domingo, 31 de enero de 2010

Geografía del absurdo

(1) Países inexistentes

Vivo a cuarenta kilómetros de la frontera con un país que no existe. Se llama Osetia del Sur, y se compone de un poblachón que ejerce de capital, más una treintena de aldeas salpicando un par de valles en el Caúcaso.

Nadie sabe a ciencia cierta cuanta gente vive en este paisillo de cuestionable legalidad. Según el gobierno de pega que lo rige, son 40,000. Según fuentes más fiables, apenas la mitad. En todo caso, de ser un país de verdad, se trataría del más militarizado del mundo en proporción a su población: las fuerzas armadas osetias se componen de 6,000 soldados (vale la pena recordar que de entre los países realmente existentes ostenta ese dudoso privilegio el Vaticano: 40 de sus 500 ciudadanos son guardias suizos). Sin duda, otro record mundial del ejercito osetio es la tasa de alcoholemia de sus tropas: la gente que viaja a la zona me dice que encontrar un militar sobrio en Osetia es una labor condenada al fracaso.

El gusto por la fanfarria bélica de los osetios les viene de largo. Hace mil quinientos años, cuando se les llamaba alanos, una partida de ellos cruzó a todo prisa el Imperio Romano y acabó saquenado Hispania, a pachas con los suevos y los vándalos. Aunque en rigor, tampoco está plenamente demostrado que los osetios desciendan de los alanos, por mucho que ellos se sientan orgullosos de tal origen. Y es que todo lo relavativo o Osetia del Sur resulta bastante incierto y nebuloso, comenzando por su propia identidad como Estado. Osetia cuenta con una colorida bandera propia y un rumoboso himno nacional, emite sellos de correos (muy apreciados por los filatélicos de todo el mundo) y dispone de algunas embajadas aquí y ayá. Además, su gobierno de opereta ejerce un control efectivo (y bastante riguroso) sobre el territorio y la población local. En fin, que Osetia del Sur de hecho goza de todos los atributos típicos de un país, salvo el principal: el reconocimiento por parte de las Naciones Unidas y de la mayoría de la comunidad internacional. Legalmente Osetia del Sur no es, por tanto, un Estado independiente, sino una parte consustancial de Georgia.

Sólo cuatro Estados en el mundo reconocen la independencia osetia: Rusia, Venezuela, Nicaragua y Nauru. La isla de Nauru, aunque pocos saben que existe, sí es un país de verdad; está en medio del Océano Pacífico y, tras agotar sus recursos de fosfatos, vive en parte de cobrar dinero por reconocer países absurdos.

Teniendo en cuenta que en el mundo hay casi doscientas naciones soberanas, que sólo cuatro de ellas consideren que Osetia es una república independiente resulta cuanto menos un logro modesto. Aunque si comparamos este grado de apoyo foráneo con el obtenido por otros 'entes' territoriales de este tipo, los osetios pueden sin duda darse con un canto en los dientes. Y es que Osetia del Sur no es el único país es el limbo. El club de presudonaciones lo componen en total de media docena de territorios pintorescos, con nombres que parecen sacados de un tebeo de Tintín: Transdnistria, Somalilandia, Alto Karabaj, Puntlandia..., nadie los reconoce, pero, como Osetia, todos ejercen un control efectivo de su territorio y cuentan con su bandera propia, su himno nacional, sus sellos y sus embajadores, los cuales, por supuesto, nunca son invitados a tomar ni a un mísero canapé en las recepciones organizadas por los diplomáticos de los países que sí existen de verdad. (1)

