sábado, 21 de diciembre de 2013

Un segundo

Las personas vivimos, de promedio, unos dos o tres mil millones de segundos. Parece mucho, pero en realidad no es tanto. Si dedicásemos cada uno de esos segundos, incluidos los de nuestras horas nocturnas, a pensar fugazmente en un habitante actual de la tierra, necesitaríamos dos vidas enteras para completar la tarea de repasar al conjunto de la humanidad. 

Claro está que no todos esos instantes encadenados tienen el mismo peso en nuestro existir. Cada vez que veo al aparca-coches de mi restaurante favorito en Tiflis pienso en un segundo muy preciso de su vida: aquel en el cual perdió una mano, tres dedos de la otra y la movilidad de la pierna derecha. Cuando nos vemos me regala una sonrisa franca y limpia. 

Nunca hemos hablado más allá de las cuatro frases de saludo o despedida de rigor pero, a juzgar por su edad y la naturaleza de sus amputaciones, no es difícil imaginar cómo fue aquel segundo suyo que torció el curso de todos sus sueños de juventud: Años noventa, guerras desgarradoras en Georgia. Una batalla callejera y de pronto la súbita deflagración de la bomba de mano (o el estallido de una mina, o las ráfagas ciegas de la metralleta), y luego el dolor, la sangre, y el silencio, sobre todo el silencio. Silencio de la muerte cuando roza pero no abraza. Silencio de la traza del mal sellando el cuerpo para siempre. 

Un segundo entre tres mil millones, uno solo. Un segundo, dos muñones, y esa pierna renqueante.

(Foto: Luis Echanove)

sábado, 30 de noviembre de 2013

Hombres como montañas

(4) Paradzhánov

Escuché hablar por primera vez del cine georgiano en 1994. En aquel tiempo yo vivía en una casa diez o doce habitaciones y muchos baños en Split, la maravillosa ciudad fundada por Dicocleaciano en Dalmacia, a orillas del Adriático. Llamábamos a aquella casona "el camodromo" y es que, en verdad, esa era su función: dar cobijo en sus temporadas de descanso a los muchos objetores de conciencia que la ONG para la que yo trabajaba mantenía en Bosnia.

La guerra era atroz en el frente pero allí, en la retaguardia croata, los miembros del pequeño grupo encargado de dar apoyo logístico a los aguerridos objetores gozábamos de la ambigua y efímera felicidad de la retaguardia. En la mansión convivíamos felizmente una alegre y disparatada tropa de confusos personajes: Félix, marino mercante enamorado de los trópicos; el irrepetible y entrañable Santamarta, cuyos bigotes de lancero bengalí parecían más aptos para ejercer de intendente en las revueltas cipayas que en los Balcanes modernos; Miguel, un joven periodista de Elche muy poco estresado; José Maria Aranaz -cuyo excelente sentido del humor nos ayudaba a mantener un mínimo de cordura- y el cordial Cotarelo, un mozarrón barbudo de Castro Urdiales de voz ronca, gruesas gafas y sonrisa enorme, poseedor de la cultura cinematográfica más extensa que yo he conocido nunca.

Cotarelo nos hablaba con pasión del séptimo arte en Georgia ("el mejor  cine de la Unión Soviética") y, aunque eso no lo recuerdo con certeza, seguro que dedicaba largos elogios a  Paradzhánov, el Buñuel caucasiano.

Serguéi Iósifovich Paradzhánov nació en Tiflis en 1924 en el seno de una familia de origen armenio, y murió en Yerevan en 1990. Tras dirigir algunas películas conforme a los cánones del realismo soviético, en la década de los sesenta rompió radicalmente con todos los convencionalismos estilísticos del cine narrativo y pasó a crear un lenguaje cinematográfico propio, onírico y sumamente poético. Su radical individualismo creativo le enemistaron con el sistema. Fue sujeto de todo tipo de falsas acusaciones y pasó largas temporadas en prisión. Incapaz de poner freno a su irrefrenable creatividad, en la cárcel dibujaba sin cesar y construía pequeñas esculturas con los utensilios de deshecho que lograba reunir. Hace tres años pude ver algunos de esos objetos y muchos otros recuerdos del artista en su casa museo de Yerevan. El barroquismo excesivo de bártulos y más bártulos decorando todos las habitaciones produce una cierta claustrofobia. El pequeño jardín, es en cambio un remanso de paz, algo fuera de lugar en la inquieta capital de Armenia.

Paradzhánov no era un disidente político, sino estético. Sus firmas convicciones creativas le impedían plegarse a los gustos del poder central, aun a costa de su libertad y su integridad física. No pretendía con su obra criticar el comunismo o minar los fundamentos del sistema. Solamente buscaba dejar fluir con libertad la corriente de creatividad que llevaba dentro. Esa lucha incasable del arte por el arte, frente a las instrumentalizaciones de los poderosos, convierte a Paradzhánov en un caso único en la historia del séptimo arte. Si hubiera un santoral laico,  Paradzhánov sería sin duda el patrono de la profesión de hacer películas.

El cine de Paradzhánov hay que verlo como quien mira cuadros en una exposición. El director armenio-georgiano casi siempre ambienta sus películas en trasuntos de la historia caucasiana, pero en realidad la trama es mucho menos relevante que el valor estético de la dinámica de las imagines en movimiento. Colores, planos y banda sonara entretejen una obra que, más que contarnos una historia, simplemente buscan deleitar los sentidos.

Con su concepto épico de la vida y  sus excentricidades, pero también con su búsqueda espiritual del porqué de las cosas, Paradzhánov es, a la historia del cine, lo que Vasha Pshavela a la poesía o Gurdjieff a la filosofía...un hombre enorme, como las  montañas del Caucaso

Fotos: Juan Echanove

jueves, 28 de noviembre de 2013

Camino a casa

Forastero que buscas la dimensión insondable. 
La encontraras, fuera de la ciudad, 
al final de tu camino. 
(Franco Battiato. Nómadas) 

Me detengo en un parque a escribir. La urgencia me puede. Es por culpa del vino que he pimplado a mediodía. Vino joven, de color pardo. Vino bravo, agreste y filosófico, como el Cáucaso. Ayer el ahijado de un amigo murió en una emboscada en la frontera con Armenia. Fe una trifulca de jóvenes, un lío de faldas, dicen.. .quién sabe. Aquí la gente lleva generaciones siendo asesinada sin saber ni porqué la matan. Mientras, en Vilna, en las  orillas heladas del Báltico, el gobierno de Georgia en pleno discute la firma de un tratado de integración económica con Europa, el continente mito, la madre lejana que abandonó a Prometeo en la cumbres hirientes de estas montañas inhumanas. Europa, para los georgianos, es el lugar donde a nadie el emboscan ni le descerrajan tiros por un lío de faldas. Europa es el Edén perdido al que volver un día.

