Una vez un buen amigo me dijo que yo en realidad soy un escritor frustrado. Lo dijo sin ninguna malicia. Todo lo contrario. Pienso que en realidad intentaba darme ánimos para que me tomara más en serio el oficio de escribir.
En realidad, no está nada mal esto de ser un escritor frustrado. Para empezar, aunque frustrado, eres escritor. La especie de los escritores frustrados pertenece al género más amplio de los escritores en general. Para quien gusta de escribir, lo peor, a fin de cuentas, es no ser considerado ni escritor. Si eres escritor frustrado, al menos formas parte de la familia de los escritores, aunque sea en condición de primo lejano y tal vez advenedizo.
Además, es notorio que los escritores frustrados no carecen de cierto glamour. Los autores malditos franceses del diecinueve eran todos escritores frustrados; a Becquer le echaron del trabajo por escribir poemas en horas de oficina; poemas que, por supuesto, no tuvieron éxito alguno mientras el autor vivió. Casi se podría decir que, durante siglos, ser escritor frustrado era un prerrequisito para ser escritor de verdad.
Un escritor frustrado, no tiene necesidad ni obligación de ser leído o de vender sus libros. Preservar la condición no implica esfuerzo alguno por su parte. Ser escritor fustado, en resumen, es notablemente cómodo y llevadero.
De una cosa sí estoy claro: es mucho mejor ser escritor frustrado que escritor frustrante. El escritor frustrado sólo se frustra a si mismo. El escritor frustrante, en cambio, es el que frustra a sus lectores.
En realidad, no está nada mal esto de ser un escritor frustrado. Para empezar, aunque frustrado, eres escritor. La especie de los escritores frustrados pertenece al género más amplio de los escritores en general. Para quien gusta de escribir, lo peor, a fin de cuentas, es no ser considerado ni escritor. Si eres escritor frustrado, al menos formas parte de la familia de los escritores, aunque sea en condición de primo lejano y tal vez advenedizo.
Además, es notorio que los escritores frustrados no carecen de cierto glamour. Los autores malditos franceses del diecinueve eran todos escritores frustrados; a Becquer le echaron del trabajo por escribir poemas en horas de oficina; poemas que, por supuesto, no tuvieron éxito alguno mientras el autor vivió. Casi se podría decir que, durante siglos, ser escritor frustrado era un prerrequisito para ser escritor de verdad.
Un escritor frustrado, no tiene necesidad ni obligación de ser leído o de vender sus libros. Preservar la condición no implica esfuerzo alguno por su parte. Ser escritor fustado, en resumen, es notablemente cómodo y llevadero.
De una cosa sí estoy claro: es mucho mejor ser escritor frustrado que escritor frustrante. El escritor frustrado sólo se frustra a si mismo. El escritor frustrante, en cambio, es el que frustra a sus lectores.
(Foto: Luis Echanove)
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