viernes, 30 de abril de 2010

Mapas

Brilla un sol tímido sobre el muro de cemento. Las grietas en la pared dibujan el perfil de islas imaginarias. Me fijo con atención en la alargada raja que recorre el espacio gris entre las dos puertas… podría tratarse de una península muy alargada, o de la orilla de una marisma desecándose. La forma inferior, entre el dintel y el tubo oxidado de gas, parece en cambio la línea de demarcación de una región. Más a la derecha, la hendidura oblicua evoca el recorrido de un río serpenteante. Las rugosidades de la pared son, por supuesto, cordilleras y colinas. Los pequeños líquenes adheridos al ladrillo visto forman bosquecillos y espacios naturales. El cielo es el mar, y los vidrios de las ventanas, enormes lagos de aguas brillantes.

En el país de mi pared de enfrente solo viven hormigas y quizás algún caracol. Pero, bien mirado, es en realidad un mapa bastante exacto, a escala uno cien mil, de alguna provincia China poco conocida.

(Foto: Ignacio Huerga)

miércoles, 28 de abril de 2010

Crítica musical

Sensacional concierto de la We Are All Humans Band en Huelva

Pocos veces en tiempos recientes un concierto de percusión había levantado tanta expectación. Las entradas se agotaron el mes pasado, y en la reventa, triplicaron su precio.

Nadie, del numerosísimo publico que abarrotó el campo de futbol del Recreativo de Huelva quedó ayer defraudado por el espectáculo con el que, una vez más, la We All Are Humans Band deleitó a sus entregados seguidores. Desde el primer instante todo el graderío se dejó cautivar por los frenéticos y a la vez armoniosos sonidos del repiqueteo atronador de los tambores, las tumbadoras y bongos. La electrizante atmosfera del ritmo, acompasada por los ingeniosos juegos de luces en el escenario, provocaban en la audiencia una especie de hechizo magnetizante, que atrapaba las voluntades y hacía arrancar chillidos de jolgorio entre los asistentes.

El programa, como era previsible, se inició con algunos de los temas más conocidos del último album de la banda. Los sones tronantes de My Mother Was An Animal Rights Activist despertaron auténticos sollozos entre un público totalmente volcado. Después siguieron melodías más suaves, menos conocidas por los aficionados, extraídas de los primeros discos del grupo, tales como The Moon is Ugly o el sentimental Arkanas Is Just a State of Mind.

Pero fue sin duda la etapa final del concierto la que deparó las mayores sorpresas, y no solo para los fans de la banda musical, sino también para las fuerzas del orden desplegadas discretamente por el estadio de fútbol. Praxíteles Smith, el líder del conjunto, lanzó de súbito una arenga bien articulada sobre los beneficios espirituales que el sonido de la percusión genera. 'Podemos hacer percusión con cualquier cosa' -vino a decir-, y de inmediato, los más de cuarenta miembros de la We All Are Humans Band saltaron del escenario, blandiendo sus palillos y mazas de aporrear tambores, y comenzaron frenéticamente a golpear con ellos a los asistentes con saña feroz.

Este corresponsal pudo entrevistar horas después en el Hospital del Perpetuo Socorro de Huelva a algunos de los contusionados. 'Es el mejor espectáculo al que he asistido en toda mi vida', declaró una sonriente forofa del grupo, magullada gravemente en el antebrazo y en la cabeza.

(Foto: Luis Echanove)

martes, 27 de abril de 2010

Critica Literaria

'El espejo esmerilado' (Amancio Díaz Lafuente, Ediciones Destierro, Madrid 2010)

Finalmente, tras años de espera, Amancio Díaz Lafuente nos deleita de nuevo con una novela vibrante, chisposa, casi sensual. No es un libro de lectura fácil, bien es cierto. Si pensamos en su producción anterior, sobre todo en su narrativa de juventud, vienen enseguida a nuestra mente títulos tales como 'Marasmo en Babia' o 'Las aventuras de un conserje transexual', donde el retruécano y la aliteración parecen pesar más que la propia trama. Es en tales obras, un tanto arcanas, donde hay que buscar la veta creativa que Díaz Lafuente ha decidido explorar de nuevo en esta su última genialidad literaria. No espere pues el lector vivificantes narraciones como las de 'Cosmonáutica para jubilados' o 'Ecuaciones disfuncionales', ni tampoco sagaces perfiles de personajes tales como los que cabe encontrar en esa deliciosa serie de cuentos cortos ('Vivir del cuento') tan bien recibidos por el gran público y por una cierta crítica ligera. La ultima novela de Díaz Lafuente es, muy por el contrario, una sesuda pieza de laboratorio, un destilado de ingredientes diversos, arreglados con esmero en una sinfonía de descripciones algo barrocas, pero a la vez certeras.