En un par de ocasiones he tenido la oportunidad de visitar algunos de estos países de tebeo. Cuando trabajaba en labores de ayuda humanitaria en los Balcanes, residí por un tiempo en la flamante República de Herzeg-Bosna, conformada por el pequeño pedazo de Bosnia-Herzegovina donde los croatas son mayoría. Como suele suceder siempre con estos abortos de país, Herzeg-Bosna padecía una crisis permanente de identidad, que procuraba paliar a base de fomentar una profusa presencia de la bandera patria en sus numerosas tavernas y de asignar a su soldadesca pomposos uniformes militares...en los que las chorreras se veían sustituidas por rosarios y las medallas por estampitas religiosas. Herzeg-Bosna era un Estado de goma: sus fronteras no estaban legalmente definidas, de modo que avanzaban o se contraían en función de los resultados de sus tropas en el campo de batalla. Para reflejar esta circuntancia, en los mapas oficiales del país, colgados a la entrada de todos los ministerios, la tradicional linea de tinta que normalmente define los limites nacionales se veía sustituida por una banda elástica clavada con chinchetas. (2)

Unos años después pasé un mes en la República del Norte de Afganistán. Allí la crisis de identidad se solventaba mediante la atribución de flamantes títulos de gobierno a media población: si eras panadero, por ejemplo, lo más probable es que te nombrasen subsecretario del ministerio de alimentación, aunque tu siguieses dedicado a hornear hogazas. Yo por ejemplo me reunía a menudo en las oficinas de un subsecretario, todavía no sé de que departamento, sitas en el salón de su casa. Esta práctica parece seguir ejercitándose en otros pesudopaíses: leía hace poco que el ministro de sanidad de Abjasia tiene su despacho oficial en la clínica dónde ejerce de traumatólogo.

Pero por muy pintorescos y novelescos que estos paisitos de cuento puedan parecer, lo cierto es que consituyen una peligrosa anomalía del Derecho Internacional y generan todo tipo de inestabilidades políticas. En agosto del 2008, el intento de Georgia de recuperar militarmente el control de Osetia del Norte, y la consecuente intervención bélica rusa en defensa de los osetios provocaron un breve pero brutal conflicto que por poco nos lleva a todos a una guerra mundial.

Los países inexistentes son a la geografía política lo que los agujeros negros al espacio sideral: Aunque muy pequeños, generan problemas inmensos.

(Foto: Luis Echánove)

(1) Los únicos países en el limbo, además de Osetia del Sur, con algún grado de reconocimiento internacional son Abjasia (reconocida por los mismos que reconocen a Osetia) y Chipre del Norte (reconocida por Turquía) . No incluyo en esta categoría de naciones en el limbo a aquellos países que, como Kosovo, Israel o Taiwan, sí son reconocidos por muchos Estados, aunque otros les niegen carta de naturaleza. Por otra parte, Palestina y el Sahara Occidental se encuentran en la categoría exactamente opuesta a la de los países inexistentes de los que aquí hablamos: son naciones ampliamente reconocidas, pero que no ejercen control sobre su territorio.

(2) Herzeg-Bosna no fue, ni mucho menos, el único caso de nación de mentirijillas que el conflicto balcánico deparó. Un ejemplo todavía más extremo y kafkiano de ente territorial con infulas de república soberana fue el caso de Bosnia del Oeste, el feudo personal de un mafioso local llamado Fikret Abdic. Este territorio minúsculo habitado por unos pocos miles de musulmanes se alió con los serbios y montó la guerra por su cuenta contra el gobierno de Sarajevo (también musulmán). Al final fue derrotado. Me tocó particar en la operación de emergencia para atender a sus pobladores, huidos a la carrera con lo puesto. Se pasaron seis meses viviendo en las cunetas.

sábado, 30 de enero de 2010

Polifonía


Como cada tarde, salió de casa a las cinco en punto. Fuera sonaban disparos. Nadie sabía de dónde venían, y tampoco a nadie le importaba ya. Caminó por la avenida desierta. No había luces en Tiflis, no había tampoco agua ni calefacción en las casas, ni tiendas abiertas, ni coches circulando.

