El ruido del mar batiendo le acompañaba siempre, allí donde se dirigiera.
En la ciudad no oía nunca los pitidos incesantes de los coches, o los retazos de las conversaciones confusas de otros peatones. Su fondo sonoro era siempre el de las aguas trenzando redes de espuma y rompiendo contra una playa de ficción.
Cuando caminaba por el bosque, no escuchaba el sonido de las hojas secas al ser pisadas, o el aletear de los pájaros volando atolondrados al caer la tarde. Sus oídos solo se llenaban con el fragor de las aguas rítmicas de un océano inexistente.
Escondido a veces en su habitación, atrapado en la soledad, cerraba a veces los ojos, y el mar curtiendo el aire con su silbido constante seguía resonando en su cabeza.
Llegó el verano. Marchó a la costa. Se encaminó una mañana hasta el malecón y allí contempló absorto como las olas azules sacudían en andanadas las rocas del fondeadero. La brisa húmeda salpicaba su cara. Y el ya no oía nada. Todo era silencio.
En la ciudad no oía nunca los pitidos incesantes de los coches, o los retazos de las conversaciones confusas de otros peatones. Su fondo sonoro era siempre el de las aguas trenzando redes de espuma y rompiendo contra una playa de ficción.
Cuando caminaba por el bosque, no escuchaba el sonido de las hojas secas al ser pisadas, o el aletear de los pájaros volando atolondrados al caer la tarde. Sus oídos solo se llenaban con el fragor de las aguas rítmicas de un océano inexistente.
Escondido a veces en su habitación, atrapado en la soledad, cerraba a veces los ojos, y el mar curtiendo el aire con su silbido constante seguía resonando en su cabeza.
Llegó el verano. Marchó a la costa. Se encaminó una mañana hasta el malecón y allí contempló absorto como las olas azules sacudían en andanadas las rocas del fondeadero. La brisa húmeda salpicaba su cara. Y el ya no oía nada. Todo era silencio.
Foto: Ignacio Huerga
1 comentario:
Observa a su hija en la playa, cómo ella mira caer la arena entre sus manos una y otra vez.
Imagina que ella es capaz de ver en esa arena la composición de los átomos, mundos enteros o estrellas. O sólo arena. Pero mientras María repite ese ritual, es feliz.
Miguel Gallardo. "María y yo"
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