Sin ánimo de revelar la trama, esbocemos al menos lo general del trasunto de la obra: El protagonista, Federico Portales Muro, vive acongojado bajo la certeza de su próxima muerte, aunque nada en concreto parezca en principio amenaza su bien establecida existencia. Una serie de sucesos, a veces cómicos, otras marcadamente violentos, terminan por fin en conducir al sujeto a un estado nervioso tal que, efectivamente, muere (o parece que muere, esto el autor no lo deja claro). Nada hay, en tal argumento, que invite pues al sosiego. Y sin embargo, la novela, en sí misma, transmite una cierta calma, debida tal vez al ritmo lento con el cual Díaz Lafuente engalana su estilo novelístico.

Obra pues de lectura obligatoria para todos aquellos que, a fin de cuentas, aun piensen que leer no es una perdida de tiempo.

Como nota curiosa, recordemos que el libro se vende el formato de rollo de papel higiénico (eso sí, plastificado).

Foto: Luis Echanove

Portón cerrado

El niño permaneció cabizbajo bajo el árbol mucho tiempo. Quería jugar, peor no lo hacía. Solo miraba a los demás muchachos correr, frente a él. Pasaron unos minutos, minutos de niños, que duran como las horas de los adultos. Al final, sin ninguna razón, echó a andar, sin dirección, entre los árboles, por la trocha que se enfilaba rectilínea hacia la verja de acceso al parque. Ya desde lejos vió que las enormes puertas de hierro no estaban abiertas. Sólo cuando llego frente a ellas se dio cuenta de que un herrumbroso candado las trancaba. Se asustó un poco. Recorrió a paso ligero todo el gran jardín, hasta el otro extremo, el que daba al río. También ese otro portón estaba cerrado. Se puso nervioso. El sol estaba bajando deprisa, pero aún no era tarde. Cayó de pronto en la cuenta que ya nadie quedaba en el parque. Los niños ya no corrían. Los enamorados ya no se besaban en los bancos. Los ancianos no jugaban al dominó en el poyete de piedra junto al parterre. Solo había silencio. Un silencio espeso, cortado a ratos por rachas de viento fresco que movían las hojas de los grandes plátanos. Comenzó a caminar por la vereda que discurría paralela al alto muro de ladrillo que circunvalaba el parque. Buscaba alguna otra escapatoria, algún hueco en el cercado. Nada. No había más salidas. El tiempo pasaba, pasaba deprisa, ya no a la velocidad de los niños, si a la escala de los mayores. Y el tiempo se hizo horas, y luego días, después meses. Y el niño, que ya no es niño, aun recorre los senderos del parque vacío.

(Foto: Luis Echanove)

Cielo negro

Y tu dices que la lluvia te duele, pero yo sigo mirando a través de la ventana y solo veo gotas, gotas que humedecen los vidrios, gotas que rascan el aire y que envuelven mis recuerdos.

(Foto: Luis Echanove)

viernes, 23 de abril de 2010

Geografía del absurdo

4. No-país
Nos hemos ocupado en otras entradillas del blog de rarezas de la geografía tales como los que yo he llamado países inexistentes (los que se creen que existen, peor no existen), los países subconscientes (los que existen, pero no saben que existen), y también los países accidentales (los que existen por error, no por voluntad propia). Pero en afán absurdo de rizar el rizo, hete aquí que voy afrontar ahora la posibilidad mas intrincada de todas: ¿Existe algún lugar de la Tierra que no pertenezca a ningún Estado? ¿Existe pues, algún no-país? Me refiero, claro está, a la tierra firme, porque los océanos (salvo las aguas territoriales) no se encuentran bajo la soberanía de ninguna nación.

