Vivo a cuarenta kilómetros de la frontera con un país que no existe. Se llama Osetia del Sur, y se compone de un poblachón que ejerce de capital, más una treintena de aldeas salpicando un par de valles en el Caúcaso.
Nadie sabe a ciencia cierta cuanta gente vive en este paisillo de cuestionable legalidad. Según el gobierno de pega que lo rige, son 40,000. Según fuentes más fiables, apenas la mitad. En todo caso, de ser un país de verdad, se trataría del más militarizado del mundo en proporción a su población: las fuerzas armadas osetias se componen de 6,000 soldados (vale la pena recordar que de entre los países realmente existentes ostenta ese dudoso privilegio el Vaticano: 40 de sus 500 ciudadanos son guardias suizos). Sin duda, otro record mundial del ejercito osetio es la tasa de alcoholemia de sus tropas: la gente que viaja a la zona me dice que encontrar un militar sobrio en Osetia es una labor condenada al fracaso.
El gusto por la fanfarria bélica de los osetios les viene de largo. Hace mil quinientos años, cuando se les llamaba alanos, una partida de ellos cruzó a todo prisa el Imperio Romano y acabó saquenado Hispania, a pachas con los suevos y los vándalos. Aunque en rigor, tampoco está plenamente demostrado que los osetios desciendan de los alanos, por mucho que ellos se sientan orgullosos de tal origen. Y es que todo lo relavativo o Osetia del Sur resulta bastante incierto y nebuloso, comenzando por su propia identidad como Estado. Osetia cuenta con una colorida bandera propia y un rumoboso himno nacional, emite sellos de correos (muy apreciados por los filatélicos de todo el mundo) y dispone de algunas embajadas aquí y ayá. Además, su gobierno de opereta ejerce un control efectivo (y bastante riguroso) sobre el territorio y la población local. En fin, que Osetia del Sur de hecho goza de todos los atributos típicos de un país, salvo el principal: el reconocimiento por parte de las Naciones Unidas y de la mayoría de la comunidad internacional. Legalmente Osetia del Sur no es, por tanto, un Estado independiente, sino una parte consustancial de Georgia.
Sólo cuatro Estados en el mundo reconocen la independencia osetia: Rusia, Venezuela, Nicaragua y Nauru. La isla de Nauru, aunque pocos saben que existe, sí es un país de verdad; está en medio del Océano Pacífico y, tras agotar sus recursos de fosfatos, vive en parte de cobrar dinero por reconocer países absurdos.
Teniendo en cuenta que en el mundo hay casi doscientas naciones soberanas, que sólo cuatro de ellas consideren que Osetia es una república independiente resulta cuanto menos un logro modesto. Aunque si comparamos este grado de apoyo foráneo con el obtenido por otros 'entes' territoriales de este tipo, los osetios pueden sin duda darse con un canto en los dientes. Y es que Osetia del Sur no es el único país es el limbo. El club de presudonaciones lo componen en total de media docena de territorios pintorescos, con nombres que parecen sacados de un tebeo de Tintín: Transdnistria, Somalilandia, Alto Karabaj, Puntlandia..., nadie los reconoce, pero, como Osetia, todos ejercen un control efectivo de su territorio y cuentan con su bandera propia, su himno nacional, sus sellos y sus embajadores, los cuales, por supuesto, nunca son invitados a tomar ni a un mísero canapé en las recepciones organizadas por los diplomáticos de los países que sí existen de verdad. (1)
En un par de ocasiones he tenido la oportunidad de visitar algunos de estos países de tebeo. Cuando trabajaba en labores de ayuda humanitaria en los Balcanes, residí por un tiempo en la flamante República de Herzeg-Bosna, conformada por el pequeño pedazo de Bosnia-Herzegovina donde los croatas son mayoría. Como suele suceder siempre con estos abortos de país, Herzeg-Bosna padecía una crisis permanente de identidad, que procuraba paliar a base de fomentar una profusa presencia de la bandera patria en sus numerosas tavernas y de asignar a su soldadesca pomposos uniformes militares...en los que las chorreras se veían sustituidas por rosarios y las medallas por estampitas religiosas. Herzeg-Bosna era un Estado de goma: sus fronteras no estaban legalmente definidas, de modo que avanzaban o se contraían en función de los resultados de sus tropas en el campo de batalla. Para reflejar esta circuntancia, en los mapas oficiales del país, colgados a la entrada de todos los ministerios, la tradicional linea de tinta que normalmente define los limites nacionales se veía sustituida por una banda elástica clavada con chinchetas. (2)
