Concha (*) murió hace unos meses…pero en realidad, llevaba muriendo hace tiempo. Cuando la vimos por última vez, el año pasado, al menos ya media vida había escapado de ella. Fue un encuentro doloroso aquel. Comimos un menú vegetariano de mediodía en la plaza de la Cebada. Concha nos hablaba y hablaba, mirándonos con unos ojos de niña abandonada que jamás la habíamos conocido antes. A veces lloraba. Los recuerdos lejanos de aquellos años intrépidos, cuando trabajábamos juntos, casi ni asomaban en la conversación. Concha desgranaba el relato doloroso de una década de sinsabores, desamores y desgarros. Este espacio y este tiempo ya no la pertenecían.
La llevamos a casa en coche, ultimamos frases de consuelo y animo antes de despedirnos. Abrió su portal, alzó la mano para decir adiós y por un segundo nos pareció percibir en su mirada el brillo de siempre. Intuimos entonces que ya nunca volveríamos a verla y una sombra enorme nos dejó tristes y mudos el resto de la tarde.
(Foto: Luis Echanove)
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