Aquí estoy, en un parque. Siempre los parques, mi refugio en el camino. Este está lleno de bancos, más de los que todos los viejos de Tiflis podrían simultáneamente utilizar.  Dispone también de demasiadas farolas, perfectamente alineadas,  de estilo decimonono. Son gráciles y elegantes, pero iluminan poco (el resplandor blanco de la pantalla de IPad me ciega). Una fuente inútil de azulejos de piscina, con los grifos rotos...la escultura pantagruélica de un literato ceñudo...los parques en esta parte del mundo siempre saben a pasado más que a presente.

He venido caminando desde la oficina. Primero tránsito las calles crudas que rodean la embajada en la que trabajo. Es un barrio pueblerino, con aire de folclore popular y olor de manta sucia. Escabullo los charcos y llego a una calle transitada, no lejos de donde un célebre místico loco, hace más de novena años, estableciera su primera escuela de danzas tántricas. El baile ahora en esa zona es otro... es el moverse atropellado de furgonetas con prisa y peatones sin espacio que las esquivan. Desde los cristales rotos de los anticuarios y las tiendas de ropa de segunda mano, las viejas miran ese ajetreo con ojos de sapo paciente.     

Esa calle de cabriolas termina en el puente. Ahora el viento fuerte y la sombra de los arboles enormes lo llenan todo. Un ruido aterrador cruza el cielo. Son grajos, rasgando el  aire con el sable mortal de sus chillidos. Cruzo deprisa, casi sin mirar a los corrillos de cambistas que permutan viviendas en la acera. Dejo atrás un retrato de Stalin, varios balcones de intrincado hierro forjado, atravieso otra calle bronca y ya estoy aquí, en el parque, esperando que la vida se detenga un rato. Solo un rato.

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Post scriptum
Acabo de terminar de escribir y la noche ya ha caído del todo sobre la ciudad. De repente la fuente de azulejos de piscina y grifos de cobre rugoso ha comenzado a funcionar, tal vez por primera vez en décadas. Intuyo que los chorros de agua bailan al son de esa música mística que alguien compuso... hace más de noventa años

(Foto: Ignacio Huerga)

domingo, 17 de noviembre de 2013

En la eternidad

La luz de la luna duerme en el bosque sobre una cama de sombras y sueña que la lluvia del verano es solo un susurro en la espalda.

(Foto: Ignacio Huerga)

sábado, 16 de noviembre de 2013

Tradicionalista de izquierdas

Me ha tomado unos cuantos años reconocerme a mí mismo que soy un tradicionalista de izquierdas.

Soy radicalmente de izquierdas porque sueño y lucho por un mundo donde el lugar donde nazcas  no determine las oportunidades que la vida te ofrezca. Creo que la abolición de las clases sociales es una tarea pendiente en la lucha por un mundo realmente justo, y creo también  en el derecho fundamental al acceso a la educación, a la salud, al trabajo, a la cultura y al ocio para todos sin distinciones de ningún tipo, en la expropiación forzosa (mientras haya hambre en el mundo) de las fortunas multimillonarias, en el derecho legitimo a rebelarse contra la miseria y en el deber moral de combatir la pobreza.

Y soy tradicionalista porque me atrae más lo agrario que lo industrial, lo ácrata que los partidos, lo atávico que lo rabiosamente actual, las cooperativas que las sociedades anónimas… Me mueve la espiritualidad y no el agnosticismo, la ecología y no la posmodernidad urbanita. Me gusta más la serenidad profunda del arte románico o el gótico (en sus acepciones medieval, decimonónica o contra-cultural) que las expresiones artísticas provocativas e histéricas que tanto venden. Me gusta la antropología, el queso muy curado, el gregoriano, los países de otoño y la música de los ochenta…soy un caso perdido, ya lo sé.

Me aterra la memoria negra del comunismo, con sus millones de muertos y su dogmatismo, tanto o más que la sombra del dolor del capitalismo. Me da pereza la socialdemocracia, a la que reconozco, no obstante, un papel fundamental en la humanización de las sociedades occidentales. Detesto a las multinacionales, a los grandes bancos y a los oligarcas de todos los pelajes. Las estructuras de los grandes partidos me dan alergia (aunque estoy afiliado a uno de ellos…pero es que sobre todo, creo que soy un poco contradictorio).

Me cuesta mucho encontrar una opción política que en verdad refleje esas intuiciones, manías, condicionamientos y esperanzas que forman mi personal forma de entender la sociedad deseada, seguramente porque mi visión es tan estrafalaria que difícilmente pueda encontrar un hueco en forma de partido político o grupo organizado de cualquier clase.

Hay algunas corrientes estrambóticas, como el Partido Carlista, un ultra minoritario grupo de izquierdas y raíces cristianas de base, cuyas diatribas (‘trabajamos  por el nacimiento y la promoción  de estructuras y prácticas sociales que abran paso a unos contrapoderes comunitarios auto-organizados que gestionen de forma realmente democrática y participativa los recursos materiales y humanos de los pueblos) se acomodan bien a estas delirantes ideas mías, pero que me producen cierta alergia porque, por mucho que se hayan reconvertido, atufan un poco al clericalismo ultramontano del que proceden.  El anarquismo me resulta fascinante, pero su versión más tangible, el anarcosindicalismo (de la CNT o de la CGT) parece también atrapado en las largas sombras de su pasado. Además, con lo mandón que soy, considerarme un  ácrata es poco creíble. Por último, no le puedo perdonar al anarquismo histórico su coqueteo con la violencia indiscriminada. Antes que tradicionalista de izquierdas soy pacifista.  

Si os enteráis de algún grupo político para colgados como yo, avisadme, por favor.

Pintar

Desde hace algún tiempo me ha dado por pintar. Siempre he dibujado (en los márgenes de los apuntes de clase, en los espacios en blanco de las libretas de notas durante las reuniones de trabajo, en los cristales esmerilados del coche en los días de lluvia cuando mi madre, de muy pequeño, me llevaba con ella a hacer la compra) pero lo hacía inconscientemente, como quien tiene un tic. Las artes plásticas, en mi familia, siempre han sido eso, un acto reflejo.  Pasé muchas largas horas de mi infancia observando a mi padre hacer acuarelas. Su mirada de concentración, buscando el tono justo, la pincelada precisa, me sigue acompañando cada día de mi vida.

