Todas las pistas apuntaban en la misma dirección. Un fuego remoto ardía en el horizonte. La columna de humo tupido ascendía oblicua, rumbo a la bahía, como huyendo de las montañas, del ruido, de la ciudad. Bajo el asfalto y el cemento, tal vez discurrían aun los esteros cenagosos de antaño. El paisaje olvidado, enterrado más bien bajo esa alfombra de ciudad resplandeciente, se escapaba por las fisuras del concreto, en forma de tímida mata, de humilde hierba, de árbol romo en un jardín contaminado.
Manila, aquella mañana, quería escaparse, quería no ser ella misma, quería abandonar la apacible tranquilidad del estrés humano y ser de nuevo pantano y canales salobres, abiertos al mar, como venas de un cuerpo oceánico. Manila quería echar a volar sobre el sombrero gris de neblina intoxicante, ascender a los cielos, trepar los volcanes agonizantes de Bataan. Quería transformarse en aldea campesina, en isla desierta, en cumbre de cordillera. Ser ciudad, al cabo de los siglos, es un ejercicio agotador. Verse caminada, generación tras generación, vivir bajo las cosquillas de una miríada de hombres, de mujeres, de vehículos, de autobuses, siempre circulando a granel, sin rumbo…Manila ya no podía fungir de hormiguero ni morada para nadie. Quería, solo, evadirse, huir lejos, sin dejar pistas, como se marchan las gaviotas.
Manila, aquella mañana, quería escaparse, quería no ser ella misma, quería abandonar la apacible tranquilidad del estrés humano y ser de nuevo pantano y canales salobres, abiertos al mar, como venas de un cuerpo oceánico. Manila quería echar a volar sobre el sombrero gris de neblina intoxicante, ascender a los cielos, trepar los volcanes agonizantes de Bataan. Quería transformarse en aldea campesina, en isla desierta, en cumbre de cordillera. Ser ciudad, al cabo de los siglos, es un ejercicio agotador. Verse caminada, generación tras generación, vivir bajo las cosquillas de una miríada de hombres, de mujeres, de vehículos, de autobuses, siempre circulando a granel, sin rumbo…Manila ya no podía fungir de hormiguero ni morada para nadie. Quería, solo, evadirse, huir lejos, sin dejar pistas, como se marchan las gaviotas.
(Foto: Luis Echanove)