Y por eso mismo triste.
Sonríen tus hijos,
y en sus ojos brillantes
de felicidad sin puertas
tú -ajado por los años-
quieres ya ver los surcos
tajándoles el sendero,
y los riesgos del tropiezo,
y los cerrojos en las puertas
Dices siempre que la alegría,
en el fondo,
esconde cierta sombra,
como un velo,
o un final anunciado.
Dices… sí, y luego callas,
y los miras otra vez
(a los niños, y a sus ojos brillantes)
y ya no ves las puertas;
solo un raudal, camino del gran mar,
sin linderos.
(Foto: Ignacio Huerga)
No hay comentarios:
Publicar un comentario