Para siempre
Había llegado la primavera, y eso iluminaba sus mañanas con una alegría nueva. Ese día rehuyó a mediodía la cantina de debajo de la oficina, y, aun consciente del poco tiempo disponible, se encaminó al parque a paso ligero. Sentado en un banco, cerró los ojos y se dejó calentar el rostro por ese sol amable de mayo. De pronto ya no pensaba en nada, o pensaba en todo; pero el asunto fue que, al abrir los ojos, ya no estaba allí. Ni tampoco en ningún otro sitio. Había desaparecido.
Foto: Ignacio Huerga
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