Mi hijo Juan colorea el mundo.
Se muerde un poco la lengua, concentra su mirada de casi tres años en la punta roma del lápiz azul, y colorea el mundo. Pinta un calamar alargado ("un poquito feo", según él). Nada parece importarle tanto en la vida como su calamar larguirucho. Lo rellena de naranja. Dibuja luego un barco, tieso como un poste de luz. Después un triángulo con cara de delfín. "Ya he terminado", dice de pronto. "Papá…¿sabes? En las calles de España no hay caracoles", añade muy resuelto.
De fondo suena "Que el tiempo no te cambie", de Tequila, en versión a ritmo lento de Los Secretos.
Se muerde un poco la lengua, concentra su mirada de casi tres años en la punta roma del lápiz azul, y colorea el mundo. Pinta un calamar alargado ("un poquito feo", según él). Nada parece importarle tanto en la vida como su calamar larguirucho. Lo rellena de naranja. Dibuja luego un barco, tieso como un poste de luz. Después un triángulo con cara de delfín. "Ya he terminado", dice de pronto. "Papá…¿sabes? En las calles de España no hay caracoles", añade muy resuelto.
De fondo suena "Que el tiempo no te cambie", de Tequila, en versión a ritmo lento de Los Secretos.
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