En un par de ocasiones he tenido la oportunidad de visitar algunos de estos países de tebeo. Cuando trabajaba en labores de ayuda humanitaria en los Balcanes, residí por un tiempo en la flamante República de Herzeg-Bosna, conformada por el pequeño pedazo de Bosnia-Herzegovina donde los croatas son mayoría. Como suele suceder siempre con estos abortos de país, Herzeg-Bosna padecía una crisis permanente de identidad, que procuraba paliar a base de fomentar una profusa presencia de la bandera patria en sus numerosas tavernas y de asignar a su soldadesca pomposos uniformes militares...en los que las chorreras se veían sustituidas por rosarios y las medallas por estampitas religiosas. Herzeg-Bosna era un Estado de goma: sus fronteras no estaban legalmente definidas, de modo que avanzaban o se contraían en función de los resultados de sus tropas en el campo de batalla. Para reflejar esta circuntancia, en los mapas oficiales del país, colgados a la entrada de todos los ministerios, la tradicional linea de tinta que normalmente define los limites nacionales se veía sustituida por una banda elástica clavada con chinchetas. (2)
Unos años después pasé un mes en la República del Norte de Afganistán. Allí la crisis de identidad se solventaba mediante la atribución de flamantes títulos de gobierno a media población: si eras panadero, por ejemplo, lo más probable es que te nombrasen subsecretario del ministerio de alimentación, aunque tu siguieses dedicado a hornear hogazas. Yo por ejemplo me reunía a menudo en las oficinas de un subsecretario, todavía no sé de que departamento, sitas en el salón de su casa. Esta práctica parece seguir ejercitándose en otros pesudopaíses: leía hace poco que el ministro de sanidad de Abjasia tiene su despacho oficial en la clínica dónde ejerce de traumatólogo.
Pero por muy pintorescos y novelescos que estos paisitos de cuento puedan parecer, lo cierto es que consituyen una peligrosa anomalía del Derecho Internacional y generan todo tipo de inestabilidades políticas. En agosto del 2008, el intento de Georgia de recuperar militarmente el control de Osetia del Norte, y la consecuente intervención bélica rusa en defensa de los osetios provocaron un breve pero brutal conflicto que por poco nos lleva a todos a una guerra mundial.
Los países inexistentes son a la geografía política lo que los agujeros negros al espacio sideral: Aunque muy pequeños, generan problemas inmensos.
(Foto: Luis Echánove)
(1) Los únicos países en el limbo, además de Osetia del Sur, con algún grado de reconocimiento internacional son Abjasia (reconocida por los mismos que reconocen a Osetia) y Chipre del Norte (reconocida por Turquía) . No incluyo en esta categoría de naciones en el limbo a aquellos países que, como Kosovo, Israel o Taiwan, sí son reconocidos por muchos Estados, aunque otros les niegen carta de naturaleza. Por otra parte, Palestina y el Sahara Occidental se encuentran en la categoría exactamente opuesta a la de los países inexistentes de los que aquí hablamos: son naciones ampliamente reconocidas, pero que no ejercen control sobre su territorio.
(2) Herzeg-Bosna no fue, ni mucho menos, el único caso de nación de mentirijillas que el conflicto balcánico deparó. Un ejemplo todavía más extremo y kafkiano de ente territorial con infulas de república soberana fue el caso de Bosnia del Oeste, el feudo personal de un mafioso local llamado Fikret Abdic. Este territorio minúsculo habitado por unos pocos miles de musulmanes se alió con los serbios y montó la guerra por su cuenta contra el gobierno de Sarajevo (también musulmán). Al final fue derrotado. Me tocó particar en la operación de emergencia para atender a sus pobladores, huidos a la carrera con lo puesto. Se pasaron seis meses viviendo en las cunetas.