jueves, 24 de mayo de 2012

Profesionales inverosímiles: Catadores de ajos


La reciente noticia del hallazgo, en los almacenes oficiales castellano-manchegos, de montañas de libros editados por el gobierno regional y de cientos de miles de llaveritos de motivo quijotesco y otros muchos objetos de publicidad institucional, aparentemente adquiridos por la administración autonómica a lo largo de los años y nunca utilizados, me ha sorprendido bastante. El bisabuelo de mis nietos, honrado labrador vecino de los Yébenes, en los montes de Toledo, ha venido recibiendo de manera puntual, durante muchísimo tiempo, gruesos tomos con muchas fotos  (de esos que se hojean cuando los ves por primera vez y ya nunca vuelves a abrirlos en tu vida) publicados con primor por las autoridades manchegas, sobre temáticas tales como 'La cocina de Don Quijote', 'Viajes del Príncipe Felipe por Castilla-La Mancha' o 'Los parques naturales de nuestra región'. Los libros, regalo sorpresa del Gobierno autonómico, eran entregados a domicilio, sin coste alguno para el receptor. Comparada con la habitual práctica de distribuir tales costosas publicaciones exclusivamente entre el círculo de visitantes oficiales o los primos de la autoridad de turno, eso de llevar a la puerta de las casas de los manchegos -donde la hospitalidad abunda pero, generalmente, la literatura falta- esos gruesos tomos de  asunto regional me parece una medida que, aunque tal vez poco eficiente económicamente, resulta de lo mas democrática.

Además de una cierta obsesión fetichista con el protagonista de novela de Cervantes (*),   el otro gran elemento común a todas esas maravillosas publicaciones era el preámbulo, compuesto siempre de las mismas frases más o menos vacías. Prologar obras institucionales es, desde luego, uno de los trabajos mas ingratos que puedan existir.

Hace poco leí con aprovechamiento uno de estos mostrencos: 'El ajo en Castilla la Mancha' se llamaba el libro. Aprendí allí que los ajos morados de Las Pedroñeras poseen el doble de virtudes curativas que las demás clases de ajos, o que el cuarenta por ciento de la producción europea de este bulbo procede de las provincias de Albacete y Cuenca. No obstante, lo que más atención  me llamó del libro fue enterarme de que los ajos de alta calidad, al igual que el vino o los quesos, también se catan. ¿Cabe imaginar en una profesión más ingrata que la de catador de ajos? Es  incluso todavía más desagradecido que trabajar como prologuista de libros institucionales. Me pregunto cual es la tasa de soltería en el gremio; debe resultar elevadísima.   

(Foto: Luis Echanove)

(*) Pese a contar con tantos ilustres personajes históricos de carne y hueso en su pasado, a los manchegos lo que más le gusta es fardar de una persona que nunca existió.

Profesionales inverosímiles: Protonotarios


Hubo un tiempo en que incluía de vez en cuando en el blog entradillas dedicadas a describir empleos extraños. Ascensoristas, piratas o contadores de nubes fueron algunas de las tareas profesionales de las que me ocupé entonces.  No tenía intención alguna de retomar esta serie, pero es que ayer noche,  navegando perdido por la Wikipedia, naufragué por casualidad en la descripción de unos sujetos llamados los protonotarios, y no he podido resistirme.

Contra lo que pueda parecer, los protonotarios no son una variedad paleolítica de los notarios (por cierto: ¿existe alguna profesión más inverosímil – e inútil- que la de notario? Forrase a base de echar firmas con las que no se asume responsabilidad alguna no parece una función que aporte a la sociedad demasiado, la verdad). Los protonotarios son una categoría dentro de la compleja jerarquía de la iglesia católica, o, en palabras de la preclara Wikipedia, un protonotario es 'un  miembro del más alto colegio no episcopal de prelados en la Curia Romana'.

Lo que más caracteriza a los protonotarios es su indumentaria. Yo nunca he visto a ninguno en vivo y en directo, pero, a juzgar por la descripción wikipedistica, me los imagino a medio camino entre una drag queen  y una lagarterana en traje de gala.  Y es que, según los códigos eclesiásticos, los protonotarios, si la ocasión lo amerita,  pueden usar mantelete, llevar una birreta con borla roja y hasta ponerse un roquete de encaje. No tengo una idea muy precisa de  de lo que significa mantelete, birreta o roquete, pero hay que reconocer que son palabras graciosísimas.

