viernes, 15 de julio de 2016

Liberalizar el comercio, ¿es bueno o es malo para la seguridad alimentaria de un país?

La idea de libre comercio es simple: Favorecer el comercio sin barreras entre los países, de modo que eventualmente pueda hablarse de un solo mercado global, en lugar de muchos mercados nacionales fraccionados. La defensa del libre comercio es, en teoría, uno de los pilares básicos de la ideología liberal y del libre mercado.

La experiencia nos ofrece casos de países que, como China o Chile, tras liberalizar sus relaciones comerciales con el resto del mundo, lograron una mejora sustancial en su seguridad alimentaria. Pero hay también muchos ejemplos, muchísimos más, de países en los que lo que sucedió fue exactamente lo contrario: la liberalización comercial llevó aparejada un declive de la seguridad alimentaria nacional, como ha pasado en Guatemala o Tanzania, por citar solo dos ejemplos.

Si algo caracteriza al comercio internacional de alimentos en el mundo de hoy es que no es un comercio libre o, para ser más exactos, es libre en una dirección (de exportaciones del Norte al Sur) pero no en la otra (del Sur al Norte). Esto es debido a que muchos países del Norte, como Estados Unidos o Japón, mantienen regímenes de cuotas comerciales y elevadas barreras arancelarias para restringir las importaciones de productos agrícolas provenientes de los países del Sur. En otros casos, como sucede con la Unión Europea, el sistema es un poco más sofisticado: más que muchas barreras comerciales tradicionales, lo que se les impone a los países del Sur cuando pretenden exportarnos alimentos son restricciones más complejas, como complicados estándares y estrictas normas sanitarias y fitosanitarias, reglas de origen kafkianas o limitaciones estacionales y cotas variables.

En paralelo, la mayor parte de los países del Sur han venido reduciendo paulatinamente sus cuotas y restricciones a las importaciones de alimentos provenientes del Norte, produciéndose una completa asimetría en las relaciones.

Esta injusta situación ha sido debido, en gran parte, a que, aunque en teoría la gobernanza comercial internacional, supervisada la Organización Mundial de Comercio, se funda en la idea de fomentar globalmente el libre comercio, en la práctica las relaciones comerciales se rigen, cada vez más por acuerdos bilaterales o regionales que establecen sus propias normas. Al ser negociados por Estadios Unidos o Europa con cada país o grupo de países del Sur individualmente, al Norte, dada su capacidad de influencia y presión, le resulta fácil imponer sus condiciones. El hecho de que en muchos países del Sur el poder político se encuentra con frecuencia controlado por grupos de interés económico y elites locales poco interesados en el bien común de sus ciudadanos, hace con frecuencia fácil para los negociadores del Norte imponer sus restricciones comerciales en esos acuerdos sin mucha oposición real por parte de los gobiernos del Sur.

Es evidente pues que, en su mayor parte, el flujo internacional de alientos entre las economías desarrolladas y los países en vías de desarrollo no se funda realmente en el principio de libre comercio, sino en una especie de ley del embudo, donde unos países (los del Sur) liberalizan sus mercados y otros (los del Norte) los mantienen restringidos.

Pero abstraigámonos por un momento de lo que sucede en realidad e intentemos imaginar una situación de libre comercio real, ósea, donde ambas partes (y no solo una) liberalizan completamente tanto las importaciones como las exportaciones. ¿Favorece el libre comercio verdadero a la situación alimentaria de los países? (*)

Lo primero que observamos es que produce efectos mixtos en cuanto a la disponibilidad de los alimentos. Por una parte, el aumento de las importaciones que la liberalización comercial favorece, incrementa la oferta de los mismos, lo cual es positivo, en principio, para la seguridad alimentaria del país importador. Además, la competencia con nuevos productos extranjeros puede tener un efecto de acicate en la economía local, empujando a los agro-productores locales a producir más y mejor. Pero, por otra parte, al facilitarse también las posibilidades de exportación, existe el riesgo de que un mayor porcentaje de la producción nacional se dirija al exterior, reduciendo la oferta de productos locales en el país; a ello se suma el efecto de la competencia de productos tal vez más baratos importados compitiendo con la producción de los agricultores locales muchos de los cuales pueden ver caer sus ingresos, y con ello su seguridad alimentaria.

El acceso a los alimentos por parte de la población puede o no mejorar tras un acuerdo de comercio libre: los precios de la comida importada caerán, al desaparecer las tarifas, pero los precios de la comida local que ahora también pasa a poder exportase subirán, al haber aumentado su demanda.  

La nutrición, igualmente, puede mejorar o empeorar tras un acuerdo de libre comercio, según se mire el asunto: a priori brinda la oportunidad para el consumidor local de acceder a una mayor variedad de alimentos, y en muchas ocasiones de mayor calidad que los locales; pero, a la vez, también abre las puertas a la entrada de alimentos procesados de bajo nivel nutricional que tal vez reemplacen en la dieta a alimentos locales tradicionales más sanos.

En cuanto a la estabilidad del sistema alimentario, aquí también comprobamos señales contradictorias: La liberalización comercial, sin duda reduce los riesgos de carestía estacional propios de una economía cerrada en sí misma, pero, por otro lado, una mercado muy liberalizado tiene muy poco margen de maniobra real ante una situación de crisis que requiera protegerse de shocks externos, como, por ejemplo, embargos impuestos unilateralmente por terceros países.

Resumiendo todo lo anterior, podemos concluir afirmando que el libre comercio (cuando existe, que es casi nunca), en sí mismo, ni favorece siempre ni es detrimental siempre a la seguridad alimentaria de los países, y que cualquier generalización al respecto es peligrosa. Todo depende de si el país en cuestión es exportador o importador neto de alimentos, de las relaciones comerciales previas a la liberalización, de los niveles locales de renta, de la estructura productiva (pequeños o grandes agricultores) etc.

Los argumentos en favor o en contra del libre comercio se basan casi siempre en presupuestos ideológicos abstractos y simplistas pero, analizado el asunto con la lupa de lo cotidiano, de repente todo es un poco más complicado... o a lo mejor más sencillo.


Foto: Luis Echanove
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(*) La mayor parte de los argumentos siguientes están reelaborados a partir del Food Security Annual Report de la FAO de 2015. 

2 comentarios:

Salvador Aguilar dijo...

Muy buen artículo. Solo añadiría qué tipo de productos son los mayoritariamente exportados por países del Sur (bajo valor añadido) y al contrario, con lo que se vuelve a acentuar más las diferencias y desigualdades entre países.
Además como dices, cuando un producto extranjero de baja calidad nutricional se asienta en un país es muy difícil volver a lo anterior o simplemente sustituirlo por otro local y de más calidad nutricional, como pasa en Senegal con el "chocopain" para desayunar o el "Jumbo" un aditivo parecido al "Avecrem".

Lo dicho, muy buen artículo, sigue escribiendo.

Salvador Aguilar

Juan dijo...

Gracias Salvador!