La República de Bordinia no es un país grande. Tampoco pequeño. Ni es muy rico ni es muy pobre. Su historia se diferencia poco de la de sus naciones vecinas. No hay inmensas cordilleras en su suelo, ni playas tropicales que atraigan a muchos turistas. Y es que Bordinia, mal que les pese a los bordinios, es un lugar más bien insulso en casi todo… salvo por un curioso detalle: en Bordinia los libros se escriben solos.
Nadie, pues, escribe libros en Bordinia. Sin embargo, como todo el mundo sabe, existe una floreciente literatura nacional bordiniense. Lo que sucede, a diferencia de cualquier otro lugar del mundo, es que en Bordinia los libros se escriben a sí mismos. No hay por tanto novelistas, poetas o ensayistas. Sólo lectores, lectores de libros que nadie ha escrito, lectores de libros a veces buenos, a veces malos… libros al fin y al cabo, pero sin autor.
Los libros aparecen en Bordinia de los modos más diversos. A veces un funcionario, al inventariar los tomos de una biblioteca pública, descubre de pronto con asombro un par de ejemplares nuevos, escritos por nadie, escondidos detrás de un anaquel remoto. El hallazgo también puede suceder en la estantería del salón de casa de un ciudadano cualquiera, o en el escaparate de una librería local. Más raramente, aunque a veces sucede (sobre todo si se trata de tomos sobre biología o geología), las nuevas publicaciones aparecen tiradas sobre la yerba de un jardín público, o escondidas dentro del tronco de un roble viejo en algún parque natural.
Se cuenta que la Historia del Guerrero de la Piel de Oso, la obra cumbre de las letras bordinias (un larguísimo relato épico en rima asonante sobre caballeros brabucones, princesas melindrosas y batallas sangrientas) fue encontrado hace siglos escondido entre las piedras de un castillo antiguo.
Una vez se halló un nuevo libro flotando sobre las aguas del Mar de Bagal, que baña Bordinia por el oriente. Se trataba de una de esas ediciones de tapas de plástico blando para que los niños pequeños lean a la hora del baño.
Hace mucho que los bordinios dejaron de preguntarse quien escribe sus libros. Saben bien que la pregunta carece de respuesta.
(Foto: Luis Echanove)
Nadie, pues, escribe libros en Bordinia. Sin embargo, como todo el mundo sabe, existe una floreciente literatura nacional bordiniense. Lo que sucede, a diferencia de cualquier otro lugar del mundo, es que en Bordinia los libros se escriben a sí mismos. No hay por tanto novelistas, poetas o ensayistas. Sólo lectores, lectores de libros que nadie ha escrito, lectores de libros a veces buenos, a veces malos… libros al fin y al cabo, pero sin autor.
Los libros aparecen en Bordinia de los modos más diversos. A veces un funcionario, al inventariar los tomos de una biblioteca pública, descubre de pronto con asombro un par de ejemplares nuevos, escritos por nadie, escondidos detrás de un anaquel remoto. El hallazgo también puede suceder en la estantería del salón de casa de un ciudadano cualquiera, o en el escaparate de una librería local. Más raramente, aunque a veces sucede (sobre todo si se trata de tomos sobre biología o geología), las nuevas publicaciones aparecen tiradas sobre la yerba de un jardín público, o escondidas dentro del tronco de un roble viejo en algún parque natural.
Se cuenta que la Historia del Guerrero de la Piel de Oso, la obra cumbre de las letras bordinias (un larguísimo relato épico en rima asonante sobre caballeros brabucones, princesas melindrosas y batallas sangrientas) fue encontrado hace siglos escondido entre las piedras de un castillo antiguo.
Una vez se halló un nuevo libro flotando sobre las aguas del Mar de Bagal, que baña Bordinia por el oriente. Se trataba de una de esas ediciones de tapas de plástico blando para que los niños pequeños lean a la hora del baño.
Hace mucho que los bordinios dejaron de preguntarse quien escribe sus libros. Saben bien que la pregunta carece de respuesta.
(Foto: Luis Echanove)
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