Gasté de crío más tiempo en galerías de arte que jugando en los parques. Las exposiciones  de mi padre  eran, para toda la familia, un ritual cíclico,  donde todo funcionaba con el engranaje de un  taller bien organizado: llevar a enmarcar los lienzos, colgar bien los cuadros, ofrecer el catalogo a los visitantes, colocar los lunares verdes o rojos para las pinturas reservadas o vendidas… pero también con la emoción y el afecto de una ceremonia importante. Cada cuadro vendido era una victoria, un triunfo, y a la vez una pérdida: me gustaban tanto todos que no quería que ninguno se fuera.

Y además, claro, estaban los personajes de comic que dibujaba mi hermano Luis con una soltura fascinante (las verrugas y las arrugas), y las maravillosas esculturas de barro de mi hermana Almudena, y los proyectos de Aránzazu en la carrera de arquitectura… cuadros y más cuadros, dibujos, cuartillas, aguarrás, tubos de pintura, arcilla, tornos… los materiales para crear inundaban todos los rincones, siempre, eso sí, en perfecto orden, garantizado por mi madre.

Todo aquel río de creatividad y buen hacer artístico brotaba solo, fluía de modo constante, con absoluta naturalidad, por todas partes, en todos los momentos. Esa religión nuestra  contaba además con sus propios centros de culto. El museo del Prado era, sin duda, la catedral suprema de esa religión domestica.

Luego, en el camino, no he hecho sino encontrar aliados contagiados por la fiebre secreta de los pinceles y los lápices. César Caballero, Juanma Santomé, Ignacio Huerga, Rocio Charle, Gabriel Munuera…amigos enormes, y enormes artistas.

Desde hace algún tiempo me ha dado por pintar y me importa más bien poco el resultado, bueno, malo o peor, de lo que pinto… porque al fin he aprendido que el secreto, el único secreto del arte, no está en la obra, sino en el acto de crearla.  

Aquí puedes ver los cuadros del sujeto que escribe este blog


Arriba: Detalle de obra del autor de este blog. Abajo, fresco en una lonja de Asturias, de Luis Echanove Mugartegui

viernes, 15 de noviembre de 2013

El cuarto

No se qué hago aquí, tirado, como una peonza, en medio el azar del mundo.

Yo a veces quisiera ver mi dormitorio desde arriba, como un pájaro atrapado en una celda sin ventanas, y revolotear entorno a los pensamientos agazapados en esos rincones de soledad, o de compañía.


A vuelo de gaviota todas las habitaciones del mundo son igualmente diminutas y claustrofóbicas, pero libres al fin, lejanas, como células en un panal de abismos.





Imagen: ilustración de Juanma Santomé para la biografía de Maruja Mallo que la autora María Luisa Antolín publicará próximamente.

sábado, 5 de octubre de 2013

Estadísticas suicidas

¿Han aumentado las muertes por suicidio tras la crisis?

Una noticia recurrente en los medios de comunicación, y que finalmente se ha convertido casi en un lugar común en las conversaciones cotidianas, es que los suicidios han aumentado masivamente en España desde que estalló la crisis económica.  Decidido a averiguar un poco más sobre este asunto, me he puesto a contrastar datos oficiales, noticias y demás informaciones al respecto, y la conclusión a la que he llegado es inequívoca: Es una burda patraña, una pura invención mediática, convertida, por el morbo social, en dogma callejero.

En el año 2009, la prestigiosa revista médica The Lancet publicó un estudio estadístico basado en datos de veintiséis  sociedades occidentales, conforme al cual la tasa de suicidio aumenta como promedio en un 0.8% por cada punto de incremento en la tasa de desempleo.  En el momento de la publicación del artículo resultaba aun prematuro verificar si esta diabólica correlación histórica se cumpliría o no en el caso de la crisis económica actual, por entonces recién comenzada.

En 2011, The Lancet repitió el análisis, en esta ocasión con los datos correspondientes a los dos primeros años desde el estallido de la debacle financiera. Desgraciadamente en la mayor parte de los casos confirmaron punto por punto los resultados previstos. En casi todos los países estudiados el numero de suicidios se incrementó, y precisamente en la proporción indicada conforme a esa perversa correlación matemática. España no era una excepción en cuanto al aumento: En 2008 y 2009 el número de personas que se quitaron la vida creció en la Piel de Toro, tras años de descenso. Los medios de prensa españoles se hicieron profusamente eco de la triste noticia aunque, curiosamente, omitieron mencionar que en realidad en el caso español ese incremento era muy inferior comparado a lo que cabría esperar en relación al impacto de la crisis. España era, de hecho, una de las pocas excepciones a la tesis de The Lancet: aunque el paro se desbocaba y la economía se hundía, el aumento de los suicidios era marginal (del 3% únicamente); nada que ver con los casos de Grecia (aumento del 24%), Italia (52%) o Irlanda (16%).


Ya se sabe que las buenas noticias no venden, así que no es extraño que a la prensa no diera eco al hecho de un año después, 2010, contra todos los augurios, y pese a que la crisis se seguía cebando brutalmente con nuestro país, el numero de suicidios en España en lugar de crecer, disminuyó, y además de forma muy significativa. Frente a 3,429 auto-homicidas en 2009, 2010 registró 3,145 muertes de este tipo…la cifra mas baja en los últimos 17 años. No obstante, los medios encontraron el modo de inventar morbo donde no la había y un titular sorprendente se hizo hueco en muchas cabeceras: 'El numero de suicidios supera por fin (¡sic!) al de muertos en accidentes de trafico'. El dato en sí era cierto, pero no porque la auto inmolación se estuviese propagando como una plaga, sino porque, afortunadamente, las muertes en la carretera habían continuado descendiendo en ese año.

En 2011 hubo mas suicidas que el año anterior…pero el aumento fue estadísticamente insignificante, de apenas un 0.7%. La prensa no se molestó en informar sobre este dato, tal vez porque no casaba con el alarmismo que ella misma había propagado.

Lo que en verdad ha aumentado en España desde el estallido de la crisis, y exponencialmente, es el volumen de información sobre los casos concretos de suicidios y con ello, por tanto, la percepción social que se tiene sobre la dimensión del problema. Sí alguien se quita la vida por un despecho amoroso, un arrebato esquizofrénico o una crisis de adolescencia lo más probable es que su caso no parezca en las noticias (*). Pero si tras un desahuciado un parado de larga duración  se mata y deja una nota culpando al banco de su muerte, es seguro que su deceso  tiene cobertura mediática.

