A mi amigo José Fons, con la esperanza de que nos regale su primera novela pronto.
“Cruzaban los callejones de intramuros bajo el chaparrón tropical, tan desamparados y a la intemperie como el último comando de replicantes”. Lagrimas en la lluvia. David Sentado. Ediciones Moreno Mejias, 2014.
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El argumento de la novela, aunque sazonado de un tonificante surrealismo, resulta, a la vez, bastante verosímil: ¿Qué habría sucedido si el poeta Miguel Hernández, en lugar de nacer en Orihuela (Alicante), hubiera venido al mundo en la provincia de Panpanga, en las islas Filipinas? En un divertido y a la vez arriesgado ejercicio de historia ficción, Sentado, tras describir en un bello capitulo inicial[2] la infancia del protagonista como rapaz al cuidado de los cebúes de su barangay, ubica la juventud de ese Miguel Hernández asiático en la trepidante Manila de los años veinte. Allí, el pueblerino poeta enseguida se gana la admiración de la decadente élite hispanófila, a la vez que la animadversión de los funcionarios norteamericanos, suspicaces ante los aires nacionalistas de joven vate[3]. No le faltan a la obra dosis de comedida pasión, incluida alguna que otra descripción detallada de los revolcones amorosos de Hernández con la bella y pervertida hija de un misionero evangelista de Wisconsin llegado a las Filipinas para convertir a los recelosos cortadores de cabeza de Bontok.
Personajes de ficción y otros reales desfilan ante los ojos atónitos del lector, atrapado en seguida por el trepidante ritmo de la novela. Así, un capitulo entero se centra en la narración de la breve estancia en la capital filipina de Blasco Ibáñez (icono literario levantino, como el propio Hernández o el mismo Sentado). Manuel Quezón o el general Wood (gobernador gringo del ocupado país) o una jovencísima y anacrónica Imelda Marcos[4] se dejan caer también a lo largo de las páginas. La propia ciudad de Manila, esa Manila señorial y a la vez moderna de los años veinte, se convierte en personaje con voz propia en esta magna obra multitonal, al modo del Dublín de Joyce.
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El Hernández tropicalizado y archipelágico de Sentado no muere tuberculoso en un fétido penal tras una guerra fratricida. No obstante, su final no resulta menos trágico que el del poeta republicano: El protagonista de Lágrimas en la Lluvia logra escapar por los pelos de los desmanes de la segunda guerra mundial y las tropelías niponas y, tras publicar su ultima obra en castellano (un poemario dadaísta llamado El Perroberde[6]), decide no regresar ya nunca a su tierra patria. Se retira a Nueva York, en donde deja de escribir en español y se convierte en guionista de series americanas para televisión. Nonagenario, adiposo, enfermo e ignorado por todos, transformado en un autentico zombi o tal vez en un replicante de sí mismo, el Miguel Hernández clónico fallece mientras recita en karaoke sus propios poemas en un club filipino de Brooklyn.
[1] Segunda obra, en realidad, si tomamos en cuenta su seminal colección de artículos intitulada Sostiene Sentado.
[2] “Es que somos muy pobres”, se titula este primer capitulo, en regencia evidente a cierto cuento corto de Juan Rulfo ambientado precisamente en Filipinas.
[3] Así pues, el antifascismo del poeta español del 27 tiene su reflejo en el anticolonialismo de su calco filipino.
[4] La histriónica política filipina nació en 1929.
[5] Cfr. Revista Cultural Hispano filipina, numero 3, p.72. Embajada de España en Filipinas.2012.
[6] Titulo inspirado, tal vez en El Gatopardo (gato-pardo).