A veces me dejo llevar por la melancolía. Cuando esa sensación coincide con unas ganas irrefrenables de escribir el resultado son textos como este.
Presiento que esa pulsión irresistible de quedar por un rato atrapado en la trama de los recuerdos tiene que ver con las circunstancias de mi propia infancia. Mi padre sufrió una trombosis cuando yo iba a cumplir nueve años. Toda mi niñez fue muy feliz pero, desde entonces, esa sensación de que perdí algo atrás (perdí el poder hablar o jugar con mi padre) me lleva de cuando en cuando a sentir que, en algún lugar de la vida ya vivida, se esconde algo que nunca podré recuperar.
Recordar, para mi, no es un sentimiento doloroso. Casi resulta reconfortante. Es como sumergirse en la felicidad pasada para, desde ella, vivir el ahora con fuerzas nuevas.
Esta mañana ese volver la vista atrás me ha conducido a una primavera de hace dieciocho años. Mis recuerdos siempre son muy intentos. Cuando me escondo en ellos, vuelvo a vivirlos. Regreso al vacío del pasado para ser unos segundos aquel muchacho de entonces; vuelvo a sentir el vértigo de un amor fresco y arrebatado. Vivía yo entonces como si cada amanecer fuera el último. Hacíamos el amor en los parques al caer la noche. Viajábamos a Italia, a Eslovenia o a Dalmacia. Bebíamos mucha cerveza. Bailábamos hasta altas horas de la madrugada y amanecíamos abrazados como si el mundo terminara al borde de nuestras sabanas.
Para seguir andando el camino, para seguir amando hoy, vuelvo a verme amando y mirando con los ojos de entonces. Y los ojos con que ahora miro, y la mujer a la que ahora amo, ya no son los mismos ojos ni la misma mujer, o si lo son, en otro cuerpo, con otro alma; porque todas las mujeres a las que he amado, todos los sentimientos que he sentido, todos los viajes que he viajado, me han llevado siempre al mismo lugar: Un sitio sin nombre, sin pensamientos ni prisas. Un lugar donde todos somos uno y las palabras no necesitan ser pronunciadas. Ese lugar se encuentra allí donde no hay ya recuerdos, ni pasado alguno, solo presente. Un presente eterno que dura una brizna de segundo.
( Foto: Luis Echanove)
Presiento que esa pulsión irresistible de quedar por un rato atrapado en la trama de los recuerdos tiene que ver con las circunstancias de mi propia infancia. Mi padre sufrió una trombosis cuando yo iba a cumplir nueve años. Toda mi niñez fue muy feliz pero, desde entonces, esa sensación de que perdí algo atrás (perdí el poder hablar o jugar con mi padre) me lleva de cuando en cuando a sentir que, en algún lugar de la vida ya vivida, se esconde algo que nunca podré recuperar.
Recordar, para mi, no es un sentimiento doloroso. Casi resulta reconfortante. Es como sumergirse en la felicidad pasada para, desde ella, vivir el ahora con fuerzas nuevas.
Esta mañana ese volver la vista atrás me ha conducido a una primavera de hace dieciocho años. Mis recuerdos siempre son muy intentos. Cuando me escondo en ellos, vuelvo a vivirlos. Regreso al vacío del pasado para ser unos segundos aquel muchacho de entonces; vuelvo a sentir el vértigo de un amor fresco y arrebatado. Vivía yo entonces como si cada amanecer fuera el último. Hacíamos el amor en los parques al caer la noche. Viajábamos a Italia, a Eslovenia o a Dalmacia. Bebíamos mucha cerveza. Bailábamos hasta altas horas de la madrugada y amanecíamos abrazados como si el mundo terminara al borde de nuestras sabanas.
Para seguir andando el camino, para seguir amando hoy, vuelvo a verme amando y mirando con los ojos de entonces. Y los ojos con que ahora miro, y la mujer a la que ahora amo, ya no son los mismos ojos ni la misma mujer, o si lo son, en otro cuerpo, con otro alma; porque todas las mujeres a las que he amado, todos los sentimientos que he sentido, todos los viajes que he viajado, me han llevado siempre al mismo lugar: Un sitio sin nombre, sin pensamientos ni prisas. Un lugar donde todos somos uno y las palabras no necesitan ser pronunciadas. Ese lugar se encuentra allí donde no hay ya recuerdos, ni pasado alguno, solo presente. Un presente eterno que dura una brizna de segundo.
( Foto: Luis Echanove)
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