A veces una sola letra puede cambiar por completo el sentido de la vida. La
palabras estilita y estilista solo se diferencian en la silbante segunda 's'; no
obstante, entrambos términos media un abismo conceptual. Los estilistas se
ocupan de mejorar la apariencia externa de las personas; los estilitas, por su
parte, se hacen cargo de mejorar el espíritu, o, dicho de otro modo, de
aproximar el alma al paraíso. Ambos comparten un interés común por la persona
humana y su desarrollo; la diferencia sólo radica en el enfoque: para los
estilistas, la materia prima de su labor es el cuerpo, la forma de vestir y
actuar, lo tangible, el mundo de los sentidos. Para los estilitas la estrategia
es la contraria: hay que alejarse del mundanal ruido y buscar el cielo en total
aislamiento. Para llevar a cabo tan
ambiciosa labor, los estilitas optan por la práctica de un estilo de vida cuasi
circense: Vivir encima de una columna a varios metros sobre el suelo.
La invención de esta original ocupación se atribuye a un ermitaño sirio de
fines del siglo IV llamado Simeón. A Simeón las distancias cortas con la gente
no le gustaban en absoluto. Harto ya de que las masas de fieles perturbaran su
solitaria paz espiritual visitándole en la remota cueva en la que habitaba, el
tipo optó por levantar un alto pilar y subirse encima. Como suele suceder con
los famosos cuando intentan escabullirse de sus fans, el alejamiento físico de
Simeón, en lugar de retraerle del ojo público, le hizo aun más popular. Las multitudes
se acercaban por cientos a los pies al pilar para admirar al santo Simeón y
rogarle bendiciones. Simeón, que, como queda dicho, no destacaba por su
sociabilidad, decidió entonces encaramarse a una columna todavía más alta,
para, a medida que se acercaba al cielo, alejarse del fragor popular. De nada sirvió la medida: Cuanto más se
alejaba del suelo Simeón, más gente acudía a visitarle y admirar su prodigiosa
forma de vida, en prueba evidente de ese principio quántico conforme al cual la
observación de la realidad modifica el objeto observado. Al final de sus largos
días, Simeón el estilita (de stylos,
columna en griego) residía en una
pequeña plataforma alzada ya a quince metros sobre el suelo. Aunque parezca
sorprende, murió de viejo, y no de un trompazo por caerse hasta el suelo alguna
noche de sueño agitado.
El ejemplo de Simeón cundió y, en las décadas y siglos posteriores, eso de
buscar la espiritualidad a base de vivir subido a una columna se convirtió en
una practica bastante habitual entre los místicos (y algunos 'friquis') de la
antigüedad. Curiosamente los más afamados subsiguientes estilitas se llamaron
también Simeón, como si por alguna extraña razón el nombre predispusiera a una
cierta querencia por vivir en las alturas. Hubo así un Simeón el estilita el joven (que, pese a su
mote, murió a los 84 años), y hasta un Simeón el estilita III (conocido por la
historia así, con el numero detrás, como si tratase del miembro de una saga de
pelotaris o toreros). Otros estilitas celebres respondieron a nombres mucho más
originales, tales como los pomposos san Alipio de Adrianopolis o San Walfor.
Por inverosímil que resulte la profesión de estilita, no merecería una
entrada en este blog sino fuera porque todavía se continúa ejerciendo: En
Georgia, el país donde ahora moro, vive probablemente el único estilita del
planeta: se llama Maxim y habita encima del pilar de Katshi, una estrecha columna natural de roca de unos
30 metros de altura con una pequeña ermita encima, solo accesible mediante un
sistema de poleas. Maxim, pese a su inusual forma de vida y al hecho de ser
citado en la mismísima Wikipedia, todavía no ha atraído la atención de los
curiosos.
Hubo una época en la cual los estilitas abundaban y los estilistas no se
prodigaban. Ahora sucede a la inversa.
Por el bien de la diversidad humana espero de veras que el ejemplo de
Maxim cunda un poco y el ejercicio del estilitismo se propague de nuevo. Me
encantaría, por ejemplo, que unos cuantos banqueros avariciosos, especuladores
bursátiles y demás gentes de estiloso mal vivir, optaran por enmendar sus
muchos pecados subiéndose a vivir encima de una columna, en lugar de dedicarse jorobar
la vida del prójimo.
(Foto: Ignacio Huerga)
1 comentario:
Que razón tienes, muy bueno
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