Los
proyectos de cooperación en agricultura se suelen justificar frecuentemente
sobre la base de su impacto positivo en la mejora de la situación de seguridad
alimentaria y nutritiva de la población beneficiaria.
Si bien es cierto que los proyectos agrícolas, si son adecuadamente ejecutados, normalmente incrementan la producción, no es ni mucho menos evidente que ese aumento productivo se traduzca automáticamente en una mejora en el acceso a los alimentos o en una nutrición mas adecuada. Por ejemplo, si el tipo de producción fomentada es el de cultivos de exportación (como cacao, café, palma de aceite…) a costa de productos básicos, entonces, al menos en el corto plazo, la seguridad alimentaria de los agricultores se puede ver negativamente afectada.
Si bien es cierto que los proyectos agrícolas, si son adecuadamente ejecutados, normalmente incrementan la producción, no es ni mucho menos evidente que ese aumento productivo se traduzca automáticamente en una mejora en el acceso a los alimentos o en una nutrición mas adecuada. Por ejemplo, si el tipo de producción fomentada es el de cultivos de exportación (como cacao, café, palma de aceite…) a costa de productos básicos, entonces, al menos en el corto plazo, la seguridad alimentaria de los agricultores se puede ver negativamente afectada.
Aun en
el caso de que lo que aumente sea la producción de productos básicos de consumo
local, existe siempre el riesgo de que la mejoría de la oferta haga caer los
precios, de modo que los agricultores, aunque produzcan ahora más, ganen menos.
Por otra parte, si ese aumento de la producción se ha logrado a base de mecanización,
menos mano de obra será en adelante requerida para producir, lo cual aumentará
el desempleo, precarizándose la seguridad alimentaria de esos antiguos
agricultores.
También
debemos tener presente que, si la producción no llega a manos de aquellos que
la requieren, debido a problemas de acceso, infraestructura, monopolios y otras
barreras en los mercados, ni los productores lograrán incrementar sus ingresos,
ni aquellos necesitados del acceso a esos alimentos para mejorar su seguridad alimentaria
podrán tenerlos disponibles.
Pero
supongamos que ninguna de esas cosas sucede y que el proyecto agrícola logra
efectivamente mejorar la seguridad alimentaria, tanto de los propios campesinos como de los
consumidores, es decir, que ahora la población tiene un mejor acceso a los
alimentos. ¿Significa eso que la nutrición necesariamente vaya a mejorar? Obviamente
no, dado que una mejor nutrición no se relaciona sólo con una mayor disponibilidad
de alimentos. Es preciso, el primer término, que los alimentos disponibles sean
aquellos que mejoran la nutrición; es por ello que los proyectos que fomentan desarrollo
de huertos o la adquisición de aves de corral, por ejemplo, impactan más positivamente
en la nutrición en el hogar campesino que los que solo se orientan a producir
granos básicos. Por otra parte, aunque se diversifique la producción, las mejoras
en la dieta y los hábitos de consumo son también fundamentales. Así pues, es preciso
incorporar aspectos de educación nutricional en los proyectos.
Puede
incluso darse el escenario de que el aumento de la producción agrícola empeore la situación nutricional, por paradójico
que parezca. Por ejemplo, el fomento de la irrigación puede acarrear un aumento
de los mosquitos, y por tanto del paludismo, que debilita al paciente y facilita
la desnutrición. También existe el riesgo de que el aumento de la cabaña ganadera
incremente las zoonosis, con su consecuente efecto también en el deterioro de
la salud humana, y por tanto en la nutrición. El aumento de la producción puede
acarrear un incremento también de las horas de trabajo en faenas agrícolas, y
con ello, una menor disponibilidad de tiempo para cuidar la alimentación de la
familia. Por último, los mayores ingresos económicos de los campesinos pueden
traducirse en el inicio de ciertos hábitos nutricionales negativos, como el
aumento de la ingesta de alimentos precocinados, gaseosas, etc.
No debemos tampoco olvidar que el acceso al agua potable, a la higiene y a la salud son también elementos esenciales de la nutrición. Un niño con parasitosis y diarrea, por ejemplo, puede quedar fácilmente desnutrido. La relación entre nutrición y salud es de ida y vuelta: una persona malnutrida goza de peor salud; y una persona con mala salud corre el riesgo de desnutrirse. Así pues, para en verdad resultar efectiva en mejorar la nutrición, es esencial que la intervención en el ámbito agrícola se acompañe, mano a mano, con acciones en el campo del agua y saneamiento (como la construcción de letrinas o la mejora del acceso al agua potable) y de la atención primaria de salud.
Por último,
es esencial señalar que la practica demuestra que involucrar a las mujeres
como agentes fundamentales en el desarrollo de estas acciones (fomento de
huertos y aves de corral, saneamiento, formación nutricional…) es decisiva para
su éxito.
En conclusión,
la relación entre aumento de la producción agrícola y la mejora de la seguridad
alimentaria y de la nutrición, no es ni mucho menos automática. Resulta
fundamental, a la hora de asegurar que los proyectos agropecuarios realmente ayudan
eficazmente a combatir el hambre y la malnutrición, que, además de las actividades específicamente agrícolas, abarquen un abanico mucho más amplio de intervenciones.
Solo
dando una respuesta holística, que incluya, más allá de los aspectos meramente productos,
los relacionados con la generación de empleo, el acceso a los mercados, la
variedad y calidad nutricional de los alimentos y los ámbitos de salud e
higiene, es posible afrontar el problema de la desnutrición en toda su amplitud.
El reto, por supuesto, es enorme, porque cuestiona la valía de muchos proyectos únicamente agrícolas y llama a un enfoque mucho más complejo
e integrador de lo que a primera vista podría pensarse. Pero, ¿quién a dicho
que la cooperación al desarrollo sea un trabajo fácil?
Fotos: Luis Echanove
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