El tipo me lo dijo de repente: "Yo he venido aquí por un libro"- sonrió y se mesó la perilla unos segundos-"un libro especial....no puedo decirte quien me ha enviado a buscarlo, solo te diré que es alguien poderoso, muy poderoso, y que el libro es un ejemplar del Corán muy antiguo y valiosísimo para algunas personas". A esas alturas, ya casi nada podía sorprenderme. Llevabamos seis días juntos en Sarajevo, un mes de enero de 1994.
Me habían avisado de su llegada a Split, en Croacia, pocas horas antes del aterrizaje de su avión. Yo debia esperarle en el aeropuerto, para juntos tomar otro vuelo, esta vez hasta la capital de Bosnia, en el corazón de la guerra. "Este hombre- me dijo con un hilo de voz mi jefe en la ONG- nos va a ayudar a por fin abrir misión en la zona musulmana; con él podemos obtener las garantías y permisos necesarios para funcionar allí y gestionar alguno de los campos de desplazados de la zona". En aquellas guerras balcánicas las organizaciones de ayuda se disputaban las áreas de trabajo como si se tratase de multinacionales luchando por nuevos mercados.
El misterioso personaje me contó la historia de su vida en un par de horas, las que se demaraba el cuatrimotor de Naciones Unidas en arribar al asedidado aeropuerto de la capital bosníaca. Me habló de su infancia granadina, de sus años como músico al lado de Cat Stevens, de su conversión al islamismo y de su actual condición de profesor en la universidad de Medina. "El rey me ha enviado a poner orden y controlar que no le roben las ayudas que manda", decía, y yo no sabía si se refiería a Melchor, a Gaspar o al monarca saudita.
Cruzamos las lineas serbias que separaban el aeropuerto de la ciudad en una tanqueta de los cascos azules egipcios. Los milicianos disparaban por diversión, porque sus balas nada podían hacernos allí dentro, pero el sonido seco de los impactos contra la chapa resultaba bastante inquietante. Además, sienpre existía la posibilidad de que en un golpe de buena puntería lograran estallar alguna de las ruedas.
Recuerdo esos días de Sarajevo entre brumas. Conservo memorias vagas de los dos cruzando bocacalles taponadas con chapas para evitar a los francotiradores, visitas a la carrera a la sede central del ACNUR, a las oficinas del ministerio de sanidad...en todas partes abrían de par en par las puertas al granadino converso, todo el mundo escuchaba con atención sus palabras. Él generalmente sólo hablaba de sí mismo, eso sí, con un tono desenfadado que hacía que su fanfarronería, a la postre, resultase simpática. Prometía ayudas, reñía a gritos a los altos cargos del gobierno por dilapidar la ayuda humanitaria enviada a través de las organizaciones islámicas, contaba chistes en su inglés de cerrado acento andaluz que nadie lograba comprender plenamente.
Y al fin, el último día, me soltó aquello del libro. Supe desde el primer instante que eso no era una brabuconada más. Con detalle me narró como la vieja biblioteca de Sarajevo fue vaciada por el gobierno bosnio para que sus valiosos fondos no resultaran afectados por los bombardeos. La decisión, sin duda, fue extremadamante adecuada, porque a los pocos días de concluir la evacación de los volúmenes el fuego de mortero y un consecuente incendio arrasaron el edificio. Para mayor seguridad, los libros se distribuyeron entre las casas del vecindario. La operación se había llevado a cabo a toda máquina, sin numerar las cajas, sin inventariar las obras. Su misión, pues, era tirar de los hilos que le llevaran al rincón perdido de una habitación cualquiera en una casa anónima donde aquella obra esparaba ser encontrada. Tras su relato, se despidió cortesmente y salió del piso donde nos hospedábamos. "Voy a respirar el frío de la noche", me dijo. Cuando me fui a acostar todavía no había vuelto.
Regresamos a Split al día siguiente. A mitad del vuelo me di cuenta: el hombre agarraba en sus manos, constantemente, una cajita pequeña, envuelta en un paño tosco. Me vio mirarla fijamente pero no dijo nada. Sólo sonrió.
(Foto: Nacho Huerga)