Una de las falacias sobre la historia de España más asentadas en nuestro imaginario colectivo es que los españoles somos, mayormente, descendientes de la amalgama de diversos pueblos que nos colonizaron o conquistaron a lo largo de los siglos. Nos creemos a pies juntillas que por nuestras venas corre a raudales la herencia genética de griegos, fenicios, cartagineses, romanos, visigodos, árabes y demás visitantes de nuestras tierras a lo largo de su dilatada historia (*). Esta es una presunción absolutamente falsa. En realidad, el numero de tales colonizadores e invasores fue siempre absolutamente nimio comparado con el de la población indígena local en el momento de su llegada, como enseguida intentaré demostrar.
Es casi imposible determinar con exactitud cuanta gente vivía en la península Ibérica en el momento de nuestra entrada en la historia (por redondear, el 1,000 a.C, poco antes de la fundación de Cádiz, la primera colonia fenicia). Si puede estimarse en cambio que, hacia el siglo I DC, en el apogeo de la dominación romana, en la Piel de Toro residían, al menos, unos 4 millones de personas. Este es al menos el cálculo al que diversos especialistas en demografía histórica han llegado, a partir de complejos cálculos basados en informaciones parciales de censos, cálculos sobre la densidad poblacional de yacimientos arqueológicos y ejercicios comparativos con otras regiones del orbe romano.
Entre, digamos, el 1,000 a. de C. (por poner un punto de partida) y el siglo I d.C, se produjeron en la península cuatro oleadas colonizadoras o invasoras: griegos, fenicios, cartagineses y los propios romanos. Griegos y fenicios fundaron, en las costas hispánicas, docena y media de factorías o pequeñas ciudades, pobladas cada una, según estimaciones verosímiles, por no más de unos pocos miles de personas (incluyendo entre ellos numerosos iberos autóctonos, con sus barrios propios, como en el caso de la colonia griega de Emporiom, la actual Ampurias). La presencia cartaginesa también implicó la fundación de alguna ciudad (Cartago Nova) y el asentamiento de pequeños contingentes de tropas, por hablamos, de nuevo, sin duda de unos pocos miles de personas. En total, y exagerando, podría hablarse de unos 50,000 colonizadores entre estos tres grupos.
En el caso de los romanos, en cambio, su presencia en la península no se limitó a una mera colonización circunstancial: Fue una conquista en toda regla, que supuso además el establecimiento de colonias (es decir, ciudades pobladas por ciudadanos romanos, sobre todo militares retirados). Se fundaron al menos una treintena de ellas, y hoy sabemos que la población de cada una debe situarse en un promedio de en torno a 5,000 residentes (incluyendo muchos nativos). Así pues, cabria hablar, a lo sumo, y calculando por lo alto, de tal vez de unos 150,000 ciudadanos de otros rincones del mundo Romano que se instalaron en la península.
Teniendo en cuenta que la tasa de crecimiento poblacional en la historia Antigua era desesperadamente reducida, 50,000 griegos, fenicios y cartagineses llegados en los siglos precedentes, más unos ciento cincuenta mil romanos llegados después, equivalen, en términos de la población total peninsular en el siglo I DC…a eso mismo o poco más. En resumen: el aporte genético de estas oleadas en los 4 millones de habitantes de la Hispania Romana fue nimio (matemáticamente algo menos de un 5% del stock genético de la época, esto es, 4,000,000/ 200,000). En otras palabras: las gentes de la Hispania romana seguían siendo, básicamente, descendientes en su inmensa mayoría de las personas que ya poblaban el territorio mil años antes. Todo ello cuadra perfectamente con el hecho de que la inmensa mayoría de la población de Hispania (se estima que un 85% vivían en núcleos de menos de 1,500 habitantes) era de carácter absolutamente rural, morando en aldeas en las que tales colonizadores e invasores nunca se instalaron.
Se estima que las invasiones bárbaras supusieron el asentamiento en la península de unos 50,000 emigrantes (40,000 visigodos y unos 10,000 suevos). Por aquel tiempo la población total seguía situada en el entorno a los 4 millones, de modo que la llegada de estas tribus no aportó más que un 1% suplementario.
La invasión musulmana del siglo VIIII y la posterior etapa de dominio árabe, supuso el asentamiento de colonos, sobre todo bereberes y sirios, en cifra difícil de determinar. Se ha calculado que las fuerzas de Tarik y Muza, lideres de la ocupación, no superaban entre ambas los 30,000 guerreros. Es dudoso que todos ellos terminaran asentados en España. En décadas sucesivas, nuevas rachas de grupos musulmanes arribaron (almohades, almorávides, benimerines), pero de nuevo, se trataba de pequeñas fuerzas invasoras de unos pocos miles de individuos. En total, y exagerando mucho, digamos que no más de 200,000 individuos se instalaron en el territorio ibérico, procedentes del mundo árabe musulmán, a lo largo de aquellos siglos. A ello habría que sumar la emigración de franceses hacia los reinos cristianos del Norte en el marco del esfuerzo repoblador; aquí también resulta arriesgado dar cifras, pero sería inverosímil pensar en números superiores a algunas pocas decenas de miles.