Está, obviamente, el caso de la Antártida. Aunque diversos Estados (como Nueva Zelanda, Chile, Noruega o Estados Unidos) mantienen reclamaciones territoriales sobre pedazos del continente helado, en realidad no ejercen soberanía firme sobre esos territorios antárticos que reclaman. La comunidad internacional, además, no reconoce esas reclamaciones. Por otra parte, hay una enorme porción de la Antártida, tres veces mayor que España, que nadie ha reclamado nunca. Se llama la Tierra de Marie Byrd y es, pues, en estricto sentido, una terra nullius, que os como pedantemente llaman los expertos en derecho internacional a la 'tierra de nadie', es decir, a los territorios sobre los que ningún país ejerce soberanía ni la ha nunca pretendido ejercer.

Pero el caso de la Antártida es lo bastante conocido como para que no merezca mucho la pena elaborar mas sobre el asunto aquí. Así pues, aparte de ese inhóspito mundo de nieve, ¿hay alguno otro sitio en nuestro planeta que no forme parte de ningún país establecido? Algunos juristas han intentado demostrar, con complejos argumentos, que ciertos territorios ocupados ilegalmente, como Cisjordania o el Sahara Occidental, son, legalmente, y hasta que no se conviertan en países independientes, 'tierra de nadie'. No creo que ni los palestinos ni los saharauis estén muy contentos con la calificación. Por otra parte, en ambos casos se trata de territorios administrados por las potencias ocupantes respectivas (Israel y Marruecos), así que no se trata exactamente del fenómeno especifico que yo ando buscando, a saber: lugares donde ningún país ejerza soberanía de ningún tipo, sea esta legal o ilegal.

Cuando ya estaba a punto de tirar la toalla y rendirme a la evidencia de que, en el mundo de hoy, encontrar un pedazo de tierra fuera del control de las Naciones-Estado era una tarea imposible, de forma un tanto casual he dado por fin con el único rincón de la Tierra (a parte de la Antártida) donde no manda nadie: se llama el Triangulo de Bir Tawil (aunque en realidad tiene forma de trapecio), y consiste en 2060 Km2 cuadrados (la misma extensión que la provincia de Vizcaya) de pedregales, entre Egipto y Sudan. Pese a que en Bir Tawil hay algún que otro pozo de agua y las condiciones para la vida humana, aunque inhóspitas, no son tan poco imposibles, allí no vive absolutamente nadie.

En una rara excepción a la natural tendencia de los países de reclamar para si más y más territorios, resulta que Bir Tawil, en cambio, no atrae el interés de nadie. Por el contrario, los Estados con los que la zona colinda rechazan ninguna pretensión de dominio. Muy elegantemente, Egipto dice que Bir Tawil debería ser sudanés, y Sudan piensa que debería ser Egipcio.

Es difícil de imaginar, pero en Bir Tawil no se aplica ninguna ley, no hay impuestos, ni autoridad de ni ningún tipo. Tampoco hay carreteras, pueblos ni ningún otro rastro de presencia humana.

Es virtualmente imposible conseguir fotos de Bir Tawil (al margen de las que captan los satélites), por la simple razón de que, en principio, nadie que se sepa (al menos en el ultimo siglo) ha estado nunca allí. Al no haber autoridad, nadie puede darte un visado para visitar Bir Tawil. No hay manera humana de acceder legalmente, aunque quieras, porque no hay ningún acceso abierto ni desde Egipto por ni desde Sudan (sería absurdo mantener una aduana con un país que no existe). Aunque, a decir verdad, algunos buscadores de rarezas en Google Earth (victimas de una variedad de idiocia que yo mismo a veces padezco) han encontrado rastros de huellas de jeeps aquí y allí entre las arenas de Bir Tawil. Vaya usted a saber de quien se trata.