Tardó diez minutos en llegar a su destino. Abrió el portón del descascarillado y ruinoso edificio. Recorrió en penumbra un larguísimo pasillo. A los dos lados se sucedían puertas y más puertas, todas cerradas, todas misteriosas. A falta de luz, se orientaba por el sonido de la música, cada vez más cercano. Y al fin llegó a la pequeña habitación del fondo. Se filtró dentro sin hacer ruido. Las sombras de los niños, agrupados en torno a la lamparilla de aceite y al minúsculo calefactor de petroleo, se proyectaban inmensas sobre las paredes verdes del cuarto. Como siempre, refugiado en una esquina apenas visible para el coro, se sentó en la única silla de la pequeña sala y cerró los ojos. La música polifónica de aquellas treinta voces infantiles le envolvió de inmediato, como el agua envuelve la piel en una ducha, o como el calor de un radiador envuelve un dormitorio frío. Y como cada tarde, fue feliz.

Durante los peores años de la guerra y la anarquía en Georgia, Merap, ex matemático y ahora contable, acudía a diario a escuchar los ensayos del coro de música polifónica tradicional georgiana de su hijo. "Eso me mantuvo vivo", me dijo anoche, con una sonrisa franca.

(Foto: Juan Echánove)

viernes, 22 de enero de 2010

Ecos del desierto, disponible en internet

Mi libro Ecos del desierto, el origen histórico del Monoteísmo, editado en Manila por CentralBooks en 2008, ya está disponible integramente y de forma gratuita en Internet:
http://www.ecosdeldesierto2.tk/

Ecos del desierto narra la sorprendente historia de cómo una divinidad de la tormenta, adorada por los nómadas en un remoto rincón del desierto, terminó convirtiéndose en el Dios universal de las tres grandes religiones monoteístas. Basándose en recientes y asombrosos descubrimientos arqueológicos y utilizando penetrantes argumentos históricos, Echánove nos ofrece una perspectiva totalmente novedosa de esta fabulosa historia.

A través de un apasionante recorrido de siglos, el libro nos narra como Yahvé fue incorporando las características de otros dioses. Asimilado primero a Elohim (el dios lunar de los semitas), influido luego por Ormuz (la gran deidad persa), equiparado con el Logos griego e identificado finalmente con el Dios Padre indoeuropeo, Yahvé se transformó en un Dios universal. El concepto cristiano de Dios resume, pues, la historia religiosa de todo el Mundo Antiguo.

La adoración en la Europa del neolítico de una diosa madre primordial, el mito del Dios Ocioso -tan extendido entre numerosas culturas “primitivas”-, la controvertida figura de Ajenatón -el faraón que adoraba al sol-, los indicios de monoteísmo en Creta y Babilonia o la sorprende religión del pueblo nabateo -constructor de Petra-, son algunos de los eslabones de esta fascinante trama.

El misterioso Deuteroisaías, el pensador judío Filón o el filósofo griego Jenófanes, son algunos de los protagonistas de esta saga milenaria. Analizar la evolución histórica del monoteísmo desde la Prehistoria hasta el surgimiento del Islam puede, sin duda, ayudarnos a entender mejor las crisis de radicalismo religioso que sacuden al mundo de hoy.

El monoteísmo sigue influyendo poderosamente en la sociedad actual y definiendo, en gran medida, nuestra psicología colectiva. Riguroso y ameno, este libro, fruto de siete años de investigación, aporta nuevas claves que no dejarán indiferente.

viernes, 15 de enero de 2010

Haití

Estuve en Haití a principio de los 90. Recuerdo bien la pobreza ominipresente, el penetrante olor de la basura acumulada en las calles, el estremecedor sonido de los tambores del vudú por las noches, los estibadores del puerto de Jeremie descargando a mano todo el equipamiento de un hospital entero...pero sobre todo recuerdo esa jovialidad contagiosa de los haitianos, esas ganas invencibles de vivir, de salir adelante, incluso en las circunstancias más adversas.

En aquel tiempo mantuve varias reuniones el edificio de Naciones Unidas que ha colapsado sepultando decenas de personas; recorrí los barrios paupérrimos de las colinas, ahora barridos por la tierra, donde la gente desayunaba lodo y no comía ni cenaba. Nunca en mi vida he visto tanta pobreza como en Haití. Y nunca en mi vida he visto sonrisas más inmensas que en Haití.

Hace dos años un terremoto de escala 7 provocó menos de medio centenar de muertos en Tokio. El Puerto Principe la tierra tembló con esa misma intensidad, pero se llevó por delante a al menos 50,000 personas. Haití no es un país maldecido por la historia o la geografía, es un país maldecido por la pobreza, y en eso Occidente tiene una fuerte dosis de responsabilidad que asumir. Haití es un espejo de la falla global de nuestra sociedad y de nuestro sistema económico y de su incapacidad para tratar a todos los seres humanos del planeta como iguales.

Mis amigos que han trabajado durante años en el castigado país caribeño me envían mensajes desoladores. Y yo me siento profundamente triste e impotente, porque ese dolor inmenso de Haití es mi dolor, es el dolor de todos, de la familia humana.


jueves, 14 de enero de 2010

Reverso

Deslizaté, cuerpo de nubes enhebradas.
Baila al son azul del cielo limpio.
En el verde lecho de la espalda
una lluvia joven se te pierde.

Afilado viento de la tarde
enjuaga tus ojos
sobre el campo.
Barre tu mirar
y hazlo otra nube
que moje esa piel
de prado suave.

(Foto: Luis Echánove)

viernes, 8 de enero de 2010

Campo y playa

Me gustan los mapas demográficos, y ese modo como sueles representar, en diferentes tonalidades, como la población se concentra más en unas regiones que en otras de un determinado territorio. Esa graduación paulatina de los tonos, habitual en la distribución poblacional de la mayor parte de los países europeos, no se da sin embargo en España. Tal y como se muestra en el mapa adjunto (que he copieteado de la Wikipedia, y cuya información se basa en los datos del censo de 2008), los españoles, demográficamente, como en tantos otros aspectos de la vida, nos vamos siempre a los extremos. Pinchad en el mapa para verlo en detalle. En tonillo amarillo palidísimo (denotativo de que en esas zonas viven menos de 30 personas por kilómetro cuadrado) domina todo el interior español, con la excepción de Madrid, Zaragoza y algunos otros centros urbanos. En vívido contraste, en las costas domina un rojo intenso (que indica densidades superiores a los 200 habitantes por Km2).

Lo curioso es que la densidad media española, para todo el país, es actualmente 90 habitantes por km2, lo que podría dar la falsa impresión de que esa es la cifra más o menos habitual a lo largo y ancho del país. Pero ya se sabe como funcionan las estadísticas: Yo tengo dos naranjas, tú no tienes ninguna, ergo estadísticamente tenemos una cada uno. En la práctica, unas zonas de España padecen niveles de despoblación propios del Sahara en tanto en otras la gente se apelotona como en Luxemburgo.

No siempre fue así. De hecho, históricamente, los españoles siempre hemos vivido repartidos de un modo bastante más equitativo. Castilla siempre estuvo mas poblada de lo que esta ahora, y los secarrales de Alicante, Murcia o Almería nunca aguantaron tanta población como en la actualidad.

Un desequilibrio demográfico tan agudo, a la larga, nunca trae nada bueno: acrecienta las desigualdades económicas entre regiones, provoca desastres ecológicos y complica la organización armónica de las infraestructuras.

Y todo por el ladrillo especulativo y el turismo de baratillo. Así nos va.

jueves, 7 de enero de 2010

Vidas corrientes (1)

