Parece el argumento de una película de ciencia ficción, o la trama de un best seller conspiratorio, peor es cierto: Dispersa por el mundo se extiende una red amplia (aunque nadie sabe cuantos son) de hombres y mujeres anónimos dedicados a desarrollar lo que ellos llaman 'la tarea' (the work), una labor de tipo esotérico encaminada a mejorar el mundo através de ritos místicos, actividades artísticas y otras acciones de las que poco se sabe. Esta red invisible surgió a partir de las enseñazas de un oscuro personaje caucasiano llamado George Gurdjíeff.
Supe por primera vez sobre Gurdjíeff de forma causal, buceando aleatoriamente en Internet en búsqueda de información sobre esta parte del mundo.
Gurdjíeff nació en el seno de una familia de griegos ponticos de la Armenia turca, en una fecha indeterminada de la década de los años 70 del siglo XIX. Su infancia y juventud las pasó en Georgia y, según un rumor no confirmado, fue compañero de aula de Stalin en el seminario de Gori. Después decidió recorrer mundo en búsqueda de una respuesta a sus inquietudes místicas. No se sabe bien que lugares visitó exactamente, aunque parece seguro que residió en remotos monasterios budistas del Tíbet y Asia Central. A su regreso se instala en Moscú, donde enseguida despierta la atención de los círculos cultos con su sistema filosófico, completamente novedoso aunque enraizado en las tradiciones ocultistas sufies cristianas y orientales. Escribe libros épicos donde describe su pensamiento, y además compone música y coreografías de danzas basadas en arcaicas tradiciones de bailes iniciáticos.
En los caóticos años de la revolución rusa abandona Moscú con un grupo de discípulos y se instala en Tiflis, entonces recién constituida en la flamante capital de la nueva republica independiente de Georgia, la primera nación socialdemócrata de la historia. Allí crea el Instituto para el Desarrollo Harmonioso del Hombre, donde enseña sus danzas y comparte su sabiduría con cualquiera interesado. El Instituto que enseguida se convierte en un imán de creatividad, en medio del caótico hervidero cosmopolita del Tiflis de aquellos tiempos. La capital georgiana se había por entonces convertido en un laboratorio político y cultural, donde todo sucedía deprisa, como al borde del abismo. Intelectuales franceses, periodistas ingleses, espías turcos y nobles refugiados rusos observaban la debacle del Imperio zarista y el advenimiento comunista desde la barrera. Como el Berlín de entre guerras o la Habana terminal de Batista, en el Tiflis de esos frenéticos años el fin de un mundo se respiraba, y esa sensación de transición entre dos eras generaba una atmosfera electrizante de hedonismo, conspiración y locura artística. Finalmente, ese sueño de verano acabo abruptamente, con la llegada de los soviets al Cáucaso. Gurdjíeff se vio obligado a emigrar de nuevo, primero a Francia, luego a Estados Unidos, después a Francia otra vez, para ya nunca regresar a su región natal. Su Instituto apenas había sobrevivido tres anos. Murió en un suburbio de París, en 1949.
Interesado cada vez más en la fascinante vida de Gurdjíeff, quise averiguar donde estuvo emplazado Instituto que fundara en Tiflis en aquellos años. Las vagas referencias que leí sobre el asunto, en viejos libros encontrados de modo rocambolesco, afirmaban que no existía certeza alguna de la localización exacta del lugar. Finalmente, como por arte de magia, un amigo francés, desconocedor en realidad de esa obsesión mía por el curioso personaje, me prestó un opúsculo sobre el periodo de Gurdjíeff en Tiflis. Era un librillo rustico, editado, quien sabe porque, por la embajada de Italia en Georgia. Para mi sorpresa, en uno de sus artículos hallé una referencia explicita a la dirección exacta donde, en su día, se irguió ese curiosísimo Instituto para el Desarrollo Harmonioso del Hombre. La avenida citada ya no existía en el callejero de Tiflis. Tuve pues que acudir a viejos mapas, y, al fin, la encontré. Para mi enorme sorpresa, el lugar se hallaba a pocas manzanas de mi oficina, en una calle ruidosa de la orilla menos elegante del río. Me acerqué a visitar el sitio, sin siquiera saber si el inmueble original había sobrevivido.
Me quedé un buen rato contemplando los muros azules de esa casona, cuyo extraordinario pasado ya nadie recuerda. Colgaban sabanas de los balcones ricamente tallados. La puerta de acceso parecía ir a desvencijarse en cualquier momento.