Bir Tawil es, sin duda, el mejor escondite del mundo para huir de la justicia. Ninguna autoridad de la Tierra podría detener legalmente a un malhechor que se escondiera allí. Si yo fuera la CIA, no dudaría en buscar a Bin Laden por esos andurriales. Es también el territorio perfecto para que cualquier colgado que quisiera crear su propio país viera cumplido su sueño: Le bastaría encontrar el modo de llegar, instalarse por un tiempo y después proclamarse soberano del lugar. La mayor parte de la gente que ha intentado alguna vez una idea semejante ha optado por soluciones mucho más complicadas, del tipo construirse una isla artificial en medio del mar. Un diseñador grafico que quisiese darse notoriedad podría proponer una bandera. A los medios, la idea de inventar un un Estado de este modo sin duda las fascinaría. Bir Tawil también podría resultar atractivo para crear una comuna anarquista, o para abandonar residuos nucleares y que nadie pudiera decirte nada de nada. En fin, Bir Tawil es un potencial paraíso para el caos en todas sus formas.

Bir Tawil es el agujero negro de la geopolítica, la excepción absoluta a todas las normas del derecho internacional. Es el perfecto 'no-país'.

Fotos: Luis Echanove y Bir Tawil en GoogleEarth®

jueves, 8 de abril de 2010

Con la Iglesia hemos topado

La impostura de la respuesta de la Iglesia Católica ante el aluvión de casos probados de pederastia por parte de los miembros de su clero en todo el mundo no dejará nunca de sorprenderme.

Supongamos por un momento que otra entidad internacional de cualquier tipo (digamos, por ejemplo, la Cruz Roja Internacional, o la empresa Coca Cola, o la Iglesia Adventista del Séptimo Día) se hubiera visto envuelta en una riada de casos de pederastia en docenas de países diferentes, a lo largo de décadas, y que hubiera actuado durante años tapando los sucesos, manipulando la información y dando cobertura a los abusadores de niños. Lo más probable es que tal organización hubiera pasado a ser considerada prácticamente como una red pedofila organizada, y habría terminado disuelta, o al menos con sus más altos responsables encarcelados. Todos sabemos que nada de eso sucederá con la Iglesia Católica, cuyo único paso hasta el momento ha consistido primero en negarlo todo, y luego al final pedir perdón, pero a la vez comprando el silencio de las victimas con dinero sacado del cestillo de la recaudación dominical.

Hay por supuesto decenas de miles de sacerdotes católicos de conducta intachable y millones de fieles en el mundo que se identifican con el catolicismo y que cuya fe merece todo el respeto. La actitud oscurantista de la jerarquía eclesiástica en todo este asunto solo está sirviendo de hecho que una creciente parte de la sociedad se pregunte si la Iglesia en cuanto tal, merece de verdad algún respeto, visto lo visto. Y, por supuesto, esta además minando la confianza de muchísimos de sus fieles.

Si el Vaticano tuviera algún interés sensato en de verdad proteger la reputación de la institución que representa, debería de inmediato entregar a la justicia a todos los notorios pedófilos que acoge en su seno y afrontar una reflexión profunda sobre las causas de fondo del problema. Y todos sabemos cuales son esas causas: la imposición del celibato y la represión de la sexualidad hasta extremos psicopatológicos. Claro está que la pedofilia no es un monopolio de la Iglesia Católica. Desgraciadamente, es una lacra social que se puede producir en el seno de cualquier grupo humano. Pero también es cierto que la tasa de abusadores de menores entre el clero católico rebosa con creces la de cualquier otro grupo profesional.

No es casualidad que en el clero protestante y en ortodoxo no se haya dado este fenómeno de pedofilia a escala masiva propio de la Iglesia católica. Los pastores evangélicos y los curas griegos o rusos se casan y mantienen una actividad sexual perfectamente habitual. En ninguno de estos grupos religiosos la pedofilia es un problema importante, porque su clero vive una vida sexual adulta e integral.

Los apóstoles se casaban, y nada impide dudar que llevaban una vida marital normal. Durante la mayor parte de su larga historia, la Iglesia permitió el matrimonio de sus sacerdotes, y de hecho, lo sigue permitiendo, en algunos casos particulares: los curas católicos de rito no latino pueden contraer matrimonio. No existe ninguna razón teológica, evangélica, moral, histórica o práctica que justifique el celibato obligatorio de los religiosos de rito latino. Sólo a aquellos que optan por una existencia realmente contemplativa, como los monjes, debería pedírseles una opción por el celibato.

