Hablábamos aquí, hace un par de entradillas, sobre la visión distorsionada de la lengua vasca que se tiene frecuentemente en el resto de España. Pero, para hacer honor a la verdad, las percepciones deformadas sobre el euskera son igualmente frecuentes en el propio País Vasco. La primera, y tal vez la mas peligrosa de tales distorsiones, es ese permanente ejercicio por parte del nacionalismo vasco de monopolizar el euskera, como si los idiomas, en si mismos, fueran patrimonio de una u otra corriente ideológica. Muchos vascos aman su lengua y la usan a diario y no son nacionalistas. Es imprescindible, para una cabal comprensión de la sociedad vasca, entender que identidad lingüística y opinión política no son sinónimos.
Otra gran leyenda del nacionalismo vasco con respecto al euskera es la de la supuesta perentoria necesidad de 'revasquizar' las zonas del territorio autonómico donde la lengua no se habla (Álava, las Bardenas…). Es dudoso que en la Rioja alavesa, por ejemplo, se haya hablado euskera alguna vez en los últimos mil años. Reintroducir el vasco allí resulta tan anacrónico como recuperar el mozárabe en Toledo, pongamos por caso. En el País Vasco, como en tantas otras partes del mundo, las fronteras administrativas y las lingüísticas, sencillamente, no coinciden. Potenciar el euskera en las zonas donde se sigue hablando es no solo recomendable, sino necesario. Pero relanzarlo donde ya no se habla es un simple ejercicio de fantasía lingüística.
Otro lugar común que merece ser aclarado es el asunto de la supuesta persecución del euskera durante el franquismo. Sé que entro aquí en aguas polémicas y espero pues no ser mal interpretado.
Se suele atribuir al adusto dictador ferrolano toda la responsabilidad en el declive del uso del vasco, cuando lo cierto es que la lengua venía perdiendo terreno desde mucho tiempo atrás. Si a alguien hay que atribuir la principal carga en el decaimiento del euskera es a las propias élites vascas. Hasta mediados del siglo XIX, nueve de cada diez vizcaínos y guipuzcoanos hablaban vasco; muchos, de hecho, no conocían ningún otro idioma. Con la industrialización y el afloramiento de una nueva burguesía urbanita, bien posicionada en Madrid, la venerable lengua comenzó a decaer. Hablar vasco ya no era 'elegante', sino más bien propio de 'aldeanos'. El español pasó a ser, para las elites vascas, la lengua de los negocios, el idioma del futuro, en tanto el vasco se asimilaba con el pasado rural a superar.
Durante el franquismo, esa tendencia no hizo sino acelerarse. Por una parte, la lengua perdió el régimen de oficialidad que había gozado durante la Segunda Republica. Así mismo, el uso del euskera comenzó a dotarse de una connotación política evidente. Los vasco-parlantes (especialmente si se trataba de intelectuales) eran de algún modo percibidos por el régimen como potenciales desafectos al sistema, debido al papel jugado por el nacionalismo vasco durante la contienda civil. Así pues, el ambiente político y social de la dictadura era sin duda altamente desfavorable al idioma. Pero la situación que acabamos de describir no es exactamente la misma que la de una persecución. Hablar vasco no era un delito; el idioma, aunque jamás apoyado por el sistema educativo de la dictadura, nunca dejó de enseñarse (aunque minoritariamente); las misas se seguían dando en euskera; la mayor parte de la gente, en las áreas euskaldunes, continuó utilizando el idioma en su vida cotidiana. De hecho, el porcentaje de vasco-parlantes respecto al total de la sociedad vasca apenas disminuyó durante los 40 años de la dictadura. Obvio es decir que la situación estaba lejos de ser ideal para los vasco-parlantes, pero el termino 'persecución' es, sencillamente, exagerado.
Si en verdad respetamos el vasco, comencemos por ser fieles a la verdad de su historia.
Otra gran leyenda del nacionalismo vasco con respecto al euskera es la de la supuesta perentoria necesidad de 'revasquizar' las zonas del territorio autonómico donde la lengua no se habla (Álava, las Bardenas…). Es dudoso que en la Rioja alavesa, por ejemplo, se haya hablado euskera alguna vez en los últimos mil años. Reintroducir el vasco allí resulta tan anacrónico como recuperar el mozárabe en Toledo, pongamos por caso. En el País Vasco, como en tantas otras partes del mundo, las fronteras administrativas y las lingüísticas, sencillamente, no coinciden. Potenciar el euskera en las zonas donde se sigue hablando es no solo recomendable, sino necesario. Pero relanzarlo donde ya no se habla es un simple ejercicio de fantasía lingüística.
Otro lugar común que merece ser aclarado es el asunto de la supuesta persecución del euskera durante el franquismo. Sé que entro aquí en aguas polémicas y espero pues no ser mal interpretado.
Se suele atribuir al adusto dictador ferrolano toda la responsabilidad en el declive del uso del vasco, cuando lo cierto es que la lengua venía perdiendo terreno desde mucho tiempo atrás. Si a alguien hay que atribuir la principal carga en el decaimiento del euskera es a las propias élites vascas. Hasta mediados del siglo XIX, nueve de cada diez vizcaínos y guipuzcoanos hablaban vasco; muchos, de hecho, no conocían ningún otro idioma. Con la industrialización y el afloramiento de una nueva burguesía urbanita, bien posicionada en Madrid, la venerable lengua comenzó a decaer. Hablar vasco ya no era 'elegante', sino más bien propio de 'aldeanos'. El español pasó a ser, para las elites vascas, la lengua de los negocios, el idioma del futuro, en tanto el vasco se asimilaba con el pasado rural a superar.
Durante el franquismo, esa tendencia no hizo sino acelerarse. Por una parte, la lengua perdió el régimen de oficialidad que había gozado durante la Segunda Republica. Así mismo, el uso del euskera comenzó a dotarse de una connotación política evidente. Los vasco-parlantes (especialmente si se trataba de intelectuales) eran de algún modo percibidos por el régimen como potenciales desafectos al sistema, debido al papel jugado por el nacionalismo vasco durante la contienda civil. Así pues, el ambiente político y social de la dictadura era sin duda altamente desfavorable al idioma. Pero la situación que acabamos de describir no es exactamente la misma que la de una persecución. Hablar vasco no era un delito; el idioma, aunque jamás apoyado por el sistema educativo de la dictadura, nunca dejó de enseñarse (aunque minoritariamente); las misas se seguían dando en euskera; la mayor parte de la gente, en las áreas euskaldunes, continuó utilizando el idioma en su vida cotidiana. De hecho, el porcentaje de vasco-parlantes respecto al total de la sociedad vasca apenas disminuyó durante los 40 años de la dictadura. Obvio es decir que la situación estaba lejos de ser ideal para los vasco-parlantes, pero el termino 'persecución' es, sencillamente, exagerado.
Si en verdad respetamos el vasco, comencemos por ser fieles a la verdad de su historia.
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