Sin embargo, dice la enciclopedia virtual que desde 1969 el 'privilegio' (!!) de llevar calzado eclesiástico de seda y guantes pontifícales les ha sido prohibido. No comprendo el porqué de esta intransigencia; pobrecillos: seguro que les chiflaba ponerse el uniforme de locaza al completo, incluidos todos los complementos.

Pese a tanta banalidad estilística, la figura del protonotario no es, ni mucho menos, meramente figurativa o simbólica. Los protonotarios (cuyo tratamiento es el muy reiterativo 'Reverendissimo Signor Monsignore') ejercen 'ciertas labores concernientes a los documentos papales', aunque no me queda muy claro si siguen firmando las bulas –tarea esta que, hasta hace un siglo, compartían con otros profesionales del ramo, llamados 'abreviadores'.

El fascinante mundo eclesiástico, con su absoluta desconexión de la realidad, sus ritualismos y sus pompas constituya la mejor prueba de que, en el fondo, lo más irracional es lo más duradero.

(Foto: R.S.M. Ignatious Huerga)

miércoles, 23 de mayo de 2012

La foto en el cajón

Entornabas los ojos, casi hasta cerrarlos, y esas arrugas pequeñas, a los lados de tus labios, se marcaban de nuevo…El sol bañaba la plaza. Ahí estábamos: sentados en las escaleras, ante una iglesia barroca (¿de donde era? ¿Praga? ¿Budapest?) Con tus manos abrazando las rodillas, gozando del calor de un verano remoto…así te recuerdo hoy.

(Foto: Ignacio Huerga)

Verano

Hubo un tiempo en que los días duraban a veces como meses enteros, y otras veces eran en cambio breves como un segundo escurridizo. Yo en esa época me levantaba de la cama sin saber en absoluto cuanto tiempo me iba a deparar la jornada por delante.

Si tocaba un día largo, todo podía empezar con un desayuno frugal de tostadas con periódico, eternizarse luego con la modorra de un paseo a ningún sitio, tal vez escuchando música con los cascos (música lenta, por supuesto). Tras un vacío ineludible (las tardes, en verano, son un agujero inmenso en la existencia)  llegaba el placentero principio de la noche. Entraban entonces ciertas ganas de recuperar los cientos de minutos perdidos antes y fácilmente uno se lanzaba en brazos del teléfono: amigos, un bar  y las cervezas.

Si el día en cambio venía corto, entonces desayuno, comida y cena se amalgamaban en una sucesión continuada de gazpachos y pinchos de tortilla, con palabras a tropel aderezándolo todo, y con los sonidos ruidosos y adrenalinicos de Radio Futura marcando el compás. Luego los cubatas de garrafa, los garitos y a ligar –o a intentarlo-. La noche se quemaba como una cerilla que se prende demasiado pronto, convertida en seguida en un patético palillo carbonizado,  para caer después rendido en la cama, agotado, tarde en el reloj, pero tremendamente pronto en tu cabeza.

(Foto: Luis Echanove)

Salvando las distancias

Miras el morral de los recuerdos, y piensas en sacar  uno así, al azar, y luego colocarlo tieso sobre la yerba flaca, arremangarlo un poco, y  echarlo a andar, como quien repara  un  reloj viejo… Pero no. Cazar recuerdos se parece más a mirar hacia abajo al borde de un precipicio que a husmear en una bolsa de objetos lejanos. El fondo del acantilado esta solo a un paso de ti, y sin embargo, te desune de ese punto una distancia enorme, y en realidad infranqueable, a no ser que arriesgues tu propia vida para salvarla, saltando al vacío.

(Foto: Luis Echanove)

lunes, 14 de mayo de 2012

Nunca escribo el remite en el sobre

Estás alegre hoy,
Y por eso mismo triste.

Sonríen tus hijos,
y en sus ojos brillantes
de felicidad sin puertas
tú -ajado por los años-  
quieres ya ver los surcos
tajándoles el sendero,
y los riesgos del tropiezo,
y los cerrojos en las puertas

Dices siempre que la alegría,
en el fondo,
esconde cierta sombra,
como un velo,
o un final anunciado.
Dices… sí, y luego callas,
y los miras otra vez
(a los niños, y a sus ojos brillantes)
y ya no ves las puertas;
solo un raudal, camino del gran mar,
sin linderos.

(Foto: Ignacio Huerga)

miércoles, 9 de mayo de 2012