(1) Prometeo
Quien ha pasado algún tipo en el Cáucaso sabe bien que estas montañas poseen la extraña capacidad de cargarte las pilas y acelerarte hasta colocarte en un trepidante estado de ánimo, a caballo entre el entusiasmo y las ganas de hablar a voces.
Hay quien teoriza que el asunto es provocado por la carga magnética que contienen estas enormes moles geológicas, y algunos hasta encuentran explicaciones místicas a ese evidente chute de energía que las cumbres caucásicas parecen provocar. Sea lo que sea, a juzgar por la convulsiva historia de los pobladores de esta parte del mundo, no cabe duda que algo hay en la naturaleza de la tierra que convierte el vivir cotidiano en una aventura épica donde el honor, el heroísmo o (en el peor de los casos) las opiniones radicales, dominan siempre el discurso. Ese espíritu mesurado y pequeño burgués tan propio de gran parte de Europa esta completamente ausente en el Cáucaso. Aquí se vive, mentalmente, en una especie de Edad Media permanente, con buenos y malos, arengas en lugar de conversaciones y ganas constantes de sentirse al borde mismo del fin del mundo.
Fue en las cúspides eternamente nevadas del Cáucaso donde, según la leyenda griega, Zeus castigó a Prometeo por revelar el secreto del fuego a los hombres. La épica milenaria y anciana de esta cordillera geológicamente tan joven, su cargada historia de leyendas y batallas da forma y a la vez condiciona la psique colectiva de los pueblos que moran sus faldas.
Ese espíritu de epopeya, que de algún modo impregna casi todo aquí, tiene por supuesto sus lados oscuros, pero también sus luces brillantes. Y es que el Cáucaso ha producido, y sigue produciendo, un puñado de hombres y mujeres que fueron capaces de canalizar esas energías brutales de las cumbres y, tal vez gracias a ellas, dar luz a mundos creativos portentosos. Me refiero a personajes tales como Vazha-Pshavela, Gurdjíeff o Parajanov. Desgraciadamente, estos grandes artistas y pensadores, de talla y mensaje universal, son en general muy poco conocidos en Europa. Dedicaré pues unas cuantas entradillas en este blog a su memoria.
A través de sus voces, de sus poemas, de sus películas o de sus coreografías, aprendemos nuevamente que, al fin y al cabo, la sabiduría de los hombres puede siempre derrotar a los celosos dioses del pasado.
Hay quien teoriza que el asunto es provocado por la carga magnética que contienen estas enormes moles geológicas, y algunos hasta encuentran explicaciones místicas a ese evidente chute de energía que las cumbres caucásicas parecen provocar. Sea lo que sea, a juzgar por la convulsiva historia de los pobladores de esta parte del mundo, no cabe duda que algo hay en la naturaleza de la tierra que convierte el vivir cotidiano en una aventura épica donde el honor, el heroísmo o (en el peor de los casos) las opiniones radicales, dominan siempre el discurso. Ese espíritu mesurado y pequeño burgués tan propio de gran parte de Europa esta completamente ausente en el Cáucaso. Aquí se vive, mentalmente, en una especie de Edad Media permanente, con buenos y malos, arengas en lugar de conversaciones y ganas constantes de sentirse al borde mismo del fin del mundo.
Fue en las cúspides eternamente nevadas del Cáucaso donde, según la leyenda griega, Zeus castigó a Prometeo por revelar el secreto del fuego a los hombres. La épica milenaria y anciana de esta cordillera geológicamente tan joven, su cargada historia de leyendas y batallas da forma y a la vez condiciona la psique colectiva de los pueblos que moran sus faldas.
Ese espíritu de epopeya, que de algún modo impregna casi todo aquí, tiene por supuesto sus lados oscuros, pero también sus luces brillantes. Y es que el Cáucaso ha producido, y sigue produciendo, un puñado de hombres y mujeres que fueron capaces de canalizar esas energías brutales de las cumbres y, tal vez gracias a ellas, dar luz a mundos creativos portentosos. Me refiero a personajes tales como Vazha-Pshavela, Gurdjíeff o Parajanov. Desgraciadamente, estos grandes artistas y pensadores, de talla y mensaje universal, son en general muy poco conocidos en Europa. Dedicaré pues unas cuantas entradillas en este blog a su memoria.
A través de sus voces, de sus poemas, de sus películas o de sus coreografías, aprendemos nuevamente que, al fin y al cabo, la sabiduría de los hombres puede siempre derrotar a los celosos dioses del pasado.
(Foto: Juan Echanove)
No hay comentarios:
Publicar un comentario