Sin propósito
Nació en una provincia sin costa, un invierno frío. De la infancia guardó siempre escasos recuerdos, de sus padres algunos más. Los mejores tiempos comenzaron en la Universidad, ya en Madrid. Ni le preguntó como se llamaba y ya se estaban besando, y cuando quiso darse cuenta hacían el amor sobre las yerba de atrás de la facultad. Y después se casaron, compraron una casa, se hipotecaron. El cambió de trabajo tres veces. Ella ninguna, pero quedó embarazada, también tres veces, siempre dos meses después de los cambios de trabajo de su marido. Los dos primeros resultaron en abortos prematuros. Finalmente parió, una hija, oronda, algo vizca desde bebé. Cuando la cría comenzó en la guardería pagar la mensualidad consumía un cuarto del salario paterno, pero no les importaba, o les importaba poco, porque la educación, decía ella, es lo más importante, y aquel era un jardín de infancia excelente. Sí, contestaba él. Ella empezó a tomar barbitúricos cuando la niña entró en la secundaria. Por nada en especial, sólo para calmar una ansiedad tal vez nerviosa, tal vez depresiva. El tardó varios años en apercibirse de la situación. Demasiado tarde. Ella murió de pronto, sobre enpastillada. Él quedó viudo, nunca se casó de nuevo. Su hija conoció a un neozelandés en la universidad al año y medio de la muerte de su madre. Se fueron a vivir juntos a la Gran Isla de Norte. Una vez cada dos años, por Navidad, regresaba a visitar a su padre. Para entonces él ya no trabajaba, gastaba el tiempo dando paseos por El Retiro, jugando al poker en internet y, a veces, yendo al cine a ver películas de cienca ficción. Su hija se divorció un verano, o eso le contó asu padre, aunque tal vez nunca se había casado realmente con aquel tipo de las Antíopodas. regresó a Madrid, pero visitaba poco al viejo. Una vida como otra cualquiera, se decía él cuando echaba cuentas de sus años jóvenes, de sus años de marido, de sus años de padre, de sus años de profesional, de sus años de viudo. Una vida como otra cualquiera, se decía siempre, hasta que de prontó le ocurrió aquello tan extraño. Un tiesto grueso, tachonado de geranios viejos, le cayó en la cabeza, camino del parque, en la calle Menéndez Pelayo, a la altura del número 23. Aún con vida, tendido sobre el pavimento, sin entender aún lo que acababa de ocurrirle, tuvo el tiempo de pensar un poco, no mucho, sólo un poco, apenas lo justo, y después expiró, sin dolor. Su hija se hizo cargo de todos los gastos del funeral y del entierro. Cobró, dicen, una burrada en concepto de indemnización. Con el dinero se compró un coche sencillo y algunos trajes de chaqueta.
Y eso es todo.
(Foto: Juan Echanove)

Voz

Hay una voz que no es tuya ni es mía: es de todos. Esa voz habla un idioma que no puede traducirse, pero todos comprenden. La voz dice siempre lo mismo, desde que el mundo es mundo. A veces en bajo, a veces a gritos, repite siempre una única palabra. No la encontrarás en el diccionario de ninguna lengua viva o muerta. No la busques, tan sólo escúchala.


(Foto: Luis Echánove)

domingo, 3 de enero de 2010

Nómadas

No cambiaria jamás este universo informal donde crecen las semillas de lo absurdo y lo genial.

Se despide del sol despacio, porque sabe que no volverá a verlo igual nunca. Luego abandona el parque y el ruido seco de sus pasos sobre el barro de la senda muere atropelladamente. Camina ahora a ninguna parte por las calles de su ciudad, y abandona la vista, deja volarla libre por los rostros de los demás caminantes, por los sonidos de las otras conversaciones.

Nómada, siempre nómada, con las maletas a cuestas y delante un camino sin retorno. La vida como una aventura abierta ante los ojos. Se pregunta si podría vivir la vida de otro modo, y sabe que ya no, que es tarde para esconderse en su habitación. El mundo le llama, se agarra a las canciones que conoce, a los libros viejos, a su familia, a sus amigos, se agarra para seguir caminando, porque fue condenado a no detenerse.

Tal vez hay una forma de parar el tiempo.

(Foto: Luis Echanove)

Sonrisas

Si mi padre viviera ahora, yo se cual sería su sonrisa al mirar a mis hijos. Si mi padre viviera ahora me diría con su mirada todo aquello que yo necesito escuchar en momentos como este.

Pero hoy vi su sonrisa y escuché su mirada. Fue en rostro de mis hijos, una tarde en el Circo. Ellos devoraban la vida con su mirar absortos hacia la pista, soñando despiertos, atónitos de sorpresa y de alegría.

Y ahí estaba mi padre, en el aire, en las risas, en los ojos brillantes de sus nietos.

(Foto: Luis Echanove)