La crisis que sufre España ha agrandado brutalmente la brecha social y ha hecho crecer la tasa de pobreza de forma insoportable. Ha generado y genera un sufrimiento enorme, un incremento de las depresiones, del estrés y del dolor. Ha llevado incluso a muchas personas quitarse la vida debido a lo insostenible de su situación socioeconómica. Este inmenso caudal de  sufrimiento es ya de por si lo bastante grande como para que haya necesidad de exagerarlo.

Afortunadamente, el suicidio, en España, no ha crecido lo que muchos pregonaban…digan lo que digan los medios.

(Fotos: Luis Echanove)
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(*) La prensa, al menos en España, no considera que los suicidios deban ser noticia. Hay varias razones para ello: Por un lado, para evitar el supuesto efecto ''llamada' en personas proclives a quitarse la vida; por otro, porque es un fenómeno tan habitual que es incluso cuestionable considerar que haya en ello algo noticioso o de interés general (salvo que el finado sea un personaje celebre; finalmente, tabúes culturales hacen que socialmente se considere este el suicidio propio del ámbito más intimo.

martes, 1 de octubre de 2013

Universos paralelos (I)

Certezas e incertidumbres

Una de las aportaciones científicas más apasionantes de la historia del pensamiento humano  es tal vez es denominado "principio de incertidumbre" o "problema de la medida", introducido por la física cuántica y conforme al cual, en el mundo subatómico, el observador altera lo observado por el mero hecho de su observación. Esta paradoja, demostrada tanto matemática como empíricamente, socava por completo el supuesto clásico de la existencia de una realidad objetiva.

Que una noción  tan revolucionaria  no haya hecho añicos nuestra interpretación cotidiana de lo existente es algo que nunca he llegado a entender. A fecha de hoy la mayor parte de la humanidad se sigue en gran medida dividiendo  entre los creyentes en la noción personal y tradicional de Dios de un lado, y los ateos atrapados en una interpretación 'materialista' y newtoniana de la realidad del otro lado.

La idea de Dios, en su acepción tradicional propia de interpretaciones estrechas e infantiles de las religiones monoteístas es completamente incompatible con el pensamiento científico. Pero la creencia materialista, también miope, de que lo único que existe es este Universo fisico y tridimensional es, así mismo, irreconciliable con la física cuántica.

Frente al dilema del principio cuántico de incertidumbre, sólo hay tres salidas viables, entorno a cada una de las cuales se ha conformado una corriente de pensamiento en la comunidad científica.

Por un lado, queda la opción fácil de renunciar a una interpretación coherente para explicar porqué la certeza se diluye siempre en esa irritante impredicitibilidad;  esta es la visión propia de la física cuántica tal y como fue formulada inicialmente por Niels Bohr y la escuela de Copenhague. De modo semejante, las más recientes seguidores de la teoría del caos  también renuncian a buscar una explicación al  principio de incertidumbre.  Son, de algún modo, los 'agnósticos' de la comunidad científica.

Una segunda opción, es aceptar que existe una entidad más allá de lo estrictamente físico, que no está sujeta a las leyes de la mecánica cuántica y a la que podríamos llamar conciencia. Si asumimos teóricamente esta posibilidad, resolvemos automáticamente el problema del principio de incertidumbre. Nada hay pues de descabellado, científicamente hablando, en esta hipótesis. Con diferentes formulaciones, esta idea es de hecho sustentada por algunos de los físicos más importantes. Subyacía en las formulaciones matemáticas de Von Newman (paradójicamente, uno de los padres de la bomba atómica) y se ha hecho explicita en el llamado teorema de Bell. Se podría pensar que es imposible demostrar, con instrumentos y métodos físicos propios del plano objetivo, la existencia de esta dimensión  subjetiva de la realidad. Pero, por increíble que parezca, varios experimentos recientes parecen demostrar que los fotones y otras las partículas subatómicas son capaces de ponerse de acuerdo.  
  
La tercera respuesta posible al principio de incertidumbre es que en realidad existen una infinitud de universos paralelos y que por tanto todas las opciones posibles suceden, en uno u otro de esos mundos simultáneos. Esta fascinante teoría fue formulada por vez primera por un oscuro físico llamado Hugh Everett . Aunque desdeñada en un principio, hoy su validez es defendida por la mayoría de la comunidad científica (para ser exactos, por un 58% de los físicos cuánticos consultados en una encuesta realizada hace unos años en Estados Unidos).

La idea de  infinitos universos simultáneos donde todas las realidades posibles suceden a la vez,  o la tesis de una sutil conciencia o alma unificadora que subyace a todo lo existente,  se alejan ambas bastante de la noción de un Dios trascendente y separado de la naturaleza pregonada por el Cristianismo dogmático y otras  religiones. Estas hipótesis cuánticas tampoco casan con el argumento puramente materialista del mundo conforme a la cual no hay otra realidad al margen de la que podemos ver, tocar y medir. 

La mayor parte de la humanidad, fuera del diminuto circulo de los matemáticos y los físicos cuánticos, vive (vivimos) ignorando las implicaciones filosóficas y existenciales que estos nuevos paradigmas plantean en respuesta a las preguntas fundamentales de nuestro ser. El vértigo es enorme, pero fascinante.

Fotos: Luis Echanove 

Santa Teresa y el salmón escocés


1562 es el número de habitantes, según el último censo oficial, de un pueblo llamado Milford ubicado en el condado de Kosciusko en Indiana, Estados Unidos. 1562 es también el año en el cual Teresa de Ávila comenzó la reforma del Carmelo y el del nacimiento de Lope de Vega. 1562 euros es el precio mas barato de un billete de avión en clase turista, de Moscú a Bogotá, para el mes de diciembre de este año. En 2011 hubo 1562 expositores en la feria de la energía renovable de Tokio. El código de una sucursal de la Caixa en Logroño es 1562, y el número de distrito postal de la aldea de San Juan Tepenahuac en el municipio de Milpa Alta, en México es, así mismo, 1562. En la página Web de viajes TripAdivor aparecen 1562 restaurantes de Valencia. El candidato socialista por el distrito de Cook obtuvo 1562 votos en las elecciones australianas de 1909. El pueblo de Canillo, en Andorra, está a 1562 metros de altitud sobre el nivel del mar. La ley 1562 regula los riesgos laborales en Colombia. En Noviembre de 2011 murieron 1562 personas victimas de enfermedades infeccionas en China. El año pasado se pescaron 1562 toneladas de salmón escocés en los estados del medio oeste norteamericano.1562 kilómetros es la distancia entre las ciudades indias de Bombay y Surat. El asteroide numero 1562 fue descubierto por Karl Wilhelm Reinmuthen en 1943.

