(4) Clasificador de nubes
Hace unos meses di por conclusa una pequeña serie de entradas dedicadas a profesiones inverosímiles. En ella daba cuenta de trabajos más o menos disparatados, tales como el de ascensorista, pirata o taxidermista. Ahora, perplejo, descubro que existe una profesión mucho más extravagante que ninguna de aquellas: la de clasificador de nubes.
De algún modo, en nuestra infancia, todos hemos sido clasificadores de nubes en categoría amateur: Cada vez que mirábamos arriba un día nuboso y buscábamos perfiles de objetos cotidianos en las texturas algodonadas del cielo ('esa parece un pescado, esa parece la cara de un viejo, esa parece el casco de Mazinger Zeta') estábamos, de hecho, clasificando nubes a nuestra manera. Pero normalmente, al llegar a la edad adulta, casi todos los humanos perdemos esa querencia por imaginar formas en los objetos amorfos, de modo que dejamos de mirar a las nubes. Contemplar las nubes, cuando se es adulto, está incluso bastante mal visto. La practica de perder la mirada en el cielo, entre las personas mayores, es tenida por un síntoma de despiste o incluso de idiocia incipiente.
No obstante, algunos empecinados seres logran continuar con su afición nebulosa bien pasada la infancia y consiguen incluso hacer de su observación nebular una autentica profesión. Son los clasificadores de nubes.
Pero, ¿hay acaso tantos tipos de nubes ahí arriba como para dedicar una vida entera al menesteroso arte de clasificarlas? En principio todos hemos estudiado en la escuela (aunque casi ninguno lo recordemos) que existen cuatro diferentes clases de nubes: estratos, cúmulos, cirros y limbos; además, cuando una nube tiene una forma a medio camino entre algunas de estas variedades básicas, se la puede llamar cirroestrato, limbocúmulo y demás combinaciones de cuatro elementos tomados de dos en dos. Con todo, el numero total resultante de posibles variedades no es demasiado alto (también todos hemos estudiado combinatoria en la escuela y, al menos en mi caso, he olvidado sus reglas).
Como en tantas otras cosas, nuestros maestros nos mintieron, tal vez piadosamente sí, pero nos mintieron. En realidad existen, literalmente, cientos de clases de nubes, todas perfectamente catalogadas por los expertos en la materia. Anualmente, el International Cloud Atlas, que la Organización Meteorológica Universal lleva publicando desde el siglo XIX, relaciona, describe e ilustra todas las clases de nubes clasificadas hasta el momento.
Como si se tratase de plantas o paramecios, las nubes, oficialmente, se clasifican en géneros o familias, y estas a su vez en especies y variedades, con nombres tan evocadores como altostratus mammatus, pileus o la recientemente descubierta especie asperatus. El pobre cumulus mediocris no debe ser una variedad demasiado espectacular. A veces sus nombres pueden inducir a cierta confusión. El altocúmulo castellano (altocumulus castellanus) no se llama así porque abunde especialmente en Palencia o Burgos, sino por su forma de fortaleza.
Los humanos tenemos una capacidad inmensa (y perversa) para racionalizar todo cuanto nos rodea… incluidas las etéreas, vagas, poéticas e inasibles nubes del cielo. Esa capacidad es nuestra mayor condena.
Hace unos meses di por conclusa una pequeña serie de entradas dedicadas a profesiones inverosímiles. En ella daba cuenta de trabajos más o menos disparatados, tales como el de ascensorista, pirata o taxidermista. Ahora, perplejo, descubro que existe una profesión mucho más extravagante que ninguna de aquellas: la de clasificador de nubes.
De algún modo, en nuestra infancia, todos hemos sido clasificadores de nubes en categoría amateur: Cada vez que mirábamos arriba un día nuboso y buscábamos perfiles de objetos cotidianos en las texturas algodonadas del cielo ('esa parece un pescado, esa parece la cara de un viejo, esa parece el casco de Mazinger Zeta') estábamos, de hecho, clasificando nubes a nuestra manera. Pero normalmente, al llegar a la edad adulta, casi todos los humanos perdemos esa querencia por imaginar formas en los objetos amorfos, de modo que dejamos de mirar a las nubes. Contemplar las nubes, cuando se es adulto, está incluso bastante mal visto. La practica de perder la mirada en el cielo, entre las personas mayores, es tenida por un síntoma de despiste o incluso de idiocia incipiente.
No obstante, algunos empecinados seres logran continuar con su afición nebulosa bien pasada la infancia y consiguen incluso hacer de su observación nebular una autentica profesión. Son los clasificadores de nubes.
Pero, ¿hay acaso tantos tipos de nubes ahí arriba como para dedicar una vida entera al menesteroso arte de clasificarlas? En principio todos hemos estudiado en la escuela (aunque casi ninguno lo recordemos) que existen cuatro diferentes clases de nubes: estratos, cúmulos, cirros y limbos; además, cuando una nube tiene una forma a medio camino entre algunas de estas variedades básicas, se la puede llamar cirroestrato, limbocúmulo y demás combinaciones de cuatro elementos tomados de dos en dos. Con todo, el numero total resultante de posibles variedades no es demasiado alto (también todos hemos estudiado combinatoria en la escuela y, al menos en mi caso, he olvidado sus reglas).
Como en tantas otras cosas, nuestros maestros nos mintieron, tal vez piadosamente sí, pero nos mintieron. En realidad existen, literalmente, cientos de clases de nubes, todas perfectamente catalogadas por los expertos en la materia. Anualmente, el International Cloud Atlas, que la Organización Meteorológica Universal lleva publicando desde el siglo XIX, relaciona, describe e ilustra todas las clases de nubes clasificadas hasta el momento.
Como si se tratase de plantas o paramecios, las nubes, oficialmente, se clasifican en géneros o familias, y estas a su vez en especies y variedades, con nombres tan evocadores como altostratus mammatus, pileus o la recientemente descubierta especie asperatus. El pobre cumulus mediocris no debe ser una variedad demasiado espectacular. A veces sus nombres pueden inducir a cierta confusión. El altocúmulo castellano (altocumulus castellanus) no se llama así porque abunde especialmente en Palencia o Burgos, sino por su forma de fortaleza.
Los humanos tenemos una capacidad inmensa (y perversa) para racionalizar todo cuanto nos rodea… incluidas las etéreas, vagas, poéticas e inasibles nubes del cielo. Esa capacidad es nuestra mayor condena.
(Foto: Luis Echanove)
1 comentario:
Extremadamente interesante. Como Unitario y bloguero quisiera me hiciera el honor de leer mi blog y hasta me ponga en uno de sus enlaces.
http://bilingualpower.wordpress.com/
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