El día empezó con un rantocillo correteando dentro del ascensor de nuestro edificio, y terminó con el sonido estridente de la alarma de la embajada de la Unión Europa. Salimos de casa, duchados y desayunados, felices los niños por el ultimo de día de colegio, y los mayores, porque acababa también para ellos el trabajo. Las puertas metálicas y sonoras del elevador se abrieron y revelaron su secreto interior: Un roedor miedoso daba enloquecedoras vueltas dentro del claustrofóbico espacio ascensoril. Bajamos andando las escaleras de los doce pisos.
Por la noche, Eva se quedó en la oficina terminando hasta tarde de analizar proyectos para luchar contra la tortura carcelaria. Cuando fui a buscarla y ella abrió la puerta de salida, el dispositivo sonoro para ahuyentar potenciales ladrones o espías saltó de pronto. El barrio entero se despertó. Los guardias de seguridad no sabían como poner fin a la pesadilla. Una ambulancia y varios coches de policía aparecieron en el lugar de los hechos. Dejamos la escena del crimen con espíritu culposo.
Pero, entre el ratón y la alarma, la jornada fue prolija en acontecimientos diversos: Yo atendí una conferencia sobre prevención de desastres naturales, Eva otra sobre la cadena perpetua. Los niños jugaron en el cole a una guerra con pistolas de agua, y, en la tarde, los enormes saltamontes de la terraza lograron penetrar en el salón de casa. Juanito los cazaba con servilletas.
Un aguacero corto y apocalíptico cerró ese día. En el cafetín del teatro de títeres, en la ciudad vieja, donde cenábamos, la lluvia entraba racheada en la terraza, o copiosa y vertical por las ranuras del aire acondicionado; hasta se colaba peligrosamente por los cables de las lámparas de mesa. Al despejarse la cortina densa del chubasco, la luna llena anaranjada brilló de nuevo sobre la catedral .
(Foto: Luis Echanove)
Por la noche, Eva se quedó en la oficina terminando hasta tarde de analizar proyectos para luchar contra la tortura carcelaria. Cuando fui a buscarla y ella abrió la puerta de salida, el dispositivo sonoro para ahuyentar potenciales ladrones o espías saltó de pronto. El barrio entero se despertó. Los guardias de seguridad no sabían como poner fin a la pesadilla. Una ambulancia y varios coches de policía aparecieron en el lugar de los hechos. Dejamos la escena del crimen con espíritu culposo.
Pero, entre el ratón y la alarma, la jornada fue prolija en acontecimientos diversos: Yo atendí una conferencia sobre prevención de desastres naturales, Eva otra sobre la cadena perpetua. Los niños jugaron en el cole a una guerra con pistolas de agua, y, en la tarde, los enormes saltamontes de la terraza lograron penetrar en el salón de casa. Juanito los cazaba con servilletas.
Un aguacero corto y apocalíptico cerró ese día. En el cafetín del teatro de títeres, en la ciudad vieja, donde cenábamos, la lluvia entraba racheada en la terraza, o copiosa y vertical por las ranuras del aire acondicionado; hasta se colaba peligrosamente por los cables de las lámparas de mesa. Al despejarse la cortina densa del chubasco, la luna llena anaranjada brilló de nuevo sobre la catedral .
(Foto: Luis Echanove)