En septiembre de 2013 hubo 1562 visitas al blog Chota Chunga, la cifra más alta desde que éste comenzó su andadura hace ya más de seis años. ¡Gracias a todos!

(Foto: Luis Echanove)

domingo, 29 de septiembre de 2013

Los pepinillos y la crisis

Me di cuenta de que algo marchaba rematadamente mal en España la noche que entré con un amigo en un bar, él pidió un gintonic y el camarero le preguntó con que tónica deseaba bebérselo. Me quedé de piedra… yo no conocía más agua tonificada que la Schweppes… y aunque existieran más… ¿qué narices importaba una u otra?  Cuando yo era jovenzuelo la gente ni siquiera especificaba la ginebra que quería, porque apenas había donde escoger. Con la bonanza de los noventa, más y más marcas comenzaron a llenar las barras de las discotecas y los exhibidores de los supermercados de toda España. Además de un Bacardí, uno podía ya escoger un ron Havana Club o un Pampero…y con el tiempo, hasta un elegante Santa Teresa o el delicioso Flor de Caña. Siempre he sido ronero y, por razones de trabajo, habituado a moverme por los trópicos, así que encontrar en mi ciudad natal los nombres de esos deliciosos alcoholes de tono oscuro y sabor dulce me llenaba de ilusión. Por fin éramos europeos, pensaba yo. Ya podíamos escoger.

Es difícil precisar en qué momento exacto esa exuberante diversificación alcohólica se salió de madre. Un verano, de vacaciones en Madrid, asistí a cierta extraordinaria conversación sobre las propiedades del pepinillo introducido en un gintonic de Bombay. Ya me había acostumbrado, desde hacia un par de años, a que de pronto todo el mundo pareciera saber muchísimo sobre vinos. Pero la multiplicación por la quinta potencia del número de enólogos quedo enseguida ensombrecida por la nueva ola de los expertos catadores de ginebras. 

La repentina expansión de los saberes especializados no se limitaba al mundo de las bebidas espirituosas: también se generalizaron, como por milagro, el número de licenciados en  marcas de ropa, el de especialistas en las cualidades de los diferentes tipos de palos de golf y el de peritos en series televisivas ambientadas en Nueva York.

Yo al principio pensé que todo esto formaba parte de una nueva aurora cultural. Apreciar el sabor del pepino en la ginebra o la comodidad de unos zapatos buenos no eran tal vez sino los primeros brotes de un renacer educativo. La sociedad española, o al menos una parte de ella, pensaba yo, caminaba por la senda gloriosa de la sapiencia.

Apesadumbrado, pronto supe  que los repentinos nuevos conocimientos adquiridos por esa nueva generación de españoles adinerados y glamurosos se limitaban en realidad a ese puñado de modas y frivolidades. La gente ahora viajaba más, pero sabía la misma escasa geografía de siempre. Con o sin pepinillos en la ginebra, a nadie le importaba un pimiento aprender más de filosofía, o leer a los clásicos o entender algo de astro-física.  España era más pija, pero tan inculta como antes.   

Y entonces, llegó la crisis. 

(Foto: Ignacio Huerga)

jueves, 26 de septiembre de 2013

El hotel


Bastaba con añadir música y ya era capaz de trascender la lamentable situación de mi entorno…” Mark Oliver Everett.

Ella acababa de salir de la universidad. No tenía experiencia, pero sí mucha clase, y hablaba bien inglés, así que aquellos dos tipos belgas, los nuevos gestores del lujoso hotel recién privatizado, la contrataron para coordinar al personal local. Eran tiempos de caos. El país colapsaba. No había luz ni calefacción en las casas. La comida escaseaba y las bandas armadas luchaban a tiros por el control de la ciudad. En el hotel, en cambio, no faltaba de nada. Por las noches los periodistas de guerra, los enviados de paz y los espías confraternizaban, bailaban y bebían hasta el amanecer, disfrutando de esa frontera ambigua entre la felicidad del presente y el terror de no saber si morirás por la mañana. Ella vivía intensamente, al filo del fin, agotada del trabajo inabarcable y atrapada en esa trama de viajeros sin hogar y música sin límite. Era feliz.
 
Un día los hombres armados se presentaron en el hotel. Pedían dinero a cambio de protección. Las visitas de aquellos guerrilleros se fueron haciendo cada vez más frecuentes. Al cabo de unas semanas ya se habían instalado en un par de habitaciones. Se paseaban con el lanzagranadas al hombro pasillo arriba y pasillo abajo. A veces, si se emborrachaban, iniciaban rencillas con los huéspedes, y hasta disparaban a las lámparas para divertirse, aunque normalmente ambos mundos – forasteros y milicianos- discurrían de forma paralela, ignorándose. A ella los guerrilleros siempre la respetaban. La trataban con cariño. Ella los temía, pero también los estimaba. Las fiestas no cesaron, y el caviar y la bebida abundaban, como siempre.

El planeta de los hombres armados se siguió expandiendo, cada vez a mayor velocidad. A los tres meses ya ocupaban una planta entera y de ahí fueron penetrando en las siguientes. Ya casi no quedaban habitaciones libres para los periodistas de guerra, los enviados de paz o los espías. Un día los guerreros anunciaron que a partir de entonces ellos se harían cargo de la gestión del hotel. Los dos belgas se esfumaron sin avisar. Ella, desesperada, también huyó. Los pocos huéspedes se quedaron como huérfanos, en manos de esa pandilla de militares desarrapados, pero el hotel nunca cerró.
 
Hoy la ciudad prospera. Los hombres armados murieron. Los turistas afluyen. El hotel todavía existe. Se renovó hace años. Me vi con ella a la entrada. 'Hace veinte años que no cruzo estas puertas', me dijo. Y entonces comenzó a llorar. 'Fui tan feliz… ' me repetía entre sollozos.

(Foto: Ignacio Huerga)

Ovillo

A veces quiero recogerme en un ovillo, esconderme tras una puerta o debajo de la cama y no salir nunca, hasta que me encuentren. Hoy es uno de esos días. He visto el dolor en los ojos de un amigo, y era un dolor lacerante, un dolor que inunda, que te doblega. Era el dolor que produce  la injusticia.  
"Hemos hecho lo que hemos podido", nos decimos. Y es cierto. Pero ahora la barrera del hacer y del no hacer ya se ha franqueado. Ya no hay atajos, estrategias ni esperanzas. Solo queda el campo yermo del dolor, y esa herida abierta que es imposible de cerrar.

(Ilustración: Óleo de Nicolás Roerich)

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Caballos salvajes carbonizados y turberas seculares reducidas a polvo

'Habrá que aguardar a primavera para comprobar si los bulbos del lirio salvaron la vida bajo la tierra incandescente". La frase no es una porción de un dialogo del Bosque Animado ni un pasaje de Los Santos Inocentes. He extraído esta pequeña joya de una crónica informativa de El País digital de hoy sobre un incendio forestal en Galicia. (*)

Harto de leer en la edición electrónica de este y de tantos otros periódicos españoles bodrios escritos al tuntún, sin cuidar ya no el estilo, sino ni tan siquiera a la sintaxis, toparse uno de pronto con una noticia redactada con primor literario produce una alegría indecible.

Silvia Pontevedra, que es como se llama la periodista, hace un guiño a todos los costumbrismos posibles y grana el texto con un alud de sustantivos y adjetivos rurales; pero lo hace bien, con tino, con profundo cariño a la tierra y a la gente. La periodista ha visto el campo quemado y entiende lo que eso significa. Sabe que fuego y monte no son solo palabras, sino sentimientos, sensaciones, imágenes y símbolos de la vida misma, y así nos lo transmite.

La autora juega con metáforas sencillas y brillantes y con frases harmoniosas pero rotundas. 'En lo más fértil, las turberas de tierra vegetal, formadas a lo largo de los siglos, las piernas se hunden hasta la rodilla levantando en el aire una densa polvareda, a veces negra, a veces amarilla' escribe esta osada y estupenda redactora de noticias.

La impresión del texto es, definitivamente, literaria, pero a la vez, realmente periodística: te enteras de lo que ha pasado, y en realidad con mayor exactitud de la habitual en las noticias al uso. Silvia nos cuenta como un concejal de pueblo 'acaricia en cuclillas las hojas verdes y las pequeñas bellotas de un roble diminuto' y como, 'junto a los carballos enanos, en las colmenas comunales (…) zumban todavía las abejas'. Un periodismo que es la vez literatura es posible.

(Foto: Ignacio Huerga)


(*)http://ccaa.elpais.com/ccaa/2013/09/18/galicia/1379531470_401204.html

sábado, 14 de septiembre de 2013

Nada

The development of man's being is meant to follow a track already laid down for him in the makeup of reality. Jacob Needleman.

Hay algunos libros que no sabemos si nos gustan más que inquietarnos, o si nos inquietan más que gustarnos. The Indestructible Question - Essays on Nature, Spirit and Human Paradox, de Jacob Needleman, es uno de ellos. 

No recuerdo bien como lo adquirí. En aquella época yo estaba escribiendo un tratado sobre el origen histórico del monoteísmo y compraba todo lo que encontraba relacionado con el tema, así que no es raro que esa obrita en rústica y de tapas verdes, con su reproducción de un grabado de un sabio sufí en la portada, llamase mi atención. Me gusta pensar que el ensayo de Needleman permaneció atrapado en el anaquel de una oscura librería de segunda mano aguardando a un sujeto como el yo de aquel tiempo. Este tipo de extraños libros, que parecen escritos adrede para ser leídos exactamente en el momento que necesitábamos su lectura, producen la sensación de que fueron ellos los que nos encontraron a nosotros, y no al revés. 

 En cuanto comencé a leerlo comprendí que aquello era distinto a lo que esperaba (si es que acaso esperaba algo...eso tampoco lo recuerdo). Para empezar, no era un libro que pretendiera convencerte de nada. Yo llevaba algunos meses digiriendo sesudos tratados prolijos en detalles pero ágiles en el estilo (es decir, típicamente anglosajones), y ya me estaba hartando de tanta audacia, de tanto guiño al lector, de tanta 'frescura' artificial tan habituales en muchos intelectuales de éxito. El libro de Needleman no jugaba a la falsa modestia. Tampoco predicaba nada. Te hablaba directamente al fondo, sin concesiones, pero sin imponer nada. Era brutal y compasivo a la vez. Su tesis fundamental era simple: en esencia, nada existe. Todo se disuelve poco a poco. Nada perdura. Nada. 

 Hace dos años releí algunos de los párrafos que había subrayado. Para mi sorpresa, esta vez me dejaron indiferente. Aquello era insulso, vacío, como letras sin alma. Me sorprendió que conservara un recuerdo tan positivo de la primera lectura. No quise seguir decepcionandome, así que no volví a abrirlo desde entonces. 

Hoy lo he buscado y rebuscado por la librería, pero no ha a aparecido por ninguna parte. No recuerdo habérselo dejado a nadie. Estaba en una balda alta, así que los niños tampoco han podido cogerlo. He decidido entonces teclear el titulo y el nombre del autor en Google. No ha arrojado ni un solo resultado; también se ha esfumado en el mundo virtual, no ha quedado nada. Nada.
(Foto: Ignacio Huerga)

jueves, 12 de septiembre de 2013

Por la mañana


A veces se despertaba por la mañana con el cuarto ya inundado de luz de sol. Asomado a la ventana miraba el mar, limpio, azul (ese azul del Mediterráneo en septiembre, tan inasible e hipnótico que hiere los ojos). Luego, cuando retiraba la vista, sentía siempre ganas de llorar.

(Foto: Ignacio Huerga)

martes, 10 de septiembre de 2013

Rotulador

Había escogido el cuaderno cuidadosamente, como si optar por el granate de tapas de hule en lugar de por aquel otro de guardas de cartón azul fuera ejercer una influencia positiva en su estilo literario. Otro tanto le pasaba con el objeto para escribir: Nada de boli Bic, eso por descontado. Necesitaba uno marca Pilot azul, o tal vez negro, o mejor ambos, para así decidirse a usar uno u otro en el ultimo momento.

Fue trazar la primera palabra ("Había...") y darse cuenta, al instante, de su tremendo error. El Pilot seleccionado era demasiado fino. En lugar del maravilloso crujido suave de otros modelos, este generaba sobre el papel un chirrido desagradable, como el de la punta de un cuchillo punzando sobre un filete crudo o el de un par de zapatos de goma arrastrados sobre la grava. Pensó por un momento en regresar a la papelería y comprarse otro de su gusto. Pero la idea le resultaba, en cierto modo, mezquina, casi sórdida. Hacerlo supondría reconocerse así mismo poseído por sus manías hasta un limite difícil de tolerar. Se quedo allí, sentado en la terraza del parque, bajo la luz de la lámpara, buscando inspiración.