Se ha calculado que, en tiempos de los Reyes Católicos, la población de la península rondaba los 6 millones de personas, esto es, solo un 50% más que 15 siglos antes, explicable mayoritariamente por el crecimiento vegetativo a lo largo de esos 1,500 años, no por la migración de los grupos arriba mencionados: Aplicando una tasa de crecimiento poblacional del 40% a la cifra de visigodos y suevos (llegados 1,000 años antes), y de un 30% a la de musulmanes y francos ultra pirenaicos (en los 500 años transcurridos), llegaremos a la cifra de que tal vez un 6%, como mucho, del stock genético de los españoles ( y portugueses) de los tiempos de Isabel y Fernando, se debía a la contribución de estos grupos.
Desde entonces, hasta hace pocos años, España vivió durante siglos casi completamente cerrada a flujos inmigratorios. En el periodo subsiguiente solo fuimos conquistados una vez (por la Francia napoleónica), sin que ello supusiera inmigración civil alguna. Hubo, sí, siempre un cierto goteo de individuos, principalmente europeos, que se instalaron en nuestro país (por ejemplo, numerosos comerciantes genoveses y venecianos en la Sevilla del siglo de Oro) pero, a afectos estadísticos, las cifras son irrelevantes.
Si sumamos el 5% de aporte genético debido a las emigraciones hasta el tiempo romano, más un 6% durante el período medieval, llegaremos a la cifra de que los españoles de hoy en día ( descontada la inmigración de los últimos años), somos en casi un 90% descendientes de aquellos lejanos antepasados celtas e iberos de hace tres mil años.
Sin duda, todas estas migraciones y colonizaciones descritas han resultado determinantes en definir la cultura, la lengua (salvo en el caso del vasco, por supuesto), la religión, las tradiciones y hasta la mentalidad de nuestro país, pero, si pudiéramos elaborar nuestro árbol genealógico hasta la historia mas lejana, nos sorprendería descubrir que la inmensa mayoría de nuestros antepasados ya poblaban estas tierras desde la Prehistoria.
Fotos: Luis Echanove
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(*) No me ocupo en absoluto de los judíos por dos razones: Primero, porque la mayor parte fueron expulsados por los Reyes Católicos, de modo que, pese a esa manida tendencia de tantos españoles a presuponer que por sus venas corre origen judío, lo cierto es tal cosa no es cierta. Hubo si, conversos que se quedaron, pero en realidad, los judíos peninsulares descendían en su mayoría de hispano-romanos convertidos a la religión de Moisés siglos antes, no de judíos procedentes de los antiguos reinos hebreos. Así pues, no cabe hablar en verdad de una sustancial emigración judía a la Península.
Es casi imposible determinar con exactitud cuanta gente vivía en la península Ibérica en el momento de nuestra entrada en la historia (por redondear, el 1,000 a.C, poco antes de la fundación de Cádiz, la primera colonia fenicia). Si puede estimarse en cambio que, hacia el siglo I DC, en el apogeo de la dominación romana, en la Piel de Toro residían, al menos, unos 4 millones de personas. Este es al menos el cálculo al que diversos especialistas en demografía histórica han llegado, a partir de complejos cálculos basados en informaciones parciales de censos, cálculos sobre la densidad poblacional de yacimientos arqueológicos y ejercicios comparativos con otras regiones del orbe romano.
Entre, digamos, el 1,000 a. de C. (por poner un punto de partida) y el siglo I d.C, se produjeron en la península cuatro oleadas colonizadoras o invasoras: griegos, fenicios, cartagineses y los propios romanos. Griegos y fenicios fundaron, en las costas hispánicas, docena y media de factorías o pequeñas ciudades, pobladas cada una, según estimaciones verosímiles, por no más de unos pocos miles de personas (incluyendo entre ellos numerosos iberos autóctonos, con sus barrios propios, como en el caso de la colonia griega de Emporiom, la actual Ampurias). La presencia cartaginesa también implicó la fundación de alguna ciudad (Cartago Nova) y el asentamiento de pequeños contingentes de tropas, por hablamos, de nuevo, sin duda de unos pocos miles de personas. En total, y exagerando, podría hablarse de unos 50,000 colonizadores entre estos tres grupos.
En el caso de los romanos, en cambio, su presencia en la península no se limitó a una mera colonización circunstancial: Fue una conquista en toda regla, que supuso además el establecimiento de colonias (es decir, ciudades pobladas por ciudadanos romanos, sobre todo militares retirados). Se fundaron al menos una treintena de ellas, y hoy sabemos que la población de cada una debe situarse en un promedio de en torno a 5,000 residentes (incluyendo muchos nativos). Así pues, cabria hablar, a lo sumo, y calculando por lo alto, de tal vez de unos 150,000 ciudadanos de otros rincones del mundo Romano que se instalaron en la península.
