sábado, 16 de noviembre de 2013

Pintar

Desde hace algún tiempo me ha dado por pintar. Siempre he dibujado (en los márgenes de los apuntes de clase, en los espacios en blanco de las libretas de notas durante las reuniones de trabajo, en los cristales esmerilados del coche en los días de lluvia cuando mi madre, de muy pequeño, me llevaba con ella a hacer la compra) pero lo hacía inconscientemente, como quien tiene un tic. Las artes plásticas, en mi familia, siempre han sido eso, un acto reflejo.  Pasé muchas largas horas de mi infancia observando a mi padre hacer acuarelas. Su mirada de concentración, buscando el tono justo, la pincelada precisa, me sigue acompañando cada día de mi vida.

Gasté de crío más tiempo en galerías de arte que jugando en los parques. Las exposiciones  de mi padre  eran, para toda la familia, un ritual cíclico,  donde todo funcionaba con el engranaje de un  taller bien organizado: llevar a enmarcar los lienzos, colgar bien los cuadros, ofrecer el catalogo a los visitantes, colocar los lunares verdes o rojos para las pinturas reservadas o vendidas… pero también con la emoción y el afecto de una ceremonia importante. Cada cuadro vendido era una victoria, un triunfo, y a la vez una pérdida: me gustaban tanto todos que no quería que ninguno se fuera.

Y además, claro, estaban los personajes de comic que dibujaba mi hermano Luis con una soltura fascinante (las verrugas y las arrugas), y las maravillosas esculturas de barro de mi hermana Almudena, y los proyectos de Aránzazu en la carrera de arquitectura… cuadros y más cuadros, dibujos, cuartillas, aguarrás, tubos de pintura, arcilla, tornos… los materiales para crear inundaban todos los rincones, siempre, eso sí, en perfecto orden, garantizado por mi madre.

Todo aquel río de creatividad y buen hacer artístico brotaba solo, fluía de modo constante, con absoluta naturalidad, por todas partes, en todos los momentos. Esa religión nuestra  contaba además con sus propios centros de culto. El museo del Prado era, sin duda, la catedral suprema de esa religión domestica.

Luego, en el camino, no he hecho sino encontrar aliados contagiados por la fiebre secreta de los pinceles y los lápices. César Caballero, Juanma Santomé, Ignacio Huerga, Rocio Charle, Gabriel Munuera…amigos enormes, y enormes artistas.

Desde hace algún tiempo me ha dado por pintar y me importa más bien poco el resultado, bueno, malo o peor, de lo que pinto… porque al fin he aprendido que el secreto, el único secreto del arte, no está en la obra, sino en el acto de crearla.  

Aquí puedes ver los cuadros del sujeto que escribe este blog


Arriba: Detalle de obra del autor de este blog. Abajo, fresco en una lonja de Asturias, de Luis Echanove Mugartegui

2 comentarios:

Mankuso dijo...

"La pintura es más fuerte que yo, siempre consigue que haga lo que ella quiere"
Pablo Picasso

carmela dijo...

Me encanta tu vision familiar en el mundo del arte. Todos habeis sacado una vena artìstica