-'Y el poema que nunca se acaba no es, tampoco, un poema circular'-, dijo rotundo, poniendo así fin a tan brillante conferencia. El público aplaudió con cierta solemnidad. El animal ruido de golpear las palmas de las manos para expresar jubilo o asentimiento parecía transformase en un acto de elevada reflexión metafísica, tras los muros de aquel respetable centro del saber. Recogió con cuidado las cuartillas del discurso manuscrito y abandonó el estrado con cierta prisa. Temía y a la vez despreciaba a esos preguntones cobardes, de último momento, que no osan nunca alzar su mano y dirigir sus interpelaciones en público y que esperan, agazapados en el pasillo, para entablar conversación con el conferenciante. Así que aligeró su paso, alzando la mano en saludos sin destinatario, y se encerró rápidamente en su despacho. Oculto de las miradas, cerró los ojos y se repitió mentalmente las ultimas palabras de su brillante presentación: 'Y el poema que nunca se acaba no es tampoco un poema circular'.
Unos nudillos golpearon la puerta del despacho. Preguntó 'quien es'. Respondió una voz de mujer joven. Por cortesía la dejo pasar. No reconoció el rostro, ni las delgadas piernas, no reconoció nada de nada. Y ella dijo: 'Tomás, esa frase, tú ultima frase en la conferencia de hoy, es brillante'; el sonrió, sonrió por el comentario y sonrió porque no se llamaba Tomás. Aquella joven no sabía ni su nombre, o tal vez le confundía con otro, o se había equivocado de puerta, o de pasillo, o de Facultad, o puede que incluso de ciudad. 'Perdone señorita, yo no me llamo Tomas…'. No puedo acabar la frase; ella le interrumpió resuelta: 'Si, pero esa ultima frase….el poema circular…'-. El se sentía molesto; quería estar solo; aquella desconocida le inquietaba.'Yo-insistió- no me llamo Tomas. Me llamo Federico, Federico Rojas Álvarez, y soy poeta y director del departamento de semiótica….' Pero ella le volvió a interrumpir, aludiendo de nuevo a la frase final, al broche glorioso de las palabras pronunciadas en público apenas un rato antes. 'Mi pregunta a usted es la siguiente: el poema sin fin, si no es circular, ¿Qué es?'. –'la respuesta a esa pregunta- acertó él a responder- hay que buscarla, me temo en otra parte…consulte Internet, lea revistas, diviértase, usted no tiene edad de preguntarse a si misma, ni tampoco de preguntarme a mi, este tipo de cuestiones'. Ella azorada abandono el despacho, sin despedirse.
Y él, de pronto se apercibió de toda la farsa escondida bajo su piel. Lloró amargamente unos treinta minutos y al fin escribió el único poema sincero de toda su vida. Se llamaba 'Poema circular'.
Unos nudillos golpearon la puerta del despacho. Preguntó 'quien es'. Respondió una voz de mujer joven. Por cortesía la dejo pasar. No reconoció el rostro, ni las delgadas piernas, no reconoció nada de nada. Y ella dijo: 'Tomás, esa frase, tú ultima frase en la conferencia de hoy, es brillante'; el sonrió, sonrió por el comentario y sonrió porque no se llamaba Tomás. Aquella joven no sabía ni su nombre, o tal vez le confundía con otro, o se había equivocado de puerta, o de pasillo, o de Facultad, o puede que incluso de ciudad. 'Perdone señorita, yo no me llamo Tomas…'. No puedo acabar la frase; ella le interrumpió resuelta: 'Si, pero esa ultima frase….el poema circular…'-. El se sentía molesto; quería estar solo; aquella desconocida le inquietaba.'Yo-insistió- no me llamo Tomas. Me llamo Federico, Federico Rojas Álvarez, y soy poeta y director del departamento de semiótica….' Pero ella le volvió a interrumpir, aludiendo de nuevo a la frase final, al broche glorioso de las palabras pronunciadas en público apenas un rato antes. 'Mi pregunta a usted es la siguiente: el poema sin fin, si no es circular, ¿Qué es?'. –'la respuesta a esa pregunta- acertó él a responder- hay que buscarla, me temo en otra parte…consulte Internet, lea revistas, diviértase, usted no tiene edad de preguntarse a si misma, ni tampoco de preguntarme a mi, este tipo de cuestiones'. Ella azorada abandono el despacho, sin despedirse.
Y él, de pronto se apercibió de toda la farsa escondida bajo su piel. Lloró amargamente unos treinta minutos y al fin escribió el único poema sincero de toda su vida. Se llamaba 'Poema circular'.
(Foto: Luis Echanove)