Es la nonagésima cuarta vez que escuchaba la misma canción, y todavía descubría matices nuevos atrapados entre los acordes. Hay quienes piensan que el secreto de la felicidad se esconde en lo extenso, y quienes se decantan por lo profundo. Y él era uno de los segundos. No le interesaba en absoluto el estilo en general, ni tampoco las otras obras del mismo autor; se dejaba absorber por esa pieza concreta, ese tema preciso que llevaba oyendo una vez tras otra durante hora. Algunos solo ha leído un libro en toda su vida y han sacado en claro de su única lectura mucho más que quienes devoran obras a velocidad de restaurante de comida rápida. Meditar durante años entorno a una única palabra es, dicen, el primer paso en el método Zen. Asi pues, pensó, mejor no divagar desorientándose en el mar caótico del inmenso océano musical. Centrado en esa única sonata, desmenuzando cada nota con el bisturí de la repetición constante, tal vez lograse desvelar el secreto mismo de toda la música presente, pasada y futura.
Pero al final se aburrió. Y ahora, cada vez que por casualidad vuelve a escuchar la melodía memorizada hasta la nausea, le dan ganas de gritar, o de llorar, o de ambas cosas a la vez.
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