Miró al mar largo rato. Luego cerró los ojos y se dejó zambullir en el aire fresco y en el ronco fluir de las olas rompiendo. Estaba sola en la playa inmensa. De pie, frente al horizonte, con los brazos abiertos y el rostro humedecido, intentaba atrapar rayos de sol. Pasó un rato largo. De pronto sintió pasos sobre la arena, pero no abrió los ojos. El ligero sonido sobre el suelo mullido se acercaba. Y ella seguía sintiendo…sintiendo el frescor de las gotas del mar en su rostro, y el sol suave, y el aire breve…y también esos pasos, cada vez mas próximos. De pronto ese sonido de alguien caminando se detuvo. Percibió una presencia muy próxima, sentía otra respiración, olía otro cuerpo, muy cerca. Pero no abrió los ojos aun. Seguía sometida al hechizo del horizonte. Y aquella presencia ya no se movía, permanecía ahora varada a su lado, como una sombra. Estaba cerca, muy cerca, casi la rozaba. Y ella no abrió aún los ojos. Al fin notó que era tocada, tal vez por unos dedos al final de un brazo extendido. Fue un simple toque, una caricia fugaz. Y entonces, sí, por fin abrió los ojos. Y se vio: se vio a si misma, se vio a si misma mirándose a si misma. Y quiso salir corriendo, pero no pudo. Y quiso cerrar los ojos, pero no pudo.
(Foto: Luis Echanove)
(Foto: Luis Echanove)