Un tipo con pinta de extranjero parecía también mirar la casa desde la acera. Tal vez era uno de ellos.
Supe por primera vez sobre Gurdjíeff de forma causal, buceando aleatoriamente en Internet en búsqueda de información sobre esta parte del mundo.
Gurdjíeff nació en el seno de una familia de griegos ponticos de la Armenia turca, en una fecha indeterminada de la década de los años 70 del siglo XIX. Su infancia y juventud las pasó en Georgia y, según un rumor no confirmado, fue compañero de aula de Stalin en el seminario de Gori. Después decidió recorrer mundo en búsqueda de una respuesta a sus inquietudes místicas. No se sabe bien que lugares visitó exactamente, aunque parece seguro que residió en remotos monasterios budistas del Tíbet y Asia Central. A su regreso se instala en Moscú, donde enseguida despierta la atención de los círculos cultos con su sistema filosófico, completamente novedoso aunque enraizado en las tradiciones ocultistas sufies cristianas y orientales. Escribe libros épicos donde describe su pensamiento, y además compone música y coreografías de danzas basadas en arcaicas tradiciones de bailes iniciáticos.
En los caóticos años de la revolución rusa abandona Moscú con un grupo de discípulos y se instala en Tiflis, entonces recién constituida en la flamante capital de la nueva republica independiente de Georgia, la primera nación socialdemócrata de la historia. Allí crea el Instituto para el Desarrollo Harmonioso del Hombre, donde enseña sus danzas y comparte su sabiduría con cualquiera interesado. El Instituto que enseguida se convierte en un imán de creatividad, en medio del caótico hervidero cosmopolita del Tiflis de aquellos tiempos. La capital georgiana se había por entonces convertido en un laboratorio político y cultural, donde todo sucedía deprisa, como al borde del abismo. Intelectuales franceses, periodistas ingleses, espías turcos y nobles refugiados rusos observaban la debacle del Imperio zarista y el advenimiento comunista desde la barrera. Como el Berlín de entre guerras o la Habana terminal de Batista, en el Tiflis de esos frenéticos años el fin de un mundo se respiraba, y esa sensación de transición entre dos eras generaba una atmosfera electrizante de hedonismo, conspiración y locura artística. Finalmente, ese sueño de verano acabo abruptamente, con la llegada de los soviets al Cáucaso. Gurdjíeff se vio obligado a emigrar de nuevo, primero a Francia, luego a Estados Unidos, después a Francia otra vez, para ya nunca regresar a su región natal. Su Instituto apenas había sobrevivido tres anos. Murió en un suburbio de París, en 1949.
Interesado cada vez más en la fascinante vida de Gurdjíeff, quise averiguar donde estuvo emplazado Instituto que fundara en Tiflis en aquellos años. Las vagas referencias que leí sobre el asunto, en viejos libros encontrados de modo rocambolesco, afirmaban que no existía certeza alguna de la localización exacta del lugar. Finalmente, como por arte de magia, un amigo francés, desconocedor en realidad de esa obsesión mía por el curioso personaje, me prestó un opúsculo sobre el periodo de Gurdjíeff en Tiflis. Era un librillo rustico, editado, quien sabe porque, por la embajada de Italia en Georgia. Para mi sorpresa, en uno de sus artículos hallé una referencia explicita a la dirección exacta donde, en su día, se irguió ese curiosísimo Instituto para el Desarrollo Harmonioso del Hombre. La avenida citada ya no existía en el callejero de Tiflis. Tuve pues que acudir a viejos mapas, y, al fin, la encontré. Para mi enorme sorpresa, el lugar se hallaba a pocas manzanas de mi oficina, en una calle ruidosa de la orilla menos elegante del río. Me acerqué a visitar el sitio, sin siquiera saber si el inmueble original había sobrevivido.
Me quedé un buen rato contemplando los muros azules de esa casona, cuyo extraordinario pasado ya nadie recuerda. Colgaban sabanas de los balcones ricamente tallados. La puerta de acceso parecía ir a desvencijarse en cualquier momento.
Un tipo con pinta de extranjero parecía también mirar la casa desde la acera. Tal vez era uno de ellos.
1 comentario:
Dear Juan,
You should had more about Gurdjieff, is encounters with Stalin, is travels to Chambala and so on. See recent filmography in French, English & Russian
Joel
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