Hasta que esta infame patraña de represión interna de la sexualidad adulta y normal no acabe, la Iglesia nunca se desembarazará del estigma de ser vista casi como una asociación pedofila encubierta.

Profesiones inverosímiles

(4) Clasificador de nubes

Hace unos meses di por conclusa una pequeña serie de entradas dedicadas a profesiones inverosímiles. En ella daba cuenta de trabajos más o menos disparatados, tales como el de ascensorista, pirata o taxidermista. Ahora, perplejo, descubro que existe una profesión mucho más extravagante que ninguna de aquellas: la de clasificador de nubes.

De algún modo, en nuestra infancia, todos hemos sido clasificadores de nubes en categoría amateur: Cada vez que mirábamos arriba un día nuboso y buscábamos perfiles de objetos cotidianos en las texturas algodonadas del cielo ('esa parece un pescado, esa parece la cara de un viejo, esa parece el casco de Mazinger Zeta') estábamos, de hecho, clasificando nubes a nuestra manera. Pero normalmente, al llegar a la edad adulta, casi todos los humanos perdemos esa querencia por imaginar formas en los objetos amorfos, de modo que dejamos de mirar a las nubes. Contemplar las nubes, cuando se es adulto, está incluso bastante mal visto. La practica de perder la mirada en el cielo, entre las personas mayores, es tenida por un síntoma de despiste o incluso de idiocia incipiente.

No obstante, algunos empecinados seres logran continuar con su afición nebulosa bien pasada la infancia y consiguen incluso hacer de su observación nebular una autentica profesión. Son los clasificadores de nubes.

Pero, ¿hay acaso tantos tipos de nubes ahí arriba como para dedicar una vida entera al menesteroso arte de clasificarlas? En principio todos hemos estudiado en la escuela (aunque casi ninguno lo recordemos) que existen cuatro diferentes clases de nubes: estratos, cúmulos, cirros y limbos; además, cuando una nube tiene una forma a medio camino entre algunas de estas variedades básicas, se la puede llamar cirroestrato, limbocúmulo y demás combinaciones de cuatro elementos tomados de dos en dos. Con todo, el numero total resultante de posibles variedades no es demasiado alto (también todos hemos estudiado combinatoria en la escuela y, al menos en mi caso, he olvidado sus reglas).

Como en tantas otras cosas, nuestros maestros nos mintieron, tal vez piadosamente sí, pero nos mintieron. En realidad existen, literalmente, cientos de clases de nubes, todas perfectamente catalogadas por los expertos en la materia. Anualmente, el International Cloud Atlas, que la Organización Meteorológica Universal lleva publicando desde el siglo XIX, relaciona, describe e ilustra todas las clases de nubes clasificadas hasta el momento.

Como si se tratase de plantas o paramecios, las nubes, oficialmente, se clasifican en géneros o familias, y estas a su vez en especies y variedades, con nombres tan evocadores como altostratus mammatus, pileus o la recientemente descubierta especie asperatus. El pobre cumulus mediocris no debe ser una variedad demasiado espectacular. A veces sus nombres pueden inducir a cierta confusión. El altocúmulo castellano (altocumulus castellanus) no se llama así porque abunde especialmente en Palencia o Burgos, sino por su forma de fortaleza.

Los humanos tenemos una capacidad inmensa (y perversa) para racionalizar todo cuanto nos rodea… incluidas las etéreas, vagas, poéticas e inasibles nubes del cielo. Esa capacidad es nuestra mayor condena.

(Foto: Luis Echanove)

Los libros en Bordinia

La República de Bordinia no es un país grande. Tampoco pequeño. Ni es muy rico ni es muy pobre. Su historia se diferencia poco de la de sus naciones vecinas. No hay inmensas cordilleras en su suelo, ni playas tropicales que atraigan a muchos turistas. Y es que Bordinia, mal que les pese a los bordinios, es un lugar más bien insulso en casi todo… salvo por un curioso detalle: en Bordinia los libros se escriben solos.

