cumbres nevadas, de esos valles verdes, de esos monasterios sobre oteros y de esas colinas de vides. Y por eso regreso, para comprobar, a fin de cuentas, si esos lugares existen. Me voy a Georgia para seguir soñando, osease, para seguir viviendo.

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