Queridos todos,
Empecé
con Chota Chunga un mes de julio de hace ahora seis años y medio. Por entonces
aun vivía en Filipinas, padeciendo ya los estertores de esa década estupenda de
treintañero. Mi hijo Juan acababa de nacer. Han pasado 459 entradas en este
blog desde entonces, entre relatos cortos, micro ensayos, poemas, reflexiones
varias y recuerdos. Y, a caballo de todas esas entradas, entre tanto, muchos otros
cambios han sacudido el árbol del tiempo: Juan ha crecido y crecido hasta llenar mi vida
con sus dibujos y sus preguntas ingenuas y esenciales. Olalla, mi tercera criatura se incorporó también
a la familia; Georgia, este rincón montañoso donde moro, me ha devorado con sus
fauces de nación épica; algunos amigos se han marchado para siempre; otros han
aparecido en mi camino y forman ya parte de mi mismo. La vida ha seguido imponiendo
su pulso. 469 cuentos, desencuentros y reencuentros con
amigos y lectores.
Nunca, a
lo largo de todos estos años, sentí cómo una imposición tediosa el mantener Chota
Chunga activo. Escribía cuando quería, respondiendo a una obligación que no era
externa, sino que brotaba de ese pozo descontrolado donde todos escondemos las
ganas de seguir vivos (y también, a veces, las de gritar). Sin embargo, desde hace algún tiempo –no mucho-
el halito de Chota Chunga se ha perdido. Me falta el aire para escribir. Sé que
antes o después volverá pero, entre tanto, no puedo hacer otra cosa más que echar
el freno, parar y… ¿por qué no? Volver
la vista atrás. Voy pues a rebuscar en
ese magma de los escritos aquí acumulados e intentar trabajar con ellos algo
coherente…a lo mejor una colección de cuentos cortos para su publicación en
forma de libro.
He decido
pues no escribir nada nuevo por un tiempo en este blog, y nutrirlo con entradas
antiguas. Chota Chunga es ya como una escalera de 469 peldaños…y creo que toca ahora
dejar de subir y comenzar a descender, bajar hasta el inicio.
Y el inicio, hace seis
años y medio, fue este:
"La
noche se acerca. El hombre intenta alejarse. Pero no hay manera. La noche se
acerca más y más, hasta rozarle. Hasta tocar la punta de su largo gabán usado.
El hombre trota, casi corre. A ratos mira atrás a hurtadillas, con temor, con
ansia, con curiosidad. El hombre llega a la casa exhausto. Se quita el
gabán. Se recuesta sobre el piso. Contempla el techo con ojos vidriosos. No va
a llorar. Es sólo que siente frío en el rostro.
Ha dejado a la noche fuera, golpeando contra los vidrios. El silbo fuerte del viento hace templar la luz de las candelas sobre la mesa de roble. El hombre mira a través de la ventana y no ve nada. Sólo una oscuridad cerrada, un vacío grande, inmenso, al que acaba de lograr derrotar.
Agarra el taburete. Se recuesta contra el muro,
Tiene hambre pero no cena. Entorna la mirada y se deja atrapar por el sueño. El
susurro del viento arrulla sus últimos pensamientos.
De pronto, asustado, abre los ojos. No ve nada,
nada en absoluto. Todo está oscuro. El viento recio apagó la vela. La noche le
ha vencido, le ha derrotado para siempre. Sin salida, sin salvación posible, se
sumerge en la negrura."
(Fotos: Superior, el autor de este blog. Inferior: Ignacio Huerga)
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