(3) El Estado Libre del Cuello de Botella y otros países accidentales
Hablábamos en dos entradas previas de esta serie dedicada de la geografía del absurdo de los países inexistentes (los que se creen que existen, pero no existen) y de los países subconscientes (los que existen, pero no saben que existen). Nos ocuparemos ahora de los países que existen por error, no por voluntad propia.
Aunque resulte difícil de creer, hubo una vez un país llamado, ni más ni menos, el Estado Libre del Cuello de Botella (Freistaat Flaschenhals en designación original en alemán). Esta pequeña nación soberana, situada en el oeste de Alemania, entre 1919 y 1923 funcionó con completa independencia, fue reconocida internacionalmente, emitió pasaportes para sus escasos ocho mil ciudadanos, imprimió sellos y mantuvo relaciones diplomáticas con otros países.
El Estado Libre del Cuello de Botella no es solo la nación de nombre más absurdo que la historia humana haya nunca conocido, sino también, posiblemente, la de origen más patético. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, las potencias vencedoras pasaron a ocupar una amplia franja de terreno en la orilla izquierda del Rin, en Alemania. A la hora de distribuirse el área, los franceses y los americanos trazaron dos grandes círculos de treinta kilómetros de radio con centro en las ciudades de Mainz y Coblenza, respectivamente. Por un equivoco torpe en las mediciones, los círculos no se tocaban, de modo que entre medias quedó una pequeña porción de tierra, desconectada del resto de Alemania y no integrada en las zonas de ocupación. Los pobres campesinos de aquella comarca, relegados a quedarse fuera del resto de Alemania y de las zonas bajo administración aliada, no tuvieron otra solución que conformar un país propio para poder gozar de alguna nacionalidad.
El Estado Libre del Cuello de Botella constituye un buen ejemplo de esta modalidad rocambolesca de ser país: nacer por un error a la hora de trazarse las fronteras. No son naciones que surjan porque sus moradores reclamen la independencia, o como fruto de conquistas, guerras o sesudas decisiones políticas. Los países accidentales brotan en los huecos del mapa que alguien se olvidó trazar, en los márgenes de las fronteras demarcadas de forma torpe. Cuando te quedas fuera de la cartografía oficial, no te queda otra que montarte tu propio país.
Aunque parezca mentira, la historia esta granada de casos parecidos al del Estado Libre del Cuello de Botella. Ninguna de estas nacioncillas merece ni una nota a pie de página en los manuales de historia. Hace falta ser un obsesionado de las anormalidades de la geográfica política, como quien esto escribe, para conocerlos. La Republica Libre de Schwarzenberg, por ejemplo, nació de forma parecida al Estado Libre del Cuello de Botella: los aliados se olvidaron de ocupar una remota comarca de Sajonia tras la Segunda Guerra Mundial, de modo que sus moradores no tuvieron más remedio que constituirse en país independiente durante un par de meses. El continente Americano ha dado algunos curiosos ejemplos también.
La República del Arroyo Indio (Republic of Indian Stream), surgió en una pequeña área fronteriza disputada entre el Canadá Británico y Estados Unidos. Como sus 300 habitantes no sabían sin eran ingleses o estadounidenses, en 1832 decidieron crear su propia nación independiente. Puedo imaginar la cara de entre perplejidad y falsa condescendencia con la que los diplomáticos de los países serios mirarían por encima del hombro a los diplomáticos de este paisito de nombre tan poco flamante. La República del Arroyo Indio solo sobrevivió dos años: el tiempo que tardaron sus poderosos vecinos en coscarse del error en el mapa. La República de Modawaska, nacida en otra zona donde tampoco se tenia muy claro por donde pasaba la frontera entre EEUU y Canadá, logró en cambio permanecer independiente década y media.
Sorprendentemente, el ejemplo más longevo de país surgido como fruto de un olvido cartográfico se produjo en la propia Península Ibérica: El Couto Mixto. Durante siglos, un puñado de kilómetros cuadrados al sur de la actual provincia de Orense no formaba parte legalmente ni de Portugal ni de España. Sus pocos cientos de pobladores, gracias a la vaguedad de la división fronteriza en esa zona, lograron mantenerse al margen del control político de ambas naciones, y durante siglos vivieron en su feliz limbo geográfico, liberados de servicio militar, de los impuestos y de las instituciones políticas españolas o portuguesas. La autoridad suprema del Couto Mixto la detentaba un Juez Civil y Gubernativo, elegido libremente y completamente soberano, no teniendo superior sobre él, ni dependiendo en absoluto de España o Portugal. El Cuto Mixto era, por tanto, una nación independiente con todas las de la ley. Finalmente, la nación de los Tres Pueblos Promiscuos (que era como las autoridades españolas llamaban oficialmente a la zona) se integró en España en 1864, con la firma del Tratado de Lisboa.
Los países accidentales, al contrario que casi todas las demás naciones (las nacidas aposta) saben disolverse sin armar ruido.
