Tengo fiebre; Sufro un trancazo considerable. No doy cuenta de mi estado de salud para justificar el carácter errático del contenido de esta entradilla, no: muy por el contrario, como mi amigo Miguel Murado demostró en su excelente colección de cuentos “EL sueño de la fiebre” (cuya lectura recomiendo febrilmente), el estado letárgico y psicodélico que unas décimas extra de temperatura corporal inducen en el sujeto, es un poderoso aliado para la creatividad libre.
Mis constipados delirios me han hecho darme de cuenta de pronto que, al menos la mitad de todo lo que sé, lo aprendí con nueve o diez años, en cuarto y quinto de EGB. Entonces estudiaba yo en el colegio San Patricio. Mi profesor principal en esos cursos, Don Pedro, no hacía un esfuerzo especial para que memorizásemos retahílas memorísticas. Al contrario, por medio de esquemas, nos ayudaba a entender los contenidos. Sin embargo, por un sortilegio extraño, yo todo lo que leía entonces en los libros de textos lo retenía a la perfección. Fue así como supe que Ur, Uruk, Lagash, Larsa y Eridu fueron las principales Ciudades Estado de los sumerios, que las más notables localidades de la provincia de Albacete son Almansa, Chinchilla y Hellín o que los intestinos se dividen en duodeno, yeyuno, ilion, ciego, colon y recto. La más espectacular de tales enumeraciones, que aún recuerdo, es el listado de los treinta gobernantes de Roma desde los hermanos Graco hasta Diocleciano. No obstante, mi sarta memorística preferida era aquella de los asirios fueron (en este orden) autoritarios, despóticos y crueles.
Mis capacidades para acordarme de todo no se limitaban a lo estrictamente académico. Puedo aun enumerar a los 24 niños de mi clase de entonces, con dos apellidos, salvo en el caso de las niñas, de las cuales solo retengo los nombres de pila (salvedad hecha de Miriam Escudero Vaquero, de la que estuve perdidamente enamorado varios meses).
Concluidos aquellos dos cursos, mi retentiva comenzó a decaer estrepitosamente. No recuerdo haber memorizado nada en el resto de la educación básica o en el bachillerato y, en cuanto a la carrera de Derecho, lo único que aprendí de corrillo, además de algún que otro poema que no formaba parte del currículo educativo, fue una cita del insigne jurista Diez Picazo, a saber: “El requisito de tener forma humana para ser persona, recogido en nuestro Código Civil, permite reputar como no nacido a todo aquel que no mereciere la consideración de persona para el sentir popular”.
Me pregunto dónde ha ido a parar todo ese inmenso caudal de cosas que me siguieron enseñando en los años sucesivos, y que ya he olvidado. Al menos, para mi deleite personal, todavía puedo regodearme interiormente por el hecho de que la retama, la coscoja, el tomillo y el romero son los arbustos propios del clima Mediterráneo.
Mis constipados delirios me han hecho darme de cuenta de pronto que, al menos la mitad de todo lo que sé, lo aprendí con nueve o diez años, en cuarto y quinto de EGB. Entonces estudiaba yo en el colegio San Patricio. Mi profesor principal en esos cursos, Don Pedro, no hacía un esfuerzo especial para que memorizásemos retahílas memorísticas. Al contrario, por medio de esquemas, nos ayudaba a entender los contenidos. Sin embargo, por un sortilegio extraño, yo todo lo que leía entonces en los libros de textos lo retenía a la perfección. Fue así como supe que Ur, Uruk, Lagash, Larsa y Eridu fueron las principales Ciudades Estado de los sumerios, que las más notables localidades de la provincia de Albacete son Almansa, Chinchilla y Hellín o que los intestinos se dividen en duodeno, yeyuno, ilion, ciego, colon y recto. La más espectacular de tales enumeraciones, que aún recuerdo, es el listado de los treinta gobernantes de Roma desde los hermanos Graco hasta Diocleciano. No obstante, mi sarta memorística preferida era aquella de los asirios fueron (en este orden) autoritarios, despóticos y crueles.
Mis capacidades para acordarme de todo no se limitaban a lo estrictamente académico. Puedo aun enumerar a los 24 niños de mi clase de entonces, con dos apellidos, salvo en el caso de las niñas, de las cuales solo retengo los nombres de pila (salvedad hecha de Miriam Escudero Vaquero, de la que estuve perdidamente enamorado varios meses).
Concluidos aquellos dos cursos, mi retentiva comenzó a decaer estrepitosamente. No recuerdo haber memorizado nada en el resto de la educación básica o en el bachillerato y, en cuanto a la carrera de Derecho, lo único que aprendí de corrillo, además de algún que otro poema que no formaba parte del currículo educativo, fue una cita del insigne jurista Diez Picazo, a saber: “El requisito de tener forma humana para ser persona, recogido en nuestro Código Civil, permite reputar como no nacido a todo aquel que no mereciere la consideración de persona para el sentir popular”.
Me pregunto dónde ha ido a parar todo ese inmenso caudal de cosas que me siguieron enseñando en los años sucesivos, y que ya he olvidado. Al menos, para mi deleite personal, todavía puedo regodearme interiormente por el hecho de que la retama, la coscoja, el tomillo y el romero son los arbustos propios del clima Mediterráneo.
(Foto: Luis Echánove)
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