(Vicente Gallego).
Conocí a Vicente Gallego de manera un tanto casual. Digo que le conocí, y enseguida caigo en la cuenta de que con ello puedo conducir a equívocos. La verdad es que no le he visto en mi vida, y tampoco nunca he intercambiado ni media frase con él. Pero no obstante, pienso que a este tipo le conozco, tal vez no mucho, pero sí más que a algunas personas a las que veo frecuentemente o con las que hablo de manera habitual.
Mi primer encuentro con Vicente Gallego fue a través de una antología de poetas españoles contemporáneos. Los versos afilados, sencillos e inmensamente emotivos de este extraordinario poeta valenciano provocaron en my un impacto inmediato.
Incapaz de hacerme, desde esta distancia caucasiana, con alguna de sus poemarios publicados, eché el anzuelo a Internet para rescatar de allí algunos otros de sus versos. Lo que leí me dejo perplejo. Es un poeta rotundo, de verso transparente, sin preciosismos, directo. Sus temas, son cotidianos, humanos, inmensamente humanos. No los fuerza, sencillamente brotan solos, con vida propia, de los poemas. En la poesía de Gallego la palabra es solo el vestido que contiene a las emociones. Estas bullen libremente, saltan con vida propia desde las letras directamente hasta lo más hondo del lector.
Como un buen amigo me recordaba hace poco, en la literatura, la obra se entiende y se explica por si misma. A la hora de gozar de una buena novela o de una poesía excelsa, poco aporta que el autor sea un sujeto estupendo o un bellaco ruin. De hecho, esta obsesión actual de enfocar la atención a los autores, inmiscuyéndose en las entrañas de los cotilleos mas baladíes sobre sus vidas, me tirria un poco.
Pese a tan rotunda declaración de intenciones, humano soy, y cometí el pecadillo de indagar un poco en Internet sobre el individuo detrás de los versos, sobre el Vicente Gallego de carne y hueso. De nuevo, me quedé pasmado. Este hombre no pretende imponer doctrinas, no atiende los cócteles ni entra al trapo al juego de la fama (y eso que lleva un buen puñado de premios a sus espaldas). Tampoco ejerce de poeta maldito y distante. Simplemente no va de nada en absoluto. Lleva una vida sencilla, propia en realidad del paragidma del poeta puro, sumido en lo esencial, en lo cotidiano. Ha trabajado, entre otras cosas, como podador de pinos, bailarín de discoteca y pesador de residuos tóxicos peligros. En las escasas entrevistas que de él he encontrado, habla con sagrada soltura de su no existencia. Es pues un tipo sabio, este Vicente Gallego.
Hace poco dio una conferencia sobre el silencio.
Me dices que es absurdo el universo, que la vida carece de sentido. Pero no es un sentido lo que busco, cualquier explicación o una promesa, sino el estar aquí y a la deriva: una simple botella que en la playa aguarda la marea…
Foto: Ignacio Huerga
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