Certezas e incertidumbres
Una de las aportaciones científicas más apasionantes de la historia del pensamiento humano es tal vez es denominado "principio de incertidumbre" o "problema de la medida", introducido por la física cuántica y conforme al cual,
en el mundo subatómico, el observador altera lo observado por el mero hecho de
su observación. Esta paradoja, demostrada tanto matemática como empíricamente,
socava por completo el supuesto clásico de la existencia de una realidad
objetiva.
Que una noción tan revolucionaria no haya
hecho añicos nuestra interpretación cotidiana de lo existente es algo que
nunca he llegado a entender. A fecha de hoy la mayor parte de la humanidad se
sigue en gran medida dividiendo entre los creyentes en la noción personal y
tradicional de Dios de un lado, y los ateos atrapados en una interpretación
'materialista' y newtoniana de la realidad del otro lado.
La idea de Dios, en su acepción tradicional propia de
interpretaciones estrechas e infantiles de las religiones monoteístas es
completamente incompatible con el pensamiento científico. Pero la creencia
materialista, también miope, de que lo único que existe es este Universo fisico y tridimensional es,
así mismo, irreconciliable con la física cuántica.
Frente al dilema del principio cuántico de
incertidumbre, sólo hay tres salidas viables, entorno a cada una de las cuales
se ha conformado una corriente de pensamiento en la comunidad científica.
Por un lado, queda la opción fácil de renunciar a una
interpretación coherente para explicar porqué la certeza se diluye siempre en
esa irritante impredicitibilidad; esta es la visión propia de la física cuántica tal y como fue formulada inicialmente por Niels Bohr y la
escuela de Copenhague. De modo semejante, las más recientes seguidores de la
teoría del caos también renuncian a buscar una explicación al
principio de incertidumbre. Son, de algún modo, los 'agnósticos' de la
comunidad científica.
Una segunda opción, es aceptar que existe una entidad
más allá de lo estrictamente físico, que no está sujeta a las leyes de la
mecánica cuántica y a la que podríamos llamar conciencia. Si asumimos
teóricamente esta posibilidad, resolvemos automáticamente el problema del
principio de incertidumbre. Nada hay pues de descabellado, científicamente
hablando, en esta hipótesis. Con diferentes formulaciones, esta idea es de
hecho sustentada por algunos de los físicos más importantes. Subyacía en las
formulaciones matemáticas de Von Newman (paradójicamente, uno de los padres de
la bomba atómica) y se ha hecho explicita en el llamado teorema de Bell. Se
podría pensar que es imposible demostrar, con instrumentos y métodos físicos
propios del plano objetivo, la existencia de esta dimensión subjetiva de
la realidad. Pero, por increíble que parezca, varios experimentos recientes parecen demostrar que los fotones y otras las partículas subatómicas
son capaces de ponerse de acuerdo.
La tercera respuesta posible al principio de
incertidumbre es que en realidad existen una infinitud de universos paralelos y
que por tanto todas las opciones posibles suceden, en uno u otro de esos mundos
simultáneos. Esta fascinante teoría fue formulada por vez primera por un oscuro
físico llamado Hugh Everett . Aunque desdeñada en un principio, hoy su validez
es defendida por la mayoría de la comunidad científica (para ser exactos, por
un 58% de los físicos cuánticos consultados en una encuesta realizada hace unos
años en Estados Unidos).
La mayor parte de la humanidad, fuera del diminuto circulo de los matemáticos y los físicos cuánticos, vive (vivimos) ignorando las implicaciones filosóficas y existenciales que estos nuevos paradigmas plantean en respuesta a las preguntas fundamentales de nuestro ser. El vértigo es enorme, pero fascinante.
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