Era un día desapacible, de esos que, aunque no haga viento, uno lo siente. El río caudaloso se arremolina entorno a las rocas puntiagudas trazando dibujos psicodélicos de espuma. El museo estaba cerrado, pero no me sentí decepcionado. El viaje había sido largo y pesado, aunque no tenía motivo para queja. Allí estaba yo por fin, frente a la rustica casa de piedra, en medio del collado nevado. Allí estaba yo, en el mismo lugar donde Vazha-Pshavela pasó la mayor parte de su vida escribiendo, meditando y recorriendo los caminos de montaña.
Luka Razikashvili (ese fue su nombre de oficial), nació en 1861 (*) en Pshavi, un agreste valle del Cáucaso georgiano. De familia rural acomodada, hizo estudios universitarios en San Petesburgo (en aquel tiempo su país formaba parte del inmenso imperio zarista) pero la llamada de las montañas pudo más que sus ánimos de adoptar una vida cultivada y burguesa, así que decidió regresar a Chargali, su remoto villorrio de montaña. Allí pasó el resto de sus días, dedicado a contemplar la naturaleza, a indagar en las costumbres arcanas de los jevsures, los pshavios y otras tribus de la montaña y a escribir poemas épicos brillantes y rotundos.
Su vida de eremita, en lugar de aislarle del mundo y de los problemas del hombre, le abrió de par en par las puertas del humanismo. Vazha-Pshavela, como Walt Whitman en Estados Unidos, supo extraer del contacto con la vida campestre, lecciones universales, sobre la paz, la búsqueda de la armonía o la hermandad del genero humano. Bien es cierto que los poemas de Pshavela se ambientan siempre en ese mundo pequeño que habitó. Nos habla, por ejemplo, de las guerras eternas entre los chechenos y las tribus georgianas de montaña. Pero su mensaje no es localista ni provinciano. Todo lo contrario. El ambiente que describe es solo la base para un mensaje de contenido netamente universal. El pacifismo y el ecologismo de su obra lo convierten en un autentico pionero del pensamiento humanista más radical. Mitad cantor de gesta, mitad místico, los versos de Vazha-Pshavela son un grito desde el fondo de la tierra, un grito furioso, pero un grito de paz.
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(*) Este año se cumple el cien aniversario de la muerte del poeta. Se organizará una verbena a su memoria este verano. El alcalde pedáneo de Chargali da por hecho que Alain Delon acudirá al festejo. Me contó que leyó en una revista como el actor francés logró recuperase hace años de una depresión profunda tras leer un poemario del bate georgiano, así que decidió enviarle una carta invitándole para presidir las fiestas.
Luka Razikashvili (ese fue su nombre de oficial), nació en 1861 (*) en Pshavi, un agreste valle del Cáucaso georgiano. De familia rural acomodada, hizo estudios universitarios en San Petesburgo (en aquel tiempo su país formaba parte del inmenso imperio zarista) pero la llamada de las montañas pudo más que sus ánimos de adoptar una vida cultivada y burguesa, así que decidió regresar a Chargali, su remoto villorrio de montaña. Allí pasó el resto de sus días, dedicado a contemplar la naturaleza, a indagar en las costumbres arcanas de los jevsures, los pshavios y otras tribus de la montaña y a escribir poemas épicos brillantes y rotundos.
Su vida de eremita, en lugar de aislarle del mundo y de los problemas del hombre, le abrió de par en par las puertas del humanismo. Vazha-Pshavela, como Walt Whitman en Estados Unidos, supo extraer del contacto con la vida campestre, lecciones universales, sobre la paz, la búsqueda de la armonía o la hermandad del genero humano. Bien es cierto que los poemas de Pshavela se ambientan siempre en ese mundo pequeño que habitó. Nos habla, por ejemplo, de las guerras eternas entre los chechenos y las tribus georgianas de montaña. Pero su mensaje no es localista ni provinciano. Todo lo contrario. El ambiente que describe es solo la base para un mensaje de contenido netamente universal. El pacifismo y el ecologismo de su obra lo convierten en un autentico pionero del pensamiento humanista más radical. Mitad cantor de gesta, mitad místico, los versos de Vazha-Pshavela son un grito desde el fondo de la tierra, un grito furioso, pero un grito de paz.
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(*) Este año se cumple el cien aniversario de la muerte del poeta. Se organizará una verbena a su memoria este verano. El alcalde pedáneo de Chargali da por hecho que Alain Delon acudirá al festejo. Me contó que leyó en una revista como el actor francés logró recuperase hace años de una depresión profunda tras leer un poemario del bate georgiano, así que decidió enviarle una carta invitándole para presidir las fiestas.
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