Nadie, pues, escribe libros en Bordinia. Sin embargo, como todo el mundo sabe, existe una floreciente literatura nacional bordiniense. Lo que sucede, a diferencia de cualquier otro lugar del mundo, es que en Bordinia los libros se escriben a sí mismos. No hay por tanto novelistas, poetas o ensayistas. Sólo lectores, lectores de libros que nadie ha escrito, lectores de libros a veces buenos, a veces malos… libros al fin y al cabo, pero sin autor.

Los libros aparecen en Bordinia de los modos más diversos. A veces un funcionario, al inventariar los tomos de una biblioteca pública, descubre de pronto con asombro un par de ejemplares nuevos, escritos por nadie, escondidos detrás de un anaquel remoto. El hallazgo también puede suceder en la estantería del salón de casa de un ciudadano cualquiera, o en el escaparate de una librería local. Más raramente, aunque a veces sucede (sobre todo si se trata de tomos sobre biología o geología), las nuevas publicaciones aparecen tiradas sobre la yerba de un jardín público, o escondidas dentro del tronco de un roble viejo en algún parque natural.

Se cuenta que la Historia del Guerrero de la Piel de Oso, la obra cumbre de las letras bordinias (un larguísimo relato épico en rima asonante sobre caballeros brabucones, princesas melindrosas y batallas sangrientas) fue encontrado hace siglos escondido entre las piedras de un castillo antiguo.

Una vez se halló un nuevo libro flotando sobre las aguas del Mar de Bagal, que baña Bordinia por el oriente. Se trataba de una de esas ediciones de tapas de plástico blando para que los niños pequeños lean a la hora del baño.

Hace mucho que los bordinios dejaron de preguntarse quien escribe sus libros. Saben bien que la pregunta carece de respuesta.

(Foto: Luis Echanove)

Fin del mundo

Acabo de llegar de dos días de viaje de trabajo por una comarca remota de Georgia, junto a la frontera con Turquía. Es una zona de población armenia, una gran planicie de 2,500 metros de altitud rodeada por las cumbres del Pequeño Cáucaso, salpicada de pueblillos de piedra azotados por el viento. Esta vez las supras o brindis tradicionales han sido con brandy Ararat, que mata menos el hígado que la chacha (el aguardiente del Cáucaso) o el vinazo. He visitado cooperativas de productores de patata y también una aldea de pastores, al borde mismo de la frontera turca, junto a un lago helado inmenso.

De vez en cuando me toca visitar el fin del mundo.
(Foto: Paloma Llopis)

Leyenda gris

Bajo la denominación amplia de la leyenda negra española se suele hace hacer referencia al conjunto de ácidas críticas a la España Imperial, la del Siglo de Oro. Quitarnos el sentimiento de culpabilidad que la leyenda negra nos ha generado durante siglos ha formado parte del esfuerzo permanente de reescribir nuestra propia historia nacional.

Aunque tendemos a pensar que la leyenda negra fue una suerte de campaña difamatoria orquestada por las potencias entonces enemigas de España (Inglaterra y Francia), lo cierto es que su creador original fue un valido (o como diríamos hoy, un primer ministro) de Felipe II: El aragonés Antonio López, despechado al perder el favor real, terminó encontrando refugio fuera de España y, desde su exilio, se ocupó a conciencia en criticar a su país. Por supuesto, sus vitriólicas acusaciones, en parte ciertas, en parte exageraciones, en parte simples libelos, encontraron inmediato eco en toda Europa.

Frente a la leyenda negra, se construyó después, en el imaginario colectivo de los españoles, una leyenda blanca, muy en boga durante el franquismo, según la cual, todas las críticas resultaban infundadas. La España Imperial, según esta contra tesis, no sólo no fue en absoluto monstruosa, como los historiadores extranjeros nos querían hacer pensar sino que, muy por el contrario, constituyó un dechado de virtudes, un espejo inmaculado de civilidad. Algunos historiadores de la derecha actual han vuelto a reavivar esta leyenda blanca sin rubor alguno.

La verdad, como casi siempre, se encuentra en algún punto a medio recorrido entre ambas interpretaciones extremas.

Dos son los principales polos entorno a los cuales se construye la leyenda negra: Uno es el de la intransigencia religiosa española (la inquisición, los Autos de Fe, Torquemada) y otro, las supuestas atrocidades durante la conquista de América.

