Ayer un taxista me vociferó que el PSOE había puesto las bombas del 11 de marzo, que Aznar fue el mejor presidente de la historia de España, que los pobladores de Gaza son todos terroristas, que Ana Belén, la cantante, es una “comunista asquerosa” y que odiaba a la gente de izquierdas. Su aluvión incontinente y atropellado de críticas a diestro y siniestro, insultos, dogmatismo y faltas de respeto hacia todos los que no pensaban como él le delataban, evidentemente, como el típico ejemplar de personaje extremista, radicalizado y en el fondo contrario a la democracia como norma de convivencia.
Era, en resumen, el típico ultraderechista. Conocemos el perfil: Sólo escuchan la COPE y leen la Razón, Rajoy les parece un blandengue y piensan que Zapatero es un masón vengativo que quiere promover el ateísmo, echarían a todos los emigrantes y piensan que España está en riesgo inminente de ruptura y caos generalizado.
En la mayor parte de los países europeos entre un cinco y un veinte por ciento (cuando no más) del electorado vota por opciones políticas de extrema derecha, tales como el Frente Nacional en Francia, el Movimiento Social Italiano o el Partido Liberal austríaco.
En España, en cambio, los partidos de semejante signo político no obtienen representación parlamentaria alguna y sólo reunen a escasisimos miles de votantes. ¿Significa esto que en nuestro país casi no hay gente ultraconservadora o directamente neofascista? No veo ninguna razón por la cual España debería ser una excepción y carecer de un significativo segmento de la opinión pública de signo ultra. Asumamos pues, de una vez que, por triste que resulte, en la sociedad española, como en cualquier otra de su entorno, la extrema derecha tiene cierto peso. La explicación al porqué de esa ausencia de votos a partidos de extrema derecha en España está en que el votante radical de derechas se encuentra cómodo votando al Partido Popular.
Aplicando una sencilla regla del tres, resulta que al menos un cuarto de todos los votantes del PP son en realidad personas de extrema derecha: Supongamos que entorno a un 10% de los españoles si fueran franceses votarían al Frente Nacional pero en nuestro país votan al PP. El PP es votado más o menos por un 40% del electorado, es decir, por ese 10% de gentes de extrema derecha más un 30% de personas de derecha, centro-derecha o centro. Que uno de cada cuatro o cinco votantes del principal partido de la oposición sea sociológicamente ultra no es moco de pavo. Significa, entre otras cosas, que para retener dentro de sus filas a ese jugoso porcentaje de votantes, el Partido Popular debe continuamente hacer concesiones a la agenda política de la extrema derecha.
¿Os imagináis que los troskistas, los antisistema o los comunistas de la vieja guardia votasen al PSOE y conformaran una cuarta parte del electorado socialista? Evidentemente, eso no ocurre así porque a la izquierda del PSOE está IU, y todavía más a la izquierda, una plétora de partidos que, aunque extraparlamentarios, arañan varias decenas de miles de votos. En el caso de la extrema derecha, en cambio, los ultra radicales campan a sus anchas dentro de las filas (y de los cuadros políticos) del Partido Popular.
Personalmente yo preferiría que ese segmento social de la derecha radical, eternamente crispada, contase con su propio partido y que el PP se viera liberado de tales alforjas radicales. De este modo la agenda política de extrema derecha quedaría fuera de cualquier opción de gobierno, y no como ahora, que se agazapa dentro del Partido Popular. Muy probablemente la mayor parte de los votantes populares se sentirían más cómodos si tales extremistas salieran de las filas de su partido.