sábado, 12 de marzo de 2011

In vino veritas

El tipo apareció de repente con tres botellas bajo el brazo. Nos explicó que la variedad utilizada para hacer ese vino se llamaba “sin nombre”, y sólo crecía en una particular colina, de hectárea y media, a espaldas del pueblo. Algunas veces habían intentado sembrar las cepas en otros parajes de la comarca, pero la uva no brotaba o, si lo hacía, maduraba mal. La producción anual de aquel vino tal exclusivo se reducía a unas pocas miles de botellas al año. Casi todas las compraba el presidente, para agasajar a mandatarios extranjeros de visita en el país. Algunas volaban cada año a Londres, para saciar el ansia coleccionista de un millonario aficionado a las rarezas enológicas. Nos negamos inicialmente a admitir las botellas. Aquello costaba una barbaridad, y el campesino que nos las estaba ofreciendo no parecía precisamente vivir en el lujo. Insistió e insistió, y pronto nos dimos cuenta de que si seguíamos rechazándolas incurriríamos en una descortesía inaceptable.

De vuelta a la casa de huéspedes, tras un penoso camino por los magníficos valles de Lejmuni, indagué en internet sobre la uva misteriosa y su preciado vino. Encontré algunas referencias que, aunque escasas, confirmaban las palabras del generoso viticultor.

Una semana después organizamos una cena en casa, con el propósito de compartir nuestro tesoro embotellado con algunos amigos.

Resultó ser un vino horrible, pero, ¿acaso importaba?


(Foto: Juan Echánove)

No hay comentarios: