Acabo de llegar de dos días de viaje de trabajo por una comarca remota de Georgia, junto a la frontera con Turquía. Es una zona de población armenia, una gran planicie de 2,500 metros de altitud rodeada por las cumbres del Pequeño Cáucaso, salpicada de pueblillos de piedra azotados por el viento. Esta vez las supras o brindis tradicionales han sido con brandy Ararat, que mata menos el hígado que la chacha (el aguardiente del Cáucaso) o el vinazo. He visitado cooperativas de productores de patata y también una aldea de pastores, al borde mismo de la frontera turca, junto a un lago helado inmenso.
De vez en cuando me toca visitar el fin del mundo.
De vez en cuando me toca visitar el fin del mundo.
(Foto: Paloma Llopis)
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