martes, 27 de abril de 2010

Portón cerrado

El niño permaneció cabizbajo bajo el árbol mucho tiempo. Quería jugar, peor no lo hacía. Solo miraba a los demás muchachos correr, frente a él. Pasaron unos minutos, minutos de niños, que duran como las horas de los adultos. Al final, sin ninguna razón, echó a andar, sin dirección, entre los árboles, por la trocha que se enfilaba rectilínea hacia la verja de acceso al parque. Ya desde lejos vió que las enormes puertas de hierro no estaban abiertas. Sólo cuando llego frente a ellas se dio cuenta de que un herrumbroso candado las trancaba. Se asustó un poco. Recorrió a paso ligero todo el gran jardín, hasta el otro extremo, el que daba al río. También ese otro portón estaba cerrado. Se puso nervioso. El sol estaba bajando deprisa, pero aún no era tarde. Cayó de pronto en la cuenta que ya nadie quedaba en el parque. Los niños ya no corrían. Los enamorados ya no se besaban en los bancos. Los ancianos no jugaban al dominó en el poyete de piedra junto al parterre. Solo había silencio. Un silencio espeso, cortado a ratos por rachas de viento fresco que movían las hojas de los grandes plátanos. Comenzó a caminar por la vereda que discurría paralela al alto muro de ladrillo que circunvalaba el parque. Buscaba alguna otra escapatoria, algún hueco en el cercado. Nada. No había más salidas. El tiempo pasaba, pasaba deprisa, ya no a la velocidad de los niños, si a la escala de los mayores. Y el tiempo se hizo horas, y luego días, después meses. Y el niño, que ya no es niño, aun recorre los senderos del parque vacío.

(Foto: Luis Echanove)

No hay comentarios: