Leo en El País que ciertos documentos recientemente desclasificados de los archivos de oficiales británicos revelan como el Gobierno de su Graciosa Majestad se dedicó a sobornar con sumas de millones de libras a un montón de jerifaltes del franquismo para ganar sus voluntades contra la posibilidad de que España entrase en la segunda guerra mundial del lado del Eje. La lista de los generalotes en nónima del Foreign Office es tan abundante como sorprendente: Varela, Yague, Nicolás Franco (el hermanísimo del Caudillo) Millán Astray, y hasta Kindelán, al que los archivos ingleses califican como “un chorizo” (o su equivalente en inglés, el artículo no especifica). Digo que la lista es sorprendente porque la percepción general que se suele tener del régimen franquista, y especialmente de los altos mandos militares que hicieron la guerra junto a Franco es que, aunque recalcitrantemente antidemocráticos y golpistas, aquellos señores, al menos, fueron honestos, hombres de palabra, incapaces de manchar su honra por el vil metal. Mas resulta que, de confirmarse estas informaciones (y no hay razón alguna para disputar su veracidad) en realidad se trataba de un atajo de corruptos dispuestos a vender su voluntad y sus ideales por la pasta depositada en un banco suizo.
Nos encontramos frente a una paradoja ética de lo más interesante: Es tal vez posible que el hecho de que España felizmente se librara de los horrores de la Segunda Guerra Mundial se debiera a la condición de corruptos de estos sujetos. Si no se hubieran dejado sobornar por esas enormes sumas de dinero, estos generales no se habrían dedicado a limar los ánimos belicistas de otros miembros del círculo de poder de Franco, y no habrían pues sorteado la casi inevitable alianza de España con la Alemania nazi.
No es este un episodio aislado en la historia política española. La corrupción forma parte de la genética misma del ejercicio del poder en nuestra nación desde su misma formación. Corruptas hasta la medula fueron las monarquías de Austrias y Borbones, en las cuales los cargos públicos se vendían sin rubor, siendo luego la inversión recuperada por el ejerciente con extorsiones y robos a las arcas publicas. Corrupto fue también el ejercicio del poder durante el franquismo, como nos revela no solo este hecho del soborno inglés a los jerarcas militares sino, sobre todo, el sostenido contubernio durante décadas entre la jerarquía política del Régimen y las élites económicas del país. Claro está que durante la dictadura solo ciertos escándalos (tan notorios que resultaba imposible taparlos) salieron a la luz; pero el día a día del desarrollismo franquista navegaba sobre un mar de prebendas, informaciones privilegiadas, sobornos y negocios inconfesables.
Durante las primeras décadas de la democracia el tipismo de la deshonestidad se mantuvo tan vivo como siempre, gracias a manilargos tan bochornosos pero repetibles como Luis Roldán, el hermano de Guerra o Jesús Gil. Y así, hasta hoy en día, y sin solución de continuidad, la llama refulgente del mamoneo continua iluminando España, con la abrasiva quemazón de siempre.
Bien es cierto que esa tendencia multisecular de los dirigentes de mirar antes por el bolsillo propio que por el bien común no es exclusiva de nuestro país. Lo que hace al caso español diferente del de otros vecinos europeos es seguramente la naturalidad misma de la corrupción. En España, durante 500 años, el que, teniendo poder no robaba, era tenido por tonto. Lo castizo ha sido siempre pillar y, si se puede, vivir del cuento. La picaresca, que no es sino el ejercicio de la corrupción a la escala de los pobres, ensalza ésta hasta límites casi heroicos.
Pero seamos positivos y optimistas: Hace setenta años la pudrición de la clase política nos libró de una guerra atroz. Así que yo no pierdo la esperanza: es posible que la trama Gurtel, el caso Urdangarin o el de los ERE nos traigan algo bueno. Aunque la verdad, por mucho que lo pienso no se me ocurre el qué.
(Fotos: Luis Echanove)
1 comentario:
La corrupción nunca trajo nada bueno a ninguna sociedad. Si en el poder, en lugar de haber generales corruptos, hubiese habido civiles sometidos a las reglas de un buen sistema democrático, no hubiese sido necesario sobornar a nadie, porque España no hubiera entrado en la guerra o lo hubiera hecho del lado aliado, ahorrándonos, dicho sea de paso, 40 años de dictadura.
Con el mismo sofisma se pueden defender –y se defienden- las virtudes de la Guerra Civil, que dejó exhausta a España, y por tanto, sin recursos para participar en el conflicto mundial.
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