-"Si pienso"- se dijo - "escribiré racionalmente, y eso es lo único que no quiero hacer. Necesito que las palabras salgan solas de la punta de este odioso rotulador". Con cada letra el gemido sordo de la plumilla vertiendo tinta sobre el papel cuadriculado resultaba más y más insoportable. Se sentía casi culpable por herir a la hoja con ese doloroso desgarro.

Desganado, aparcó el Pilot junto al vaso de Coca-cola, se recostó sobre la mesa del bar y cerró los ojos.

-"Perdona... ¿tienes algo para escribir?"- . Salió de su sopor inmediatamente. La voz que acababa de romper su breve letargo era ahora una sonrisa amable, rodeada de labios gruesos. Un rostro maravilloso. Una chica bonita y alegre. Una minifalda corta. Un cuerpo esbelto.

-"Si, si...¡claro! ¡toma! "- alargó el brazo, sosteniendo el rotulador con la punta de los dedos, en un gesto un poco forzado.

-"Gracias"- respondió ella, sonriendo otra vez. Se dio media vuelta y su cola de caballo ondeó al viento.

Pasaron unos minutos. No muchos. La chica se acercó a su mesa con pasos firmes y rápidos.

-"Toma. Aquí lo tienes de vuelta. Gracias de nuevo", dijo ella ("otra vez esa sonrisa ingenua y maravillosa", pensó él, un poco aturdido). "¿Sabes? -añadió la chica mirando al rotulador de reojo - "me gusta como suena este chisme cuando escribe... ¡es como si las palabras salieran solas!- y se largó.


(Foto: Ignacio Huerga)

Espejo

Estaba allí sin estar. Hay veces que uno se ve a sí mismo como el personaje secundario de una obra de teatro cuyo argumento solo conoce en parte, o como el espectador de una película tridimensional que te permite a ratos relacionarte con lo que pasa y creerte estar metido dentro. Así era como se sentía el ahora, ante ese espejo un poco sucio, en un cuarto de hotel, no importa donde.


(Foto: Obra de Juanma Santomé)

Guerra


La guerra es una puta mierda, es lo mas horrible que existe. No estoy simplemente repitiendo un lugar común, ni haciendo un juicio moral teórico o un ejercicio retórico de pacifismo. Hablo de la guerra porque la conozco bien, con mucho respeto y temor, pero bien, como se conoce a un vecino desagradable o a un compañero de clase cruel en la infancia.

La primera vez fue exactamente hace 20 años...un mes de septiembre, como ahora, cuando puse los pies en una zona de conflicto militar. Después de aquello, de Croacia, vino Bosnia (los francotiradores, los refugiados en Domanovici, los guerrilleros en Medjugorie, el paso de Stolac...) luego, otra vez Croacia. En total, un año entero viendo los efectos de esa puta mierda, hablando con las víctimas, cruzando aldeas de casas en ruinas, compartiendo el dolor de las familias desplazadas... Pocas veces estuve en el frente (las suficientes) y pero miré en las heridas de todas las retaguardias. Luego vinieron los cadáveres carbonizados en Peten, en Guatemala, y también un par de meses en el norte de Afganistán, negociando con los caudillos tribales en lucha con los talibanes. Y vinieron también Ramala y Gaza, durante la segunda Intifada, con los puestos militares, el sonido de las balas y el de los bombardeos aéreos, y los amigos presos, y el dolor, el sufrimiento, y la sangre vertida para nada, la jodida puta mierda.

Si me han regresado estos recuerdos a la cabeza no eso solo porque Siria se desangre o porque se cumpla ese extraño aniversario de la total perdida de mi inocencia, sino porque me estoy leyendo un tebeo sobre la guerra que me mantiene en vilo. El cómic se llama Goradze, ciudad protegida. Lo escribió y dibujó Joe Sacco y narra a pecho descubierto, sin concesiones, los años del horror en la ciudad del mismo nombre, en Bosnia oriental. Sus protagonistas son personas de carne y hueso que cuentan al autor lo que vieron y padecieron durante ese largo y traumático asedio.

Si queréis asomaros a la guerra y sentir el vértigo inmenso del dolor sin causa, id a una tienda de cómics y comprad la novela gráfica de Sacco. Impermeabilizados como estamos todos para apenas sentir algo distante ante las imagines bélicas televisadas, parece mentira que unas viñetas en blanco y negro, un tanto caricaturescas, nos arrojen de bruces al realismo descarnado de tanto sufrimiento inútil como ningún telediario o película pueden ya hacerlo.

La guerra es como un universo paralelo al nuestro, que discurre separado y distante, a años luz de la normalidad cotidiana; o mas bien, es como un planeta de antimateria donde las reglas del juego son exactamente las opuestas a las del mundo cotidiano. La guerra es el sitio donde un hombre puede impunemente degollar a una anciana y arrojarla al río, o donde un tanque puede lanzar un obús y despedazas a un bebé hasta dejar su cuerpo irreconocible. La guerra es muerte, es nulidad, es caos, es alienación, es la existencia dada la vuelta y convertida en nada, en vacío...pero la guerra existe y esta ahí fuera, lejos y cerca a la vez. La guerra esta dentro de nosotros. La guerra somos nosotros. Eso es lo peor de todo.


(Fotos: Ignacio Huerga)

martes, 20 de agosto de 2013

Sueños de agosto


Sentado en la poltrona, el viejo cartujo disfrutaba de la brisa bajo los álamos en medio del jardín del monasterio. Las sombras de las ramas trazaban un damero caótico sobre el prado. El viento fresco de la sierra refrescaba un poco ese mediodía de agosto. Las hojas silbaban y bailaban mecidas a un ritmo lento, y el monje las miraba, sin pensar en nada, o pensando poco. Escrutaba con la mirada perdida al árbol antiguo alzado frente a él. Una enredadera, no muy tupida, se abrazaba a los pies del enorme tronco. Luego posó la vista en el abrevadero de granito. Miraba ensimismado lo líquenes, musgos y sombras de la piedra rugosa. Al fin cerró los ojos, no del todo dormido, tampoco despierto. El rumor de aire le relajaba.

Se desveló entonces, sobresaltado por el extraño sueño. Incrédulo alzó la cabeza para comprobar que, efectivamente, no era un monje. En lugar del hábito blanco con que se había imaginado a sí mismo, vestía sus ceñidos pantalones negros, la camiseta de Motorhead sin mangas que dejaba a la vista los tatuajes geométricos, y las altas botas negras de cordones. Alargó la mano y agarró el botellín de cerveza, ahora recalentado. De un sorbo se bebió la mitad. Miraba ahora, alrededor suyo, el bosque de antenas de televisión, los altillos, las terrazas, las tejas viejas y nuevas de ese Madrid visto desde lo alto de la azotea del edificio okupado. ¿Porqué un monje anciano en un jardín? ¿porqué ese sueño? Cerró los ojos otra vez. El sol abrasador le producía picor en los párpados. Quedó dormido.

La tarde estaba bien avanzada cuando acabó su siesta. Ahí seguía el viejo tronco, frente a él, y también el abrevadero de granito con su crisol de tonos grises y verdosos, y la yerba a sus pies, ya casi completamente cubierta por las sombras de las copas de los álamos. En su duermevela los recuerdos de juventud habían regresado, más vivos que nunca. La memoria le había devuelto a aquel ático anarquista de Lavapiés, con sus maceteros de marihuana y los graffiti decorando las paredes. Las campanas rompieron el silencio de la tarde. Con cierto esfuerzo se levantó y a paso lento se encaminó hacia el coro de la capilla. La casulla blanca apenas lograba cubrir la espectacular cresta multicolor que coronaba su cabeza.

(Foto: Ignacio Huerga)

lunes, 8 de julio de 2013

Entropía tropical

A mi amigo José Fons, con la esperanza de que nos regale su primera novela pronto.

“Cruzaban los callejones de intramuros bajo el chaparrón tropical, tan desamparados y a la intemperie como el último comando de replicantes”. Lagrimas en la lluvia. David Sentado. Ediciones Moreno Mejias, 2014.

Hay esperas desesperantes, y aguardar todos estos años a esa primera novela de David Sentado ha rozado ese límite. No obstante, la espera ha merecido la pena: Con Lágrimas en la lluvia, la opera prima de Sentado[1], el autor ha superado todas las expectativas. Porque, digámoslo de una vez por todas: Nos encontramos frente un compendio alfabético de saber hacer literario; un auténtico manual de viaje por las concurridos vericuetos de la Manila que fue y ya no es; un homenaje póstumo a la literatura hispanofilipina  y un recetario para elaborar un best seller. Todo eso, en un solo libro (eso sí, de 1924 páginas; un guiño, tal vez, al año en el que se desenvuelve la trama). Barroca y minimalista a la vez, Lagrimas en la lluvia está destinada a convertirse en una obra de referencia en la esclerótica y moribunda literatura filipina en la lengua de Cervantes. 

El argumento de la novela, aunque sazonado de un tonificante surrealismo, resulta, a la vez, bastante verosímil: ¿Qué habría sucedido si el poeta Miguel Hernández, en lugar de nacer en Orihuela (Alicante), hubiera venido al mundo en la provincia de Panpanga, en las islas Filipinas?  En un divertido y a la vez arriesgado ejercicio de historia ficción, Sentado, tras describir en un bello capitulo inicial[2] la infancia del protagonista como rapaz al cuidado de los cebúes de su barangay, ubica la juventud de ese Miguel Hernández asiático en la trepidante Manila de los años veinte. Allí, el pueblerino poeta enseguida se gana la admiración de la decadente élite hispanófila, a la vez que la animadversión de los funcionarios norteamericanos, suspicaces ante los aires nacionalistas de joven vate[3]. No le faltan a la obra dosis de comedida pasión, incluida alguna que otra descripción detallada de los revolcones amorosos de Hernández con la bella y pervertida hija de un misionero evangelista  de Wisconsin llegado a las Filipinas para convertir a los recelosos cortadores de cabeza de Bontok.

Personajes de ficción y otros reales desfilan ante los ojos atónitos del lector, atrapado en seguida por el trepidante ritmo de la novela. Así, un capitulo entero se centra en la narración de la breve estancia en la capital filipina de Blasco Ibáñez (icono literario levantino, como el propio Hernández o el mismo Sentado). Manuel Quezón o el general Wood (gobernador gringo del ocupado país) o una jovencísima y anacrónica Imelda Marcos[4] se dejan caer también a lo largo de las páginas. La propia ciudad de Manila, esa Manila señorial y a la vez moderna de los años veinte, se convierte en personaje con voz propia en esta magna obra multitonal, al modo del Dublín de Joyce.

Pizcas de humor salpican también el libro aquí y allá, aunque solo en esa justa medida o, en irónicas palabras del propio Sentado en una reciente entrevista, “solo la dosis necesaria  para que un futuro próximo se pueda elaborar alguna tesina universitaria titulada El humor en Lagrimas en la lluvia[5]. Así, por ejemplo, en lugar de la Nana de las cebollas, el Miguel Hernández panpangueño compone una hilarante Oda de los mangos.

El Hernández tropicalizado y archipelágico de Sentado no muere tuberculoso en un fétido penal tras una guerra fratricida. No obstante, su final no resulta menos trágico que  el del poeta republicano: El protagonista de Lágrimas en la Lluvia logra escapar por los pelos de los desmanes de la segunda guerra mundial y las tropelías niponas y, tras publicar su ultima obra en castellano (un poemario dadaísta llamado El Perroberde[6]), decide no regresar ya nunca a su tierra patria. Se retira a Nueva York, en donde deja de escribir en español y se convierte en guionista de series americanas para televisión. Nonagenario, adiposo, enfermo e ignorado por todos, transformado en un autentico zombi o tal vez en un replicante de sí mismo, el Miguel Hernández clónico fallece mientras recita en karaoke sus propios poemas en un club filipino de Brooklyn.

 (Fotos: Luis Echanove)


[1] Segunda obra, en realidad, si tomamos en cuenta su seminal colección de artículos intitulada Sostiene Sentado.
[2] “Es que somos muy pobres”, se titula este primer capitulo, en regencia evidente a cierto cuento corto de Juan Rulfo ambientado precisamente en Filipinas.
[3] Así pues, el antifascismo del poeta español del 27 tiene su reflejo en el anticolonialismo de su calco filipino.
[4] La histriónica política filipina nació en 1929.
[5] Cfr. Revista Cultural Hispano filipina, numero 3, p.72.  Embajada de España en Filipinas.2012.
[6] Titulo inspirado, tal vez en  El Gatopardo (gato-pardo).