Respecto del primero, en lo fundamental, la leyenda negra responde a una profunda y tristísima verdad. Bien es cierto que la Inquisición no se inventó en España (sino en Francia), y que los tribunales del Santo Oficio mandaron quemar herejes en toda Europa, con igual o mayor saña que al sur de los Pirineos. Pero en ninguna parte logró el Santo Tribunal tanta influencia política como en España. Más allá de la Inquisición como institución represora de la disidencia religiosa, lo que además existió en los reinos de la monarquía española fue una auténtica obsesión, casi semejante a la de los nazis siglos después, con la noción de la pureza de sangre. En la España del Siglo de Oro ser morisco, converso o mostrar la menor mácula genealógica de un origen no “cristiano viejo” (por ejemplo, tener un tatarabuelo judío), suponía de inmediato ser un ciudadano de segunda fila, sin acceso a los puestos públicos, sometido a mayores cargas fiscales y siempre sospechoso de herejía. No es casualidad, pues, que en España no hubiera casi reformistas y que las pocas raíces que el protestantismo logró echar fueran arrancadas sin contemplaciones.

Ese nivel de intolerancia religiosa, en grado extremo, no se produjo en ningún otro lugar de la Europa del momento con tanta intensidad, salvedad hecha de la ciudad de Ginebra bajo el déspota y psicótico Calvino. La España Imperial fue, antes que nada, una sociedad racista y obsesiva con la religión, a escala comparable a la de Arabia Saudí o Israel hoy. Así pues, en este flanco, no nos queda otra sino admitir sin más la mucha verdad contenida en las acusaciones vertidas sobre España por la leyenda negra.

En el otro ámbito al que arriba nos referíamos, el del supuesto salvajismo español en la conquista del continente americano, la leyenda negra es, principalmente, sólo eso…una leyenda con muy escaso fundamento. España no esclavizó a la población amerindia americana (toda vez que nuestros teólogos reconocieron un alma en los nativos, lo cual, para la época, no era poco avance moral). España se vio mínimamente envuelta en la trata de esclavos desde Africa: Holandeses, portugueses, ingleses y daneses fueron los amos de este sucio negocio.


Comparativamente, en la mayor parte de América Latina el porcentaje de población indígena es infinitamente superior al que cabe encontrar en Australia, Estados Unidos o Canadá. Los conquistadores peninsulares, salvo excepciones escasas, jamás llevaron a cabo campañas sistemáticas de extermino a la población local. De hecho, mostraron más crueldad con su propia mayoría indígena las republicas americanas independizadas de la que jamás ejerció la Corona española sobre sus súbditos nativos. En Argentina se practicaba la caza de indios en el siglo XIX, en El Salvador el genocidio de las etnias amerindias se produjo a inicios del XX. En Guatemala, duró hasta hace década y media. No viene mal recordar tampoco el recordar que el Imperio más sanguinario en la historia del continente americano no fue el español, sino el azteca.

No pretendo ni mucho menos negar los evidentes abusos de los conquistadores ibéricos (en general, una pandilla de ávidos rapiñeros) pero, puesta en su contexto histórico, la colonización Española de América Latina fue marcadamente más blanda que casi todas las ocupaciones coloniales ocurridas en la historia moderna y contemporánea. La 'epopeya' americana no es motivo del que debamos estar extremadamente orgullosos, por supuesto, pero tampoco algo que deba llevarnos a una constante exculpación. Y, a fin de cuentas, los descendientes de aquellos españoles colonizadores, autores de tales posibles desmanes, no somos nosotros: Son, ni más ni menos, los criollos que aun ejercen de casta dominante en la mayor parte de las republicas americanas.

Siempre hemos sido un pueblo un tanto dado a los extremos, pero ya es tiempo de que asumamos que nuestro pasado, como el de casi todas las naciones, no se escribió en blanco, ni tampoco en negro, sino más bien en tono gris.

(Foto: Ignacio Huerga)

miércoles, 7 de abril de 2010

Cuentos


Conozco a un artesano que fabrica camafeos de marfil de mamut en su tienda de un callejón peatonal del viejo Tiflis.

Cené hace poco con ciertos diplomáticos franceses que, tras agotar pronto los consabidos temas introductorios obligatorios en tales tesituras (discusiones sobre vinos, quesos y champagne) derivaron enseguida la conversación al asunto de los escarceos amorosos de los filosóficos existencialistas y a las interpretaciones eróticas de los cuentos de Rabelais –y es que, como todo el mundo sabe, los diplomáticos franceses se pasan la vida hablando de sexo, aunque disfrazando el asunto de un baño de intelectualidad.

Hace un par de semanas, en una aldea de pastores junto a la frontera turca, a orillas de un lago helado rodado de colinas verdes, un viejo ovejero me contó que su vecino mató a catorce lobos el invierno pasado, en venganza por la muerte a dentelladas de una cordera a manos de una camada.

Ayer envié al gobierno georgiano una rotunda carta de queja porque los cursos de formación para fareros que imparte la escuela náutica de Batumi no cumplen en absoluto los estándares europeos.

Mi amigo Juanma me escribió recientemente comentándome que al mago con el que comparte taller se le ha escapado la alondra que usaba en sus trucos.

El Jueves Santo, en el monasterio de Mesjeta, un coro de monjas en hábito negrísimo y con más pelos en el bigote que una cuadrilla de la Guardia Civil, logró conmoverme hasta la medula con su música polifónica. Mientras, haces de luz polvosa se filtraban oblicuamente através de las claraboyas de la cúpula central.

Un viejo campesino azeri al que conocí casualmente en un reciente viaje de trabajo, ha descubierto una variedad especial de maíz que permite fabricar palomitas sin utilizar aceite ni mantequilla.

La vida es una sucesión de argumentos para cuentos. Escribirlos o no es, a fin de cuentas, lo de menos.

(Foto: Ignacio Huerga)

martes, 6 de abril de 2010

Preguntas y respuestas

El día en que empezó a hacerse preguntas…ahí empezaron sus problemas. Antes era todo mucho más sencillo. Esas preguntas, no obstante, no eran una fabricación suya. Maquinar cuestiones nuevas no entraba dentro de sus facultades habituales. Las preguntas comenzaron a hervir solas en su cabeza. Veían la luz igual que los conejos saliendo de la chistara de un mago. Cerraba los ojos antes de dormir y, al filo mismo del momento en que el sueño le vencía ¡zas! ahí estaban, las nuevas preguntas fluyendo a borbotones dentro de sus neuronas. Algunas, a decir verdad, no eran tan nuevas, solo refritos de preguntas viejas, empaquetadas ahora en embalajes distintos. Esas él las sabía reconocer fácilmente. Otras, aunque nuevas, parecían tan poco conectadas con el resto de sus vida y de sus pensamientos que, más que preguntas, parecían simples alucinaciones. Las más temibles eran esas que, aun recordándole algo vivido o sentido, aportaban además un elemento nuevo, un ángulo diferente y misterioso.

No era el único que tardaba en conciliar el sueño en el edificio. Dos pisos más abajo, alguien a quien apenas conocía por encuentros fugaces en el ascensor e intercambios banales de saludos en el portal, tardaba también más de la cuenta en dejarse dominar por el cansancio nocturno. Ese alguien no se hacia preguntas…ese alguien solo recibía respuestas, respuestas surgidas de la nada, respuestas a preguntas que nunca antes se había formulado….respuestas a preguntas hechas dos pisos más arriba.

(Foto: Ignacio Huerga)

Cáucaso

Las cumbres nevadas, cuando el viento sopla, congelan también los pensamientos. La mente queda en suspenso, contemplando las formas sedosas de la nieve brillando sobre las laderas.

Los juegos de sombras forman texturas de una suavidad imposible. Quisiera ser un gigante y tocar con mi enorme mano esa espuma de copos que cubre las montañas. Las caricias de mis dedos sobre el manto blanco tal vez adormezcan a la cordillera.

O puede más bien que la despierten de su letargo de siglos y entonces la montaña decida al fin sacudirse las nieves eternas y mostrar desnudas las rocas vivas, las aristas punzantes, el corazón pétreo escondido bajo esa erótica piel de blanco resplandeciente.
(Foto: Paloma Llopis)