Teniendo en cuenta que la tasa de crecimiento poblacional en la historia Antigua era desesperadamente reducida, 50,000 griegos, fenicios y cartagineses llegados en los siglos precedentes, más unos ciento cincuenta mil romanos llegados después, equivalen, en términos de la población total peninsular en el siglo I DC…a eso mismo o poco más. En resumen: el aporte genético de estas oleadas en los 4 millones de habitantes de la Hispania Romana fue nimio (matemáticamente algo menos de un 5% del stock genético de la época, esto es, 4,000,000/ 200,000). En otras palabras: las gentes de la Hispania romana seguían siendo, básicamente, descendientes en su inmensa mayoría de las personas que ya poblaban el territorio mil años antes. Todo ello cuadra perfectamente con el hecho de que la inmensa mayoría de la población de Hispania (se estima que un 85% vivían en núcleos de menos de 1,500 habitantes) era de carácter absolutamente rural, morando en aldeas en las que tales colonizadores e invasores nunca se instalaron.
Se estima que las invasiones bárbaras supusieron el asentamiento en la península de unos 50,000 emigrantes (40,000 visigodos y unos 10,000 suevos). Por aquel tiempo la población total seguía situada en el entorno a los 4 millones, de modo que la llegada de estas tribus no aportó más que un 1% suplementario.
La invasión musulmana del siglo VIIII y la posterior etapa de dominio árabe, supuso el asentamiento de colonos, sobre todo bereberes y sirios, en cifra difícil de determinar. Se ha calculado que las fuerzas de Tarik y Muza, lideres de la ocupación, no superaban entre ambas los 30,000 guerreros. Es dudoso que todos ellos terminaran asentados en España. En décadas sucesivas, nuevas rachas de grupos musulmanes arribaron (almohades, almorávides, benimerines), pero de nuevo, se trataba de pequeñas fuerzas invasoras de unos pocos miles de individuos. En total, y exagerando mucho, digamos que no más de 200,000 individuos se instalaron en el territorio ibérico, procedentes del mundo árabe musulmán, a lo largo de aquellos siglos. A ello habría que sumar la emigración de franceses hacia los reinos cristianos del Norte en el marco del esfuerzo repoblador; aquí también resulta arriesgado dar cifras, pero sería inverosímil pensar en números superiores a algunas pocas decenas de miles.
Se ha calculado que, en tiempos de los Reyes Católicos, la población de la península rondaba los 6 millones de personas, esto es, solo un 50% más que 15 siglos antes, explicable mayoritariamente por el crecimiento vegetativo a lo largo de esos 1,500 años, no por la migración de los grupos arriba mencionados: Aplicando una tasa de crecimiento poblacional del 40% a la cifra de visigodos y suevos (llegados 1,000 años antes), y de un 30% a la de musulmanes y francos ultra pirenaicos (en los 500 años transcurridos), llegaremos a la cifra de que tal vez un 6%, como mucho, del stock genético de los españoles ( y portugueses) de los tiempos de Isabel y Fernando, se debía a la contribución de estos grupos.
Desde entonces, hasta hace pocos años, España vivió durante siglos casi completamente cerrada a flujos inmigratorios. En el periodo subsiguiente solo fuimos conquistados una vez (por la Francia napoleónica), sin que ello supusiera inmigración civil alguna. Hubo, sí, siempre un cierto goteo de individuos, principalmente europeos, que se instalaron en nuestro país (por ejemplo, numerosos comerciantes genoveses y venecianos en la Sevilla del siglo de Oro) pero, a afectos estadísticos, las cifras son irrelevantes.
Si sumamos el 5% de aporte genético debido a las emigraciones hasta el tiempo romano, más un 6% durante el período medieval, llegaremos a la cifra de que los españoles de hoy en día ( descontada la inmigración de los últimos años), somos en casi un 90% descendientes de aquellos lejanos antepasados celtas e iberos de hace tres mil años.
Sin duda, todas estas migraciones y colonizaciones descritas han resultado determinantes en definir la cultura, la lengua (salvo en el caso del vasco, por supuesto), la religión, las tradiciones y hasta la mentalidad de nuestro país, pero, si pudiéramos elaborar nuestro árbol genealógico hasta la historia mas lejana, nos sorprendería descubrir que la inmensa mayoría de nuestros antepasados ya poblaban estas tierras desde la Prehistoria.
Fotos: Luis Echanove
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(*) No me ocupo en absoluto de los judíos por dos razones: Primero, porque la mayor parte fueron expulsados por los Reyes Católicos, de modo que, pese a esa manida tendencia de tantos españoles a presuponer que por sus venas corre origen judío, lo cierto es tal cosa no es cierta. Hubo si, conversos que se quedaron, pero en realidad, los judíos peninsulares descendían en su mayoría de hispano-romanos convertidos a la religión de Moisés siglos antes, no de judíos procedentes de los antiguos reinos hebreos. Así pues, no cabe hablar en verdad de una sustancial emigración judía a la Península.