Apenas cinco minutos para escribir una entrada de blog…después he de partir a una reunión con la Agencia Georgiana de Alimentación para discutir los términos de nuestro apoyo. He escrito erróneamente 'discurrir' en lugar de 'discutir' y eso me hace recordar a mi abuela. Ella siempre usaba el termino 'discurrir' en lugar de 'pensar'. Entre tanto he abierto un video de Youtube y escucho una vieja canción de Ricardo Arjona, con esperanza de que tranquilice mis neuronas o al menos dome mi atolondramiento, ayudándome a redactar algo coherente.
Cuatro minutos ahora, o tal vez menos, y aun no he logrado narrar nada con contenido. El tiempo vuela; sí, vuela sobre el cielo azul de una tarde que ha arrancado envuelta de sol. Pero yo, en cambio, permanezco aquí en tierra, lejos del tiempo que siempre parte lejos, como quien ha llegado tarde al aeropuerto y aun no sabe si reír, llorar o buscar otro avión.
Tres minutos. La canción no ha terminado todavía. El tipo musita, con voz quejosa: 'la chica es de clase muy sencilla'…el español de America Latina seduce a los oídos de los peninsulares. Esto de escuchar música que trae recuerdos es peligroso: Cualquier día dejaré de saber a que momento de ese tiempo volador estoy asido.
Dos minutos. Me acerco al peligroso santiamén de la recta final, cuando el corazón se acelera, todo apremia y ya no quedan más alternativas que correr a la desesperada. Entre tanto, mi entrada de blog no da visos de aparecer por parte alguna.
Un minuto. Sigue la música, a la que ahora comienzo a coger manía ('¿que es lo que hace un taxista seduciendo a la vida?', se pregunta Arjona, con cierto tono quedo). Escribir es como cazar capsulas de tiempo con un matamoscas: Al final puede que las atrapes, pero a costa de asesinarlas. Y ahí quedan, espachurradas, con las alas rotas, y ya sin navegar por el aire.
Cero minutos. El tiempo ha volado para siempre.
(Foto: Ignacio Huerga)
Cuatro minutos ahora, o tal vez menos, y aun no he logrado narrar nada con contenido. El tiempo vuela; sí, vuela sobre el cielo azul de una tarde que ha arrancado envuelta de sol. Pero yo, en cambio, permanezco aquí en tierra, lejos del tiempo que siempre parte lejos, como quien ha llegado tarde al aeropuerto y aun no sabe si reír, llorar o buscar otro avión.
Tres minutos. La canción no ha terminado todavía. El tipo musita, con voz quejosa: 'la chica es de clase muy sencilla'…el español de America Latina seduce a los oídos de los peninsulares. Esto de escuchar música que trae recuerdos es peligroso: Cualquier día dejaré de saber a que momento de ese tiempo volador estoy asido.
Dos minutos. Me acerco al peligroso santiamén de la recta final, cuando el corazón se acelera, todo apremia y ya no quedan más alternativas que correr a la desesperada. Entre tanto, mi entrada de blog no da visos de aparecer por parte alguna.
Un minuto. Sigue la música, a la que ahora comienzo a coger manía ('¿que es lo que hace un taxista seduciendo a la vida?', se pregunta Arjona, con cierto tono quedo). Escribir es como cazar capsulas de tiempo con un matamoscas: Al final puede que las atrapes, pero a costa de asesinarlas. Y ahí quedan, espachurradas, con las alas rotas, y ya sin navegar por el aire.
Cero minutos. El tiempo ha volado para siempre.
(Foto: Ignacio Huerga)
1 comentario:
Como todos tus escritos, precioso y romantico, aunque te encuentro un poco angustiado
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