No sé porque me acuerdo tanto de aquellos tiempos en los Balcanes últimamente. Será la nieve, las montañas, los vientos bélicos o la manera de beber de los paisanos.
Hace un par de semanas, en una cena con amigos holandeses y flamencos, aquí en Tiflis, conocí a Jef. Sin previo aviso se coló la guerra de Bosnia en la conversación. Jef también había estado allí. Trabajó para el ACNUR el mismo año que yo acompañaba convoyes de ayuda de la Unión Europa. Enseguida se generó entre los dos ese secreto hermanamiento que amarra entre sí a aquellos que creen haber vivido algo inexplicable. Desgranamos anécdotas. Creo que fui yo quien primero mencionó el episodio de la caída de Velika Kladusa, uno más de entre tantos cientos de trágicos momentos de aquella contienda enloquecida. Pocos días antes había incluido de refilón una mención aquellos sucesos en este mismo blog. Tal vez eso me hizo recordar de nuevo aquella noche esa batalla irrelevante de una guerra que ya solo hace titulares en los libros de texto escolares.
En julio de 1994 Fikret Abdic, el mafioso local de aquel pequeño territorio al norte de Bihac y aliado circunstancial de los serbios, había sido derrotado por las tropas bosnias. Los miles pobladores del pequeño enclave salieron en desbandada, através de la Krajina, hasta la línea de frente con la zona bajo control croata. La enorme columna de vehículos quedó atrapada en aquella carretara secundaria durante dos meses. Y allí me enviaron, a las pocas horas del aluvión humano, para llevar a cabo las primeras y caóticas distribuciones de agua y alimentos a los atribulados desplazados.
Hablando con Jef aquel recuerdo tomó forma de nuevo, pero de uno modo absolutamente inesperado. Jef me dijo que cuando la batalla final por el norte de Bihac comenzó, él se encontraba casualmente a pocos kilómetros de la zona de combates. Por cuenta propia logró llegar a la línea de artillería bosnia, caerle simpático al oficial (los tragos de rakia y una guapa traductora ayudaron) y, milagrosamente, convencerle para que durante al menos media hora no orientase las salvas de los obuses hacia la única carretera de salida del enclave. Me contó aquello sin ningún triunfalismo ni sombra alguna de orgullo, como si el asunto no tuviera mucha relación directa con él.
Muchas veces a lo largo de estos años me he preguntado cómo logró aquella riada humana huir de la pesadilla de los bombardeos y cruzar la barrera de fuego en plena batalla. Jef, dieciséis años después, me dio la respuesta.
Esa media hora salvó la vida de unas cinco mil personas.
Hace un par de semanas, en una cena con amigos holandeses y flamencos, aquí en Tiflis, conocí a Jef. Sin previo aviso se coló la guerra de Bosnia en la conversación. Jef también había estado allí. Trabajó para el ACNUR el mismo año que yo acompañaba convoyes de ayuda de la Unión Europa. Enseguida se generó entre los dos ese secreto hermanamiento que amarra entre sí a aquellos que creen haber vivido algo inexplicable. Desgranamos anécdotas. Creo que fui yo quien primero mencionó el episodio de la caída de Velika Kladusa, uno más de entre tantos cientos de trágicos momentos de aquella contienda enloquecida. Pocos días antes había incluido de refilón una mención aquellos sucesos en este mismo blog. Tal vez eso me hizo recordar de nuevo aquella noche esa batalla irrelevante de una guerra que ya solo hace titulares en los libros de texto escolares.
En julio de 1994 Fikret Abdic, el mafioso local de aquel pequeño territorio al norte de Bihac y aliado circunstancial de los serbios, había sido derrotado por las tropas bosnias. Los miles pobladores del pequeño enclave salieron en desbandada, através de la Krajina, hasta la línea de frente con la zona bajo control croata. La enorme columna de vehículos quedó atrapada en aquella carretara secundaria durante dos meses. Y allí me enviaron, a las pocas horas del aluvión humano, para llevar a cabo las primeras y caóticas distribuciones de agua y alimentos a los atribulados desplazados.
Hablando con Jef aquel recuerdo tomó forma de nuevo, pero de uno modo absolutamente inesperado. Jef me dijo que cuando la batalla final por el norte de Bihac comenzó, él se encontraba casualmente a pocos kilómetros de la zona de combates. Por cuenta propia logró llegar a la línea de artillería bosnia, caerle simpático al oficial (los tragos de rakia y una guapa traductora ayudaron) y, milagrosamente, convencerle para que durante al menos media hora no orientase las salvas de los obuses hacia la única carretera de salida del enclave. Me contó aquello sin ningún triunfalismo ni sombra alguna de orgullo, como si el asunto no tuviera mucha relación directa con él.
Muchas veces a lo largo de estos años me he preguntado cómo logró aquella riada humana huir de la pesadilla de los bombardeos y cruzar la barrera de fuego en plena batalla. Jef, dieciséis años después, me dio la respuesta.
Esa media hora salvó la vida de unas cinco mil personas.
(Foto: Luis Echanove)
2 comentarios:
es increible, la vida tan azarosa que has tenido y siendo tan joven en aquellas circunstancias, la verdad es que la vida está llena de circunstancias a veces incomprensibles. Me encanta como describes todo. Un besazo
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