Basta un instante para darse cuenta: Conoces a alguien por vez primera, y, en una fracción de segundo sientes algo intuitivo dentro de ti que te hace ver tu grado de afinidad con esa persona. No hace falta ni hablar. Goethe escribió una maravillosa novela sobre ese asunto (Las Afinidades Electivas). Desgraciadamente, a veces los miedos, los prejuicios o la pereza se interponen en el camino y no te dejas guiar por esa inicial percepción. En esos casos, llega algo de más tiempo el reajuste.
Siempre me ha fascinado que exista cierta magia inmediata en la relación que uno establece con ciertas personas, y en cambio con otras no. En el trabajo lo noto constantemente. Con aquellos que comparto ésa forma de complicidad subconsciente, siempre sé que, más allá de las diferencias circunstanciales, puedo navegar con ellos en la misma dirección, y tejer redes, y hacer volar sueños que, al final, pueden llegar a cumplirse. Si tuviera que expresar en palabras que es lo que define a aquellos ante los cuales presiento esa empatía , diría que es la certeza de que actúan en base a sus principios y no guiados por salvar su cara o por algún otro interés mezquino.
Pienso a veces que se puede trazar una red con todas esas personas con las cuales compartimos tal sensación. Junto a ellos todas las dificultades son superables. Son aquellos que, en lugar de inventarse problemas buscan solucionarlos y que viven en la certeza de que, fuera de ellos mismos y de su inmediato interés, hay algo más grande e importante por lo que merece la pena vivir.
Están también, claro, esos otros para los cuales la vida consiste más que todo en no asumir responsabilidades, en mirar a otro lado y en, por encima de todo, evitar a toda costa mojarse.
La responsabilidad en los problemas del mundo nos corresponde en alguna medida a todos pero, mucho me temo, esa carga de culpa no esta simétricamente repartida: sorprende cuanto daño hacen a veces unos pocos, y cuanto bien, también, otros pocos pueden llegar a generar en su entorno.
Lo interesante del asunto es que, esa felicidad radiante que se siente cuando actúas guiado por aquello en lo que crees, y no por medrar a costa de los otros, es tan grande que te sigue empujando en la misma dirección siempre: la de seguir sin cesar buscando aliados en esa causa inmensa de luchar por la justicia. Y justicia, para mi, significa solamente una cosa: que nadie sea instrumento ni victima de los fines de otro.
(Foto: Ignacio Huerga)
Siempre me ha fascinado que exista cierta magia inmediata en la relación que uno establece con ciertas personas, y en cambio con otras no. En el trabajo lo noto constantemente. Con aquellos que comparto ésa forma de complicidad subconsciente, siempre sé que, más allá de las diferencias circunstanciales, puedo navegar con ellos en la misma dirección, y tejer redes, y hacer volar sueños que, al final, pueden llegar a cumplirse. Si tuviera que expresar en palabras que es lo que define a aquellos ante los cuales presiento esa empatía , diría que es la certeza de que actúan en base a sus principios y no guiados por salvar su cara o por algún otro interés mezquino.
Pienso a veces que se puede trazar una red con todas esas personas con las cuales compartimos tal sensación. Junto a ellos todas las dificultades son superables. Son aquellos que, en lugar de inventarse problemas buscan solucionarlos y que viven en la certeza de que, fuera de ellos mismos y de su inmediato interés, hay algo más grande e importante por lo que merece la pena vivir.
Están también, claro, esos otros para los cuales la vida consiste más que todo en no asumir responsabilidades, en mirar a otro lado y en, por encima de todo, evitar a toda costa mojarse.
La responsabilidad en los problemas del mundo nos corresponde en alguna medida a todos pero, mucho me temo, esa carga de culpa no esta simétricamente repartida: sorprende cuanto daño hacen a veces unos pocos, y cuanto bien, también, otros pocos pueden llegar a generar en su entorno.
Lo interesante del asunto es que, esa felicidad radiante que se siente cuando actúas guiado por aquello en lo que crees, y no por medrar a costa de los otros, es tan grande que te sigue empujando en la misma dirección siempre: la de seguir sin cesar buscando aliados en esa causa inmensa de luchar por la justicia. Y justicia, para mi, significa solamente una cosa: que nadie sea instrumento ni victima de los fines de otro.
(Foto: Ignacio Huerga)
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