Todos llevamos nuestro pasado a cuestas. Mi amiga, además de cargar ese fardo, lleva siempre consigo el futuro en la mochila. No solo sabe pues lo que ha sucedido, también lo que ha de venir. Eso, que algunos podría parecerles un don, se transforma a veces para mi amiga en una autentica pesadilla. No es agradable percibir por adelantado las potenciales desgracias que pueden suceder a nuestros amigos y conocidos.
Alguien dirá que, puestos a ser clarividente, porque no jugar al numero ganador de la lotería. Para desgracia de mi amiga, y, en realidad, de todo aquel que en verdad posee el don de ver el futuro, ella no puede predecir su propia vida, ni tampoco decidir cual porción de lo que está por venir puede o no conocer por adelantado. Simplemente, la certeza de un acontecimiento venidero llega a ella. Mi amiga no intenta adivinar el futuro: es el futuro quien se revela a ella súbitamente: a veces sucede en sueños, otras a la luz del día, en ocasiones, a través de 'instrumentos', como ella los llama, tales como las cartas del tarot. Pero, como una vez me explicó, las cartas son simples medios: las cartas no revelan el futuro por sí mismas, solo canalizan el mensaje.
Comprendo que lo que acabo de describir pueda despertar el escepticismo de muchos. La 'futurología' es un campo abonado para la superchería. Pero sucede que, pura y simplemente, tuve la oportunidad de comprobar por mi mismo de forma irrefutable, en los lejanos años que mi amiga y yo trabajábamos juntos, que su capacidad para ver aquello por venir era tan cierta como el hecho mismo de que ahora estoy escribiendo esta entrada en mi blog.
Las visiones de mi amiga salvaron vidas en Centroamérica. También me revelaron acontecimientos personales que el tiempo confirmó en todos sus detalles. No se trataba de vagas referencias, sino de datos extremadamente concretos, a veces de sucesos maravillosos, otras de momentos dolorosos. Aunque estoy abierto a todo aquello que no conocemos y que la ciencia aun no puede revelarnos, soy en general bastante escéptico ante la posibilidad de la profecía, esto es, de que alguien sea capaz de saber aquello que esta por ocurrir.
Admitir esta posibilidad implica, de algún modo, renunciar al libre albedrío, a la idea de que todos y cada uno labramos nuestro propio futuro y somos dueños de él. Aceptar que alguien pueda conocer el futuro supone reconocer que la vida se guía por un determinismo fuera de nuestro control. Si el futuro ya está escrito, entonces la libertad individual es simple espejismo, ya que vivir no consiste sino en actuar conforme a un libreto que alguien escribió para nosotros. La posibilidad puede resultar aterradora. O tal vez liberadora, todo depende del ángulo con que se mire el asunto.
A pesar de mi absoluta incapacidad para admitir, racionalmente, que alguien sepa por adelantado lo que va a suceder, el hecho es que pede comprobar, en numerosísimas ocasiones, que amiga gozaba de esa extraordinaria facultad. He renunciado pues a buscar una lógica al asunto.
Tal vez el tiempo no sea lineal. Tal vez, como en una concha de caracola, pasado, presente y futuro forman espirales circulares y algunas personas, como mi amiga, son capaces de desenredar esa madeja.
Mi amiga camina por la vida con esa concha de caracola a sus espaldas. Es una carga enormemente pesada, y a veces dolorosa para ella. Pero una carga que, a aquellos que gozamos del honor de ser sus amigos, nos ayuda a vivir nuestra vida con la certeza de que a fin de cuentas, el secreto no se esconde ni detrás ni delante de nosotros, sino en el presente.
(Foto: Luis Echanove)