Hablábamos en dos entradas previas de esta serie dedicada de la geografía del absurdo de los países inexistentes (los que se creen que existen, pero no existen) y de los países subconscientes (los que existen, pero no saben que existen). Nos ocuparemos ahora de los países que existen por error, no por voluntad propia.
Aunque resulte difícil de creer, hubo una vez un país llamado, ni más ni menos, el Estado Libre del Cuello de Botella (Freistaat Flaschenhals en designación original en alemán). Esta pequeña nación soberana, situada en el oeste de Alemania, entre 1919 y 1923 funcionó con completa independencia, fue reconocida internacionalmente, emitió pasaportes para sus escasos ocho mil ciudadanos, imprimió sellos y mantuvo relaciones diplomáticas con otros países.
El Estado Libre del Cuello de Botella no es solo la nación de nombre más absurdo que la historia humana haya nunca conocido, sino también, posiblemente, la de origen más patético. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, las potencias vencedoras pasaron a ocupar una amplia franja de terreno en la orilla izquierda del Rin, en Alemania. A la hora de distribuirse el área, los franceses y los americanos trazaron dos grandes círculos de treinta kilómetros de radio con centro en las ciudades de Mainz y Coblenza, respectivamente. Por un equivoco torpe en las mediciones, los círculos no se tocaban, de modo que entre medias quedó una pequeña porción de tierra, desconectada del resto de Alemania y no integrada en las zonas de ocupación. Los pobres campesinos de aquella comarca, relegados a quedarse fuera del resto de Alemania y de las zonas bajo administración aliada, no tuvieron otra solución que conformar un país propio para poder gozar de alguna nacionalidad.
El Estado Libre del Cuello de Botella constituye un buen ejemplo de esta modalidad rocambolesca de ser país: nacer por un error a la hora de trazarse las fronteras. No son naciones que surjan porque sus moradores reclamen la independencia, o como fruto de conquistas, guerras o sesudas decisiones políticas. Los países accidentales brotan en los huecos del mapa que alguien se olvidó trazar, en los márgenes de las fronteras demarcadas de forma torpe. Cuando te quedas fuera de la cartografía oficial, no te queda otra que montarte tu propio país.
Aunque parezca mentira, la historia esta granada de casos parecidos al del Estado Libre del Cuello de Botella. Ninguna de estas nacioncillas merece ni una nota a pie de página en los manuales de historia. Hace falta ser un obsesionado de las anormalidades de la geográfica política, como quien esto escribe, para conocerlos. La Republica Libre de Schwarzenberg, por ejemplo, nació de forma parecida al Estado Libre del Cuello de Botella: los aliados se olvidaron de ocupar una remota comarca de Sajonia tras la Segunda Guerra Mundial, de modo que sus moradores no tuvieron más remedio que constituirse en país independiente durante un par de meses. El continente Americano ha dado algunos curiosos ejemplos también.
La República del Arroyo Indio (Republic of Indian Stream), surgió en una pequeña área fronteriza disputada entre el Canadá Británico y Estados Unidos. Como sus 300 habitantes no sabían sin eran ingleses o estadounidenses, en 1832 decidieron crear su propia nación independiente. Puedo imaginar la cara de entre perplejidad y falsa condescendencia con la que los diplomáticos de los países serios mirarían por encima del hombro a los diplomáticos de este paisito de nombre tan poco flamante. La República del Arroyo Indio solo sobrevivió dos años: el tiempo que tardaron sus poderosos vecinos en coscarse del error en el mapa. La República de Modawaska, nacida en otra zona donde tampoco se tenia muy claro por donde pasaba la frontera entre EEUU y Canadá, logró en cambio permanecer independiente década y media.
Sorprendentemente, el ejemplo más longevo de país surgido como fruto de un olvido cartográfico se produjo en la propia Península Ibérica: El Couto Mixto. Durante siglos, un puñado de kilómetros cuadrados al sur de la actual provincia de Orense no formaba parte legalmente ni de Portugal ni de España. Sus pocos cientos de pobladores, gracias a la vaguedad de la división fronteriza en esa zona, lograron mantenerse al margen del control político de ambas naciones, y durante siglos vivieron en su feliz limbo geográfico, liberados de servicio militar, de los impuestos y de las instituciones políticas españolas o portuguesas. La autoridad suprema del Couto Mixto la detentaba un Juez Civil y Gubernativo, elegido libremente y completamente soberano, no teniendo superior sobre él, ni dependiendo en absoluto de España o Portugal. El Cuto Mixto era, por tanto, una nación independiente con todas las de la ley. Finalmente, la nación de los Tres Pueblos Promiscuos (que era como las autoridades españolas llamaban oficialmente a la zona) se integró en España en 1864, con la firma del Tratado de Lisboa.
Los países accidentales, al contrario que casi todas las demás naciones (las nacidas aposta) saben disolverse sin armar ruido.
